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Se había levantado y se había alejado después de emitir una tonta excusa. Se había vuelto a sentir vulnerable. No debería haberse sincerado con aquel hombre que atormentaba sus sentidos. Cuando lo sintió detrás de ella, había echado a correr. Por nada del mundo podría mirarlo en aquel momento a la cara. Necesitaba serenarse antes y volver a levantar sus muros defensivos, derribados con tanta facilidad por él.

¿Por qué no podía seguir siendo tan arrogante como hasta entonces? Annabelle no quedaría impune por su traición. Seguramente ignoraba lo que había sucedido entre ellos pero eso no era suficiente como para excusarla de ir contando su historia a todo aquel que quisiera escucharla.

No le había resultado difícil despistar al caballero, conocía bien el castillo. Cuando estuvo segura de que nadie la seguía, se había adentrado en el bosque. Quedaba poco tiempo antes de que diese comienzo la segunda de las pruebas del día. Necesitaba ganarla a como diese lugar. No podía permitirse perder esa oportunidad porque las pruebas que restaban serían más difíciles de superar.

En aquel instante se estaba preparando con la máxima rapidez que podía. Trenzó su pelo con sus manos temblorosas pero el resultado le disgustó tanto que decidió atarse un moño bajo y ocultarlo así bajo el almófar. No había tiempo para nada más.

Galopó a lomos de Dìleas, temerosa de llegar demasiado tarde. Si no se presentaba en la liza a tiempo, podrían decidir eliminarla alegando desinterés por su parte. No sería el primer caballero que renunciaba a continuar un torneo cuando se sabía perdedor del mismo. Pero no era su caso y debía demostrarlo con su puntualidad.

-Ya creíamos que os habíais asustado con la derrota de esta mañana - bromeó Aaron.

-¡Que más quisierais! - gruñó ella.

Uno a uno, los caballeros fueron participando en la quintena. Eran diestros. La mayoría no tuvo dificultades en golpear el estafermo en el lugar apropiado. Cuando llegó su turno, triunfó de igual manera. Sería una competición bastante reñida.

Una segunda y tercera ronda, demostraron la agilidad y maestría de sus oponentes. Sólo un despiste podría eliminar a alguno de ellos.

-Así no acabaremos nunca - protestó lord Dedrick, que se estaba impacientando.

-¿Y qué pensáis hacer, querido? - su esposa se abanicaba con brío. Era una tarde calurosa.

-Algo se me ocurrirá.

No tardó en anunciar un cambio en las reglas. Deberían cabalgar con los ojos tapados. Cientos de exclamaciones se elevaron por el aire. Aquello era inaudito y bastante prometedor. Los aplausos y vítores de su pueblo, engrandecieron su orgullo. Había tenido una gran idea para el entretenimiento de su gente, aunque los caballeros no estaban tan contentos con la idea.

-¡Cómo diablos piensa que podremos acertar así! - protestó Gyles.

-Permiso - Catriona se adelantó a todos ellos, tomó la banda de tela que le ofrecía el heraldo y se tapó los ojos con ella - Confío en ti, Dìleas. No me falles ahora.

Aunque había susurrado para que nadie más la escuchase, el caballo asintió y pateó la tierra, ansioso de demostrarle que era capaz de complacerla. Le palmeó el cuello y sujetó la lanza bajo su brazo con firmeza. El público se había quedado en silencio por un momento.

Dìleas emprendió la marcha. Incrementó su velocidad a medida que se acercaban al objetivo y relinchó en el preciso instante en que pasaron junto al estafermo. Catriona lo oyó y apuntó con determinación. Por el empujón seco que recibió de su lanza, supo que había acertado. Gritó de emoción sin poder evitarlo. Nunca había hecho algo tan emocionante en su vida. Su grito quedó ahogado entre los de cientos de personas, que aplaudían y vitoreaban al Jinete Negro.

