—No se siente bien —contestó Scott—

—Claro, ¿cómo no se va a sentir mal si se comió el pote entero? —dijo Liam con la molestia evidente que le generaba haber sido arrebatado así de su regalo. Se lo merecía por glotón, eso era lo que pensaba más de uno.

Cuando el mayor terminó de comer y subió las escaleras camino a su cuarto, no pudo evitar parar frente al de Stiles. Era una de las primeras del loft. Dudó unos instantes, pero se dijo que no tenía por qué, no había nada de malo en que quisiera saber cómo se encontraba. Con esa protectora idea golpeó, pero entró con intenciones que no eran nada protectoras; en el fondo lo sabía, aunque lo negara hasta la muerte.

Stiles agonizaba en la cama en posición fetal.

—Muero —gimió como pudo en cuanto vio al mayor parado en el dintel de la puerta.
—Yo sabía que esa mierda no era buena.

—Leí en internet —gruñó Stiles sentándose con dificultad—, que si comes medio kilo de dulce de leche, se te pueden forman estalactitas que te perforan el estómago.

—No debes creer en todas las idioteces que se publican en internet.

Se sentó en la cama y le tocó la frente. Fue ahí que Stiles cayó en la cuenta de que era Derek quien estaba allí tratando de socorrerlo en el umbral de la muerte. No le llamó la atención eso, después de todo el mayor siempre había sabido comportarse.

—Nunca más en mi vida volveré a comer dulce de leche —aseveró con firmeza, sintiendo la leve caricia de Derek en la frente. Cerró los ojos, sintiéndose muy confortado.

—Parece que tienes fiebre. Ire a buscar algo —avisó con estoicismo y se puso de pie para irse, pero la mano de Stiles sobre el brazo se lo impidió.

—Quédate conmigo —pidió de manera especial.

—¿Esa es tu última voluntad? —bromeó, con tanta seriedad que Stiles creyó que le hablaba en serio y por eso asintió.

—También leí en internet una leyenda sobre el dulce de leche —murmuró cuando el mayor volvió a sentarse al lado de él en la cama. Derek arqueó las cejas y Stiles pareció leerle el pensamiento: Sí, pasaba mucho tiempo en internet averiguando estupideces que no tenían ningún fin pragmático en su vida.

—¿De qué iba? —dijo condescendiente, pero con sentido hartazgo y sin interés en la respuesta.

—Dicen que si dos personas comparten el dulce de leche de la misma cuchara, están destinadas a morir juntas.

El mayor lo miró un poco más interesado en esa estupidez, pero vio en la sonrisa de Stiles que era un invento. No podía existir una leyenda TAN mala en internet, las había mejores y esa solo se le podía ocurrir a Stiles.

—Ah, ¿sí? Mira tú, me has condenado a morir.

—Lo cual no es muy raro, si te pones a pensar —continuó Stiles, ajeno al reclamo de Derek. Sin darse cuenta, su malestar era mitigado por la compañía de Derek quedaba relegado a un segundo plano—. A fin de cuentas siempre pensé eso...

—¿Qué cosa?

—Que tú... eras un verdadero amargo.

—Espero que se te formen estalactitas y te perforen el estómago —dijo Derek a modo de insulto y se fue, arrancándole a Stiles una carcajada, como si le agradara frustrarlo a esos niveles. El mayor alcanzó a oír un "¡pero tú también morirías en ese caso!" mientras iba escaleras abajo.

Stiles estuvo todo ese día y el siguiente en cama, pero para el tercero se presentó en la sala con las energías de siempre renovadas y, aun peor, muy recargadas. El tiempo pasó y tres meses después llego un nuevo presente, pero a diferencia de la ocasión anterior, junto al bote habían llegado unas "cositas" (como las había bautizado Liam) redondas llamadas alfajores.

Así se lo encontró Derek a Stiles: refugiado en la cocina con el bote en la mano y la cuchara en la otra.

—¿No era que nunca más en la vida ibas a comer esa mierda?

—Es que... no puedo evitarlo —dijo Stiles, cual adicto—. ¿Quieres?

—¿Y condenarme a la muerte eterna? —Alzó las cejas, si lo pensaba, la idea de condenarse con Stiles no le resultaba muy desagradable. 

—¿Quieres o no? Mira que no queda mucho y como rápido. Después no quiero escucharte llorar por los pasillos como a los otros tres...

Derek lo meditó un segundo, lo que le tomó responderle de la manera más previsible de todas. No porque Stiles intuyera que ese día, al fin, el mayor iba a admitir sus emociones, sino porque era el cliché más romántico y obvio de la historia después de Romeo y Julieta.

El menor sintió la lengua de Derek hasta la garganta, los dientes mordisqueando y arrastrando la pegajosa nata. No, eso no tenía de erótico, en tal caso podía tildarlo de beso dulce, muy dulce.

—Y después te quejas de mi baba en la cuchara —protestó cuando Derek tomó distancia. Perdió la mirada, porque después de lo que Derek había hecho no podía sostenérsela, aunque la sonrisa que tenía dejaba en claro su regocijo y lo delatara.

Desde entonces, cada vez que Liam recibía los regalos, Stiles se le aparecía por atrás y le preguntaba "lo tienes", como quien le pregunta a su dealer si le ha traído la droga de siempre. Luego buscaba algún lugar medio apartado para encerrarse en compañía de Derek y así poder endulzarlo con un poco más de privacidad  


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