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El silencio que siguió a la presentación permitiría escuchar los cantos de los grillos, si hubiesen decidido hacerlo. Los vítores y los aplausos que amenazaban con extinguir la voz del heraldo a cada momento, habían cesado tras la última palabra pronunciada.

La expectativa de conocer a un misterioso caballero que se hacía llamar a sí mismo el Jinete Negro mantenía en tensión tanto a los espectadores como a los participantes en la justa. ¿Dónde habría encontrado lady Annabelle al hombre que participaría en su nombre? Los caballeros de su padre estaban todos presentes.

-Nos toca, Dìleas.

Era la señal. Dìleas salió de su escondite en lo alto de la colina y relinchó con frenesí mientras se elevaba en sus cuartos traseros y pateaba el aire con sus patas delanteras. Catriona se sujetó sin problemas a él y lo hizo girar en redondo para demostrar su destreza a lomos del corcel. Había elegido aquel lugar para obligar a todos a elevar la mirada y al mismo tiempo, parecer más impresionante de lo que realmente era. De no hacerlo así, corría el riesgo de que estallasen las risas al comprobar cuan pequeña y débil parecía sin su brioso corcel.

Galopó con soltura hacia la liza mientras Dìleas hacía muestra de su arrojo cabeceando incesantemente. Sus crines volaban por el aire en medio de una danza hipnótica que mantenía a todos en completo silencio. A medida que se acercaba, cabalgó de lado en una preciosa danza que hacía brillar al sol los músculos de Dìleas, hasta que se detuvo frente a su amiga para inclinarse en deferencia a ella. Leal a lady Annabelle y su causa, había dicho el heraldo. Así debía ser. Dìleas también inclinó su cabeza y pateó el suelo con su pata delantera.

Annabelle sonrió mientras soltaba una de las cintas de su vestido y se la entregaba. Una prenda para su caballero, que Catriona ató a su silla antes de llevar a cabo la rigurosa vuelta de presentación. Como no tenía escudero ni séquito que la siguiesen, se elevó en el lomo de Dìleas y saludó con gracia al populacho. Si diversión era lo que querían, ella se la proporcionaría.

Los vítores y los aplausos, antes ausentes por la conmoción que su aparición había causado, se intensificaban ahora a medida que avanzaba. De cerca, su constitución no impresionaba tanto pero apenas lo notaron, excitados como estaban con el espectáculo que les había brindado.

Ocupó su lugar junto a los demás caballeros, a la espera de que diese comienzo el torneo. No miró a ninguno de sus oponentes, temerosa de perder el valor. Lo que se proponía hacer era peligroso y algunos dirían que imposible pero mantendría su promesa, costase lo que costase.

Escuchó un comentario jocoso junto a ella. No tuvo que girarse para saber de quién se trataba. Aquella voz era inconfundible.

-¿No sois demasiado joven para participar en una justa?

Los demás caballeros rieron su gracia. Los observó entonces con calma o al menos eso se dijo a sí misma, porque su visión impresionaba. Tan altos, tan fuertes, tan peligrosos. Sus armaduras parecían doblar su tamaño. Cualquier otra persona se habría asustado pero ella se crecía en las dificultades.

Las palabras de sir Fitzroy la hicieron hervir de rabia y le hubiera gustado contestar con algo mordaz pero no quería delatarse. Se mordió el labio inferior bajo su yelmo e hizo lo único que se le ocurrió para demostrar, sin palabras, cuán equivocado estaba. Dirigió bruscamente a Dìleas hacia ellos mientras éste piafaba y cabeceaba salvajemente, asustando a los demás caballos. Lo que a ella le faltaba en tamaño, lo suplía su amigo con el suyo.

Era más imponente que cualquiera de sus monturas, por muy preparados que se viesen para la batalla. Debajo de su yelmo se formó una sonrisa de satisfacción cuando vio las dificultades que tenían los caballeros para controlarlos.

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