Cómo le hubiese gustado poder mostrarles la sonrisa de autosuficiencia que adornaba su cara a los caballeros que la miraban ceñudos. En cambio, se conformó con dedicarles una burlesca inclinación de cabeza mientras realizaba unos perfectos giros de muñeca con su enguantada mano, a modo de saludo. Estaba exultante.

Caelan fue el primero en seguirla. Se tapó los ojos con rabia y golpeó el estafermo con tanta fuerza que el sonido retumbó en sus oídos durante un buen rato. No pudo evitar disfrutar de aquella pequeña victoria. Lo había hecho enfurecer.

Aquella cuarta ronda dejó a algunos magullados caballeros fuera de la competición. El nuevo elemento introducido había resultado de lo más entretenido. Los espectadores estaban disfrutando y lord Dedrick se sentía satisfecho. Tan satisfecho como podía, teniendo en cuenta que aquel enclenque Jinete Negro amenazaba con destruir sus planes para desposar a su hija con el vencedor de la justa.

Todavía no entendía cómo un hombre que parecía tan poca cosa, había logrado vencer ya en dos pruebas a sus caballeros. Ni siquiera podía imaginarse de dónde lo había sacado su hija. Estaba seguro de que debía pertenecer al pueblo, era imposible que su hija se hubiese escabullido fuera de sus tierras para contratar a un mercenario. Sobre todo porque ningún mercenario tendría el aspecto de aquel hombre.

Había intentado sonsacarle la información a Annabelle pero resultó ser más evasiva de lo que esperaba. Estaba claro que no quería comprometer la identidad de su cómplice. La respetaba por ello y se había limitado a recordarle que, a pesar de todo, debería desposarse con uno de sus caballeros. La sonrisa de su hija le indicó que ya tenía a uno en mente. Entonces, ¿por qué montar todo aquel espectáculo? Si le dijese el nombre, él mismo se encargaría de entregársela al hombre.

-¿Quién es, Belle? - le dijo de repente.

-Ya os he dicho que no hablaré...

-No me refiero al Jinete Negro, hija. Me refiero al caballero con el que quieres desposarte si vence tu muchacho.

-Eso tampoco lo sabréis de momento, padre.

Le sonrió tan dulcemente que no insistió. Podía esperar al final del torneo para averiguarlo. Si podía. Porque de perder el Jinete Negro, su hija tendría que aceptar a cualquiera de sus hombres, pudiendo ser el equivocado.

-Deberías habérmelo dicho antes, cielo. Nos habríamos ahorrado tantas molestias.

-No habría aceptado, padre - se encogió de hombros.

-¿Y crees que aceptará si otro hombre, tu hombre, vence por él?

-Aceptará porque yo lo elegiré a él - sonrió - No tendrá otra opción.

Lord Dedrick rió. Su hija se parecía tanto a él que casi se asustó. Casi. En realidad estaba orgulloso de ella, aunque nunca se lo diría. Podría utilizarlo en beneficio propio y él ya había cedido en demasiadas cosas.

La competición llamó de nuevo su atención. Ya sólo quedaban tres contendientes. Caelan, Bryce y el Jinete Negro. La cosa se ponía interesante.

Catriona comenzaba a marearse. Después de varias rondas más, su cabeza ya no distinguía el norte del sur. Y aunque Díleas la dirigía bien y siempre la avisaba cuando debía apuntar al frente, mantenerse firme era cada vez más agotador. Lord Dedrick sabía bien lo que se hacía.

Finalmente, Bryce se hizo con la victoria. Catriona se alegraba por él, aunque a ella se le complicaban las cosas por momentos.

-Al menos he demostrado ser merecedor de la mano de lady Annabelle tanto como los demás - le había dicho cuando lo felicitó.

Saber que el Jinete Negro intentaba ganar por él no debía resultarle nada fácil. Sobre todo porque era más corpulento y tenía más experiencia que aquel misterioso hombre y aún así, éste había vencido ya en dos ocasiones. Se solidarizó con él y le palmeó el hombro cuando pasó por su lado. Era un gesto de camaradería que debería haber evitado pero no pudo. Sentía cierta simpatía por el abatido caballero.

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