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-Eres perfecta - le dijo con voz ronca.

-No es cierto pero os lo agradezco - miró imperceptiblemente hacia la larga cicatriz que cubría uno de sus costados.

-Yo también tengo cicatrices, Kaetie. Son un recordatorio de que somos supervivientes - estiró su mano para acariciar aquel lugar de su anatomía - No debes avergonzarte por ello.

-Son un recuerdo de mi debilidad.

-Tenías diez años - la atrajo hacia él - No eras más que una niña.

-No una niña cualquiera.

-Desde luego que no - le sonrió - Tampoco ahora eres una mujer cualquiera.

La besó de nuevo mientras ella le ayudaba a desvestirse. En menos de un minuto, se había vuelto a colocar sobre su regazo, cuerpo con cuerpo. Podía sentir la suavidad de su delicada piel rozando la suya, torturándolo. La apretó contra él, sintiendo la calidez de sus generosos y sensuales pechos. Bajó la boca hacia ellos, atrayéndolos. Jugó con el rosado pezón hasta que se endureció. Lo mordió ligeramente provocando nuevos gemidos en ella. Se sujetaba con fuerza a sus hombros mientras mantenía la cabeza inclinada hacia atrás, en completo abandono.

Su palpitante miembro protestó. Había sido ignorado demasiado tiempo y reclamaba su recompensa. Catriona se tensó al sentir su dureza pero fue tan efímero el gesto que creyó haberlo imaginado.

En algún lugar de su mente surgió el pensamiento de que era muy joven. Dieciocho tiernos años. Solía olvidarse de aquel detalle porque era toda una mujer en su carácter. Se obligó a controlarse, seguramente era virgen.

-No quiero obligarte a hacer algo de lo que te arrepientas después, amor.

Aunque deseaba fervientemente que no lo detuviese, se sintió en la obligación de recordarle que si continuaban, su inocencia sería arrebatada. No es que eso importase demasiado entre el pueblo llano pero para él el honor de Catriona era tan importante como el de cualquier dama de alta alcurnia.

-Ya no hay vuelta atrás, Caelan - le susurró - He tomado una decisión, por eso no vine antes a veros.

La comprensión de lo que sus palabras confesaban provocó un nuevo y ardiente deseo en él. La devoró con su boca, la apretó contra él hasta que le dolió y la frotó contra su miembro erecto hasta arrancarle gemidos de placer. No podía esperar más o se correría antes de tiempo.

La tocó con los dedos para sentir su húmeda excitación. Introdujo un dedo en su cálido interior y su corazón bombeó más sangre a su ya irrigada erección al comprobar lo prieta que era. Sus gemidos lo animaron a introducir un segundo dedo y comenzó a moverlos, estimulándola.

La sintió caliente y excitada, a punto de llegar al éxtasis. Estaba lista para él. La colocó sobre su duro apéndice y comenzó a bajarla con cuidado. Tan apretada, tan caliente, tan húmeda. Saber que ningún otro hombre la había tocado, que ningún otro hombre había estado donde él se encontraba en ese momento, hizo crecer un sentimiento de posesión en su interior. Si la hacía suya ahora, no permitiría jamás que otro hombre se acercase a ella. Porque le pertenecería por siempre.

Continuó bajando, consciente de lo que aquella unión supondría para ambos. Por una extraña razón, estaba ansioso por que pasara. Por primera vez en su vida, estaba dispuesto a comprometerse con alguien sin sentir que le arrebataban una parte de sí mismo. Catriona lo completaba y con ese pensamiento rompió la barrera que la separaba de ser suya para siempre.

-¿Estás bien? - le preguntó al sentir su gemido de dolor.

-Sí - susurró con la cabeza apoyada sobre su hombro - Será un momento. Necesito acostumbrarme.

-Eres tan distinta a las demás - no sabía si sería capaz de confesarle los sentimientos que le provocaba - Me encantas.

-Eso ya me lo habéis dicho, Caelan - lo provocó - ¡Oh!

La exclamación salió de su boca en cuanto sintió cómo él se movía dentro de ella. Lo había hecho con conciencia de ello, como castigo a su provocación. Aunque ahora que la sentía ceñirse tan ajustadamente a su pene, no lo consideró un castigo sino más bien una bendición. El paraíso en la tierra, pensó. Y volvió a moverse.

El ritmo se intensificó a medida que los movimientos provocaban nuevas olas de placer en ambos. Caelan la ayudaba a elevarse sobre él, sujetándola por las caderas, mientras ella se apoyaba en sus hombros. La observó. Tenía los ojos cerrados, totalmente abandonada a las sensaciones que le provocaba sentirlo dentro.

Se mordía el labio de nuevo. Un gesto que siempre lo había incitado a besarla. Esta vez no se detuvo, atrapó su rostro con las manos y la besó con pasión. Ella continuó moviéndose sensualmente sobre él, mientras su lengua penetraba en su femenina boca. La intensidad del deseo creció en ambos hasta límites insospechados y se derramó por la habitación cuando ambos llegaron al éxtasis juntos.

Permanecieron pegados, tan cómodos con su recién encontrada intimidad que apenas notaban pasar el tiempo.

-Debería dejaros descansar.

-Kaetie - la miró con afectación - creo que ahora ya nos conocemos lo suficiente para dejarnos de remilgos.

-Está bien - le concedió - Esto es nuevo para mí, Caelan.

-No por mucho tiempo, amor - la besó con dulzura - Ven, acostémonos. Quiero sentirte junto a mí.

Catriona lo ayudó a acomodarse en el jergón y luego se introdujo entre sus brazos. Sus cuerpos se acoplaban perfectamente. Siempre lo había sabido, desde el mismo instante que en la tuvo entre sus brazos aquella primera vez.

-¿Y si entra alguien? - Catriona estaba nerviosa, podía sentirlo.

-No creo que se sorprendiera demasiado - le besó la coronilla - Hace rato que deberías haberte marchado de aquí, Kaetie. Pero tranquila, Randy impedirá que entre nadie.

-¡Oh, Dios! - se ruborizó.

-Dios no tiene nada que ver con esto - se burló él - Salvo quizá por su papel en la creación de tu hermoso cuerpo.

-No fue Dios quien me creó - se giró para enfrentar su mirada - Sino mis padres.

-¿Renegando de nuevo? - la besó en la nariz - Tal vez debería castigarte por eso, Kaetie.

-Sois... eres insoportable - se corrigió al momento. La nota burlona de su voz hizo sonreír a Caelan.

-Y tú eres preciosa.

Horas después, mientras Catriona dormía en sus brazos, Caelan admiró aquel perfecto cuerpo que le había robado tantas horas de sueño. Ahora que lo tenía a su lado, no podía sentirse más dichoso. Así que esta era la felicidad de la que tanto hablabas, madre, pensó.

Paseó sus dedos por su costado, recorriendo la línea de su pequeño hombro, bajando por el delicado brazo hasta el codo. Allí saltó hacia las costillas de ella, provocando que su piel se erizase con el contacto. Bajó lentamente hacia la cadera, delineando la curva que la cicatriz hacía. En su espalda también había pequeñas marcas que le recordaban dolorosamente que Catriona había sufrido demasiado en su corta vida.

Le besó el hombro con suavidad y entonces lo vio. El incipiente cardenal que oscurecía la zona en que había llevado un golpe. Un golpe que él mismo le había dado en la pelea de aquella misma tarde. Maldición, pensó, tengo entre mis brazos al Jinete Negro.

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