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Alguien escuchó su grito. Poco a poco, las miradas se volvieron hacia la niña que avanzaba con los brazos elevados en dirección a la carrera. A la catástrofe.

Un nuevo grito de la madre llamó la atención de Catriona. Tal vez, debido a su pasado, era más sensible al sufrimiento ajeno. Pudo sentir la desesperación de la joven incluso antes de descubrir la causa. Buscó con la mirada mientras evitaba los obstáculos. No tardó en ver a la niña.

-Maldita sea - rugió.

Un caballero rezagado pasó junto a la pequeña sin verla. Se libró por centímetros. Vio cómo se caía sobre su delicado trasero y cómo reía por ello. Al parecer no le preocupaba ser aplastada. Más bien, no era consciente de ese hecho. No aparentaba más de dos años. En un nuevo intento por acariciar uno de los caballos, la vio levantarse y reemprender su avance.

Dìleas giró en dirección a la niña. Ni siquiera tuvo que indicárselo, se adelantaba a sus deseos. Siempre lo hacía. Avanzó entre los obstáculos con la mirada fija en la niña. Apenas logró sortear a Alec, cuando éste se interpuso en su camino. El hombre mantenía la vista al frente, en dirección a la meta y a Caelan, que iba en primera posición.

Catriona había dejado de interesarse por la victoria en cuanto vio a la niña. Su meta ahora era rescatarla y para ello debería adelantar en primer lugar al enorme caballero antes de que la arrollara.

-Vamos, Dìleas - lo apremió.

Alec no se lo puso fácil pero lo sobrepasó finalmente. La niña se había movido y estaba demasiado cerca de Caelan ahora. Avanzó lo más rápido que pudo mientras sus oídos sólo registraban los gritos de la desesperada madre. Los alcanzó en segundos. Caelan la miró y por un momento, cabalgaron a la par. Vio su cara de asombro cuando se colocó a un costado de Dìleas y estiró su brazo. Si no hubiera estado tan preocupada por la niña, se habría reído de él.

-¡Qué diablos pretendéis...! - Caelan no terminó la frase pues también vio a la niña - Maldición.

Catriona la alzó en sus brazos y la sentó frente a ella cuando regresó a lomos de Dìleas. La apretó contra ella, con el corazón acelerado. Nunca en su vida había pasado tanto miedo. Ni cuando su padre mostraba su peor cara. Podía luchar contra sus pesadillas pero no contra las de otros.

-Ya está - le susurró - Estás a salvo, pequeña.

Cuando el miedo la abandonó, comprobó que se encontraba a la cabeza del grupo, a la par que Caelan. Decidió que podía aprovecharlo para vencer en la prueba también pero el caballero descubrió sus intenciones y aceleró su marcha. Recorrieron los últimos metros uno junto al otro. Podía oír los gritos exaltados del público. Aquella era una final digna de ser recordada y contada durante años. Tal vez, después de todo aquello, los trovadores también cantasen sus hazañas.

Díleas estaba nervioso, podía sentirlo. La presencia de la niña suponía para él todo un desafío. Después de todo, era un caballo salvaje. Si ella lo montaba era porque él se lo permitía. Trató de tranquilizarlo pero no funcionó. Al final, Caelan se alzó con la victoria en el carrusel. Y ella había perdido una gran oportunidad de asegurar un poco más su posición como vencedora del torneo.

En cuanto traspasaron la línea de meta, descendió de Dìleas con la niña en brazos. Su amigo se alejó unos pasos bufando y pateando el suelo para eliminar el olor de la pequeña de su cuerpo. Los espectadores observaban el espectáculo, boquiabiertos.

Hasta el momento nadie habría pensado que el caballo pudiese ser peligroso pero tras ese despliegue de mal humor, lo vieron con otros ojos. Admirando, de paso, al jinete que lograba mantenerlo a raya.

La madre corrió hacia su hija y la abrazó, aliviada. Catriona no dejaba de mirar hacia Dìleas, temerosa de que pudiese sucederle algo. Todavía estaba nervioso, podía sentirlo, aunque había dejado de cabecear. Quiso acercarse a él para llevárselo lejos pero la joven madre se lo impidió.

-Mi señor - le estaba besando la mano enguantada - Os debo la vida de mi hija. Muchas gracias, mi señor. No tengo mucho pero si hay algo que yo pudiera...

-Cuidad mejor a vuestra hija - la interrumpió, irritada.

No le había importado perder para salvar a la niña. Lo habría vuelto a hacer. Pero la sonrisa de autosuficiencia que Caelan mostraba, la había enfurecido. O tal vez se debiera a las caricias e insinuaciones que le hacían algunas de las muchachas más bellas del castillo.

No, pensó, imposible que sea eso. A ella no le importaba si otras mujeres se interesaban por él. Si lo mantenían ocupado, mejor para ella. Aún así, se tragó una maldición cuando escuchó al heraldo y oyó la aclamación del público, mientras el caballero saludaba y sonreía a todos, rodeado de las damas.

-Vencedor de la primera prueba, sir Caelan Fitzroy.

Catriona pateó el suelo sin poder evitarlo y se mordió el labio para aliviar su frustración. Nunca había contemplado la posibilidad de que algún otro ganase el torneo y se convirtiese en el esposo de Annabelle. Pensar que Caelan pudiese besar a su amiga como había hecho con ella, la hizo hervir por dentro. Qué me importa, pensó irritada. Pero lo hacía, más de lo que le gustaría admitir. Al igual que verlo rodeado de beldades dispuestas a darle lo que ella le había negado.

-No sienta tan bien la derrota, ¿eh, Jinete?

El causante de su frustración se había acercado a ella y la miraba con arrogante pedantería. Tuvo que admitir que estaba impresionante aquella mañana, a pesar de su camisa sudada y sus pantalones manchados de polvo. Se le había desabrochado la camisa durante la carrera y podía verle parte del pecho. Un pecho fuerte y bien cincelado. Apartó la mirada demasiado tarde para la tranquilidad de su mente. Ya no podría dejar de pensar en ese hombre por un buen rato. Se mordió el labio de nuevo.

-¿Dónde está la famosa nobleza de los caballeros? - le respondió con una voz tan agria y tan distinta a la suya que la satisfizo. No podría reconocerla.

-Tenéis razón - se inclinó en una graciosa reverencia - Mis disculpas. Habéis hecho una gran carrera, sir....Jinete.

Podía ver la burla en sus ojos y oírla en su voz. Deseó obviar también ella la nobleza de los caballeros y estamparle el puño en su perfecta cara. Pero eso habría supuesto su inmediata expulsión del torneo y no podía permitirlo. Debía ganar por Annabelle. No podía fallarle por más que aquel hombre la irritase hasta el infinito.

-No soy caballero para que me tratéis como tal - le contestó, en cambio - pero podéis llamarme el azote de los caballeros, si gustáis. Porque eso soy yo.

Se giró en redondo y lo dejó atrás, mientras su risa le traspasaba hasta lo más hondo. Arrogante. Pensó. No había otra palabra que describiese mejor a aquel hombre.

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