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-Dìleas - acarició a su compañero - creo que me he metido en un buen lío.

Había pasado el resto de la noche hablando con Caelan. Era un hombre agradable cuando se desprendía de su arrogancia. Le había contado historias de su pasado. Historias divertidas, demasiado para no acabar desechando su primera impresión sobre él.

Ahora a la luz del día, se sentía mal por permitirse aquella intimidad con el hombre que la atormentaba en sueños. No podía salir nada bueno de ello.

-Y encima, hoy nos esperan dos de las peores pruebas - suspiró - Me esperan. Porque tú tendrás una jornada de descanso, amigo.

Las pruebas programadas para el tercer día de torneo eran las dos categorías de lucha: cuerpo a cuerpo y con espada. Ambas demasiado difíciles de ganar por una mujer menuda como ella. Se sentía desesperar. Su única opción, si es que perdía ambas, era conseguir que Caelan quedase eliminado en ellas también. Porque cualquier otra opción no sería posible. Si él ganaba ambas pruebas, estaría un paso por delante de ella. No sólo eso, habría ganado. Ya no importaría quien venciese en la justa, Caelan se desposaría con Annabelle.

-Si me estimas en algo, señor - rogó - No permitas que eso suceda.

Decidió dejar a Dìleas en el lago. Tenía tiempo de sobra para llegar caminando al castillo. Sería una preocupación menos para ella. Si el caballo permanecía cerca de la gente, corría el riesgo de que algún intrépido ignorante se acercase a él para acariciarlo y se produjese el desastre. Y ella necesitaba toda su concentración en el juego.

Como el día anterior, los caballeros ya esperaban en la liza. Comenzarían por la lucha con espadas, de modo que estaban ataviados con su armadura completa. También ella lo había hecho. Agradeció que su armadura fuese tan silenciosa, de otro modo habrían sentido el ruido del metal entrechocar a causa de su tembloroso cuerpo bajo él.

Miró en dirección a la grada presidencial. Annabelle la miraba con la misma aflicción. Sabía perfectamente lo que pasaba por su mente. Inclinó su cabeza hacia ella y levantó la muñeca para mostrarle la cinta que le había dado el primer día. Su sonrisa le insufló fuerzas. Su misión aquel día sería impedir que Caelan ganase cualquiera de las competiciones.

En su primer combate, se enfrentó a Aaron. Su armadura resultó ser bastante eficaz. No sólo detenía bien los golpes, sino que los amortiguaba a tal punto que apenas los sentía. Aquello era una ventaja para ella porque cualquier de sus oponentes le sacaba, como mínimo, una cabeza de altura.

La prueba consistía en golpear al menos tres veces al oponente en tres partes vulnerables distintas. A saber, cuello, corazón y estómago. Eso podía darle cierta ventaja porque no debía vencer en un combate real, sino simplemente tocar esas partes evitando a su vez que se acercasen a las suyas.

Su agilidad y su tamaño podrían jugar un papel decisivo en la pelea, sobre todo porque le estaba resultando demasiado difícil manejar la espada. Demasiado pesada para ella.

Descubrió que podía ganar cuando, después de varios intentos infructuosos, Aaron quedó a su merced al apoyar su espada roma sobre su corazón. El último de los tres puntos que había tenido que tocar.

-Vencedor de la ronda, el Jinete Negro - anunció el heraldo.

Estaba eufórica. Había logrado una victoria que creía fuera de su alcance. Por primera vez desde que comenzó la prueba, creyó que tal vez tenía alguna posibilidad.

Las rondas se sucedieron hasta que se batió en semifinales con Bryce. La duda se instaló de nuevo en ella. Quería vencer por Annabelle pero también deseaba que Bryce hiciese lo mismo y por el mismo motivo. Se removió inquieta en su rincón.

No hay piedad para los perdedores, oyó en su cabeza. Se tensó al momento. Hacía años que no recordaba las aterradoras palabras de su padre. Comenzaron a temblarle las piernas y apretó los puños con fuerza para tranquilizarse. No era buen momento para la histeria.

La lucha resultó bastante igualada en un principio. Bryce era un gran espadachín. Recordaba que Annabellle se lo había dicho en alguna ocasión. Cuando la golpeó en el estómago, deseó haberla escuchado con más atención.

-Por lady Annabelle - se disculpó él. Caballero ante todo, sonrió ella.

No tardó demasiado en sentir el segundo golpe a la altura del corazón. Ni siquiera se sintió mejor cuando lo alcanzó en el mismo lugar a él minutos después. A esas alturas sabía que estaba en clara desventaja.

-Ganad por ella - le dijo cuando Bryce le colocó la espada en el cuello, victorioso.

Había perdido y ya iban tres. Estaba furiosa pero también sabía que siempre había sido una posibilidad. Sus ganas de ganar por Annabelle no eran suficientes para superar las destrezas de unos hombres que habían nacido para la guerra.

No quiso seguir mirando, ya se enteraría de quien había vencido durante la comida. Se acercó a la pequeña tienda que habían dispuesto para ella y que nunca había utilizado y se cambió de ropa. Comprobó que nadie la observaba antes de salir y se dirigió a las cocinas para ayudar en lo que fuese necesario. Cualquier cosa antes que caer en la tentación de espiar a los finalistas.

-Hola, Cata - Lance se la encontró cerca de la fuente.

Había ido a buscar agua para los caballos ya que no la necesitaban en la cocina. Mejor eso que servir las mesas, pensó. Miró a Lance, que permanecía junto a ella con una amplia sonrisa. Tenía de admitir que el muchacho era persistente, siempre sabía dónde encontrarla.

-¿Acaso me persigues todo el día, Lance? - su sonrisa mitigó el reproche.

-Ya me gustaría - le sonrió ampliamente - Mi abuela me dijo que estarías aquí. Pensé que podría ayudarte.

-En ese caso, toma - le lanzó un cubo - Me serás de gran ayuda.

-Estupendo.

Llenaron los cubos con agua y se dirigieron en silencio hacia los improvisados establos de la liza. Se suponía que los escuderos se habrían de encargar del cuidado de los caballos pero lord Dedrick no quería dejar nada al azar y siempre enviaba a alguien del castillo para supervisarlo. Esta vez, Catriona se había ofrecido voluntaria.

-¿Viste el combate final, Cata?

-Tengo mejores cosas que hacer.

-Fue de lo más emocionante. Los dos caballeros estaban muy igualados - parecía emocionado - Algún día me gustaría llegar a ser caballero.

-Siento desilusionarte, Lance pero eso es prácticamente imposible.

-Lo sé - suspiró - Pero daría lo que fuera por poder luchar como ellos. Estoy seguro de que así te impresionaría.

-Lance. Si pusieras en tus tareas la mitad del empeño que pones en perseguirme, estoy segura de que me impresionarías más.

-Es muy aburrido - protestó él.

-Pues hazme caso y ve con el ebanista. Si le enseñas lo que eres capaz de hacer con un simple trozo de madera, estoy segura de que te aceptará como aprendiz.

-Me gusta tallar la madera - asintió - pero me gustas mucho más tú.

-Hombres - puso los ojos en blanco.

-¿Ya me consideras un hombre? - la esperanza sonó en su voz.

-Perdón, muchachos - bromeó.

En realidad no era más que un muchacho. Llegaría a ser un gran hombre si se mantenía en el buen camino. Uno bastante atractivo, por cierto. Ya se intuía, con su gran altura y aquellos preciosos ojos color del vino. No había mejor manera de describir su color. Extraño pero impactante. Sería la perdición de muchas muchachas pero no la suya.

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