2

19.3K 1.9K 114
                                    

Annabelle había puesto demasiada fe en sus habilidades. Siempre ponía demasiada fe en ella. En cualquier cosa que hiciese. Y ella jamás querría defraudarla. Le debía la vida y era su única amiga pero esta vez no estaba segura de poder hacer lo que le pedía.

Las justas estaban precisamente diseñadas para que el caballero más fuerte venciese. Sabía que su agilidad y su rapidez le darían cierta ventaja en algunas pruebas pero enfrentarse con un caballero forjado en la batalla no sería fácil. Era demasiado menuda para el cuerpo a cuerpo.

Se paseó impaciente por su alcoba, incapaz de dormir. Si lord Dedrick descubría la argucia de su hija, la castigada sería ella. Su esposa se encargaría de eso y sabía perfectamente qué castigo le esperaba. El destierro.

Si todavía permanecía en aquel castillo era por lady Annabelle. Era su más ferviente defensora, así como la madre de ella era su más tenaz enemiga. Candyce Dedrick la odiaba. Odiaba que los hombres la mirasen a ella, una simple sirvienta, con adoración y no a su señora. Era una mujer vanidosa y demasiado celosa. Siempre estaba buscando alguna falta por la que castigarla. Le ordenaba realizar las peores tareas para que se negase y así poder dar rienda suelta a su desdén. Pero jamás le daría el gusto. Haría lo que fuese necesario para permanecer junto a Annabelle. Se había prometido ocho años atrás a sí misma protegerla y nadie se interpondría en su camino. Ni siquiera una madre celosa y déspota.

Candyce era una constante tortura para ella. Su desdén, su hipocresía, la mirada fría con que la observaba mientras trabajaba. Todo en ella era cruel y calculador. La veía como a una competidora y no estaba dispuesta a perder. Poco importaba que Catriona no mostrase interés en ninguno de aquellos hombres. El simple hecho de captar su atención le bastaba para querer que desapareciese.

Había tratado de pasar desapercibida usando vestidos holgados y recogiendo su cabello en insulsos moños pero no podía hacer mucho más para ocultar su cuerpo. Ella no deseaba tener unas curvas tan voluptuosas, que invitaban a cometer el pecado de la lujuria. Ni unos labios tan llenos y tan tentadores. Ni aquellos profundos ojos verdes, enmarcados en unas largas y sensuales pestañas. Ni un pelo tan abundante y ardiente como las brasas, con aquellos rizos tan perfectos.

Hubiera preferido ser sosa e insustancial para no despertar los celos de lady Candyce pero no podía elegir. Y desde que lady Candyce descubrió a su esposo mirándola una vez con deseo, quería verla desterrada a toda costa.

-Maldición.

Paseó por su cuarto de nuevo, sintiéndose atrapada en un juego que no le gustaba nada. Hubiera preferido viajar al infierno para matar al mismísimo demonio antes que encontrarse en aquella situación. Annabelle era como una hermana y deseaba su felicidad pero lo que le pedía era demasiado, incluso para ella. Debería haberse negado. Pero no lo hizo. Debería haber acudido a la capilla a rezar por un milagro, para que sir Garrad ganase legítimamente el torneo. Pero ella no rezaba. Ni creía en los milagros.

-Maldición - repitió de nuevo antes de abandonar su alcoba.

Había amanecido horas antes y tuvo que desistir de intentar dormir algo. Aquella noche no había resultado ser nada reparadora y el cansancio acumulado del día anterior continuaba pesando en sus hombros, junto con la nueva preocupación que su amiga había insistido en regalarle la tarde pasada. Horas y horas de intensos remordimientos por haber aceptado algo que no sabía si podría llegar a cumplir.

Recorrió el castillo palmo a palmo para encontrar a Annabelle. Aquella inquieta joven no permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Siempre resultaba difícil dar con ella. Salió al patio cuando no la encontró dentro. Fue hasta el campo de entrenamiento, creyendo que tal vez habría ido allí para robar una mirada furtiva de Bryce. Cuando descubrió que tampoco él estaba por allí, fue directamente hasta el establo para comprobar la idea que había surgido en su mente. Su instinto no le había fallado. Annabelle había ido al encuentro de su hombre.

La JustaWhere stories live. Discover now