Capitulo 21

925 65 3
                                    

Rukia salió del castillo y cruzó el oscuro patio en silencio, camino de los establos. Volvió
la cabeza una y dos veces para asegurarse de que no la seguían. Había luna nueva, con lo que el castillo estaba a oscuras, y sólo se oía el ruido de las olas que traía el viento.

Antes de salir, se había cambiado el vestido de seda de la cena por uno de lino más modesto que no crujiría al andar, para no delatar su presencia ante los soldados que sabía que estaban haciendo guardia en las murallas del castillo.

La cena había sido bastante tensa. A veces, los hombres se habían quedado callados y observantes. La desconfianza entre ellos sólo se había acentuado a medida que iban pasando las horas. Rukia había intentado entretenerlos con conversaciones, tocando el pianoforte e interpretando el papel que había visto hacer a su madre en tantísimas ocasiones. Al final, cuando se acercaba la medianoche, los había dejado con el oporto y las pipas, y se había disculpado diciendo que iba a acostarse porque estaba agotada.

En realidad, tenía un invitado más que la estaba esperando.

Acarició en la cabeza a uno de los perros que estaban frente a la puerta del establo mientras abría el pestillo con mucho cuidado. La puerta chirrió un poco cuando la abrió. Entonces, entró enseguida. Una vez dentro, no se atrevió a encender ninguna lámpara, de modo que tuvo que avanzar a tientas entre las casillas y los montones de paja. Un caballo relinchó en la oscuridad y levantó la cabeza cuando la vio pasar entre las sombras. Rukia se detuvo en la última casilla y entró.

Tranquila, chica —le dijo a la yegua. Dejó en el suelo la cesta que llevaba y le acarició el hocico. Le dio un terrón de azúcar y luego se arrodilló y rebuscó a tientas entre la suciedad y la paja que cubrían el suelo. Enseguida encontró algo, un pequeño y retorcido trozo de cuerda que estaba en el suelo. Tiró con fuerza y notó la brisa fresca en los pies cuando el pestillo se abrió.

Rukia metió las piernas por una estrecha abertura en el suelo. Buscó la seguridad con los pies y notó que rozaba un escalón con la punta de la zapatilla. Recogió la cesta y empezó a bajar la escalera hasta que llegó a la más absoluta oscuridad. Cuando llegó abajo, se volvió y susurró:

—¿Está aquí? Soy yo, lady kurosaki.

Al cabo de unos instantes, apareció la luz de una lámpara e iluminó la cara del príncipe.

Es seguro —dijo ella—. Nadie me ha visto entrar.

Era imposible no maravillarse ante él. Tenía el pelo masomenos morado oscuro, casi negro y despeinado, a pesar de llevar los ropajes rotos de un fugitivo, conservaba el aire noble de la realeza. Era apuesto, alto, y la sorprendió que sólo tuviera veinticinco años, casi igual que ella. Sin embargo, sus ojos, de un color verde, parecía que habían vivido una eternidad.

Le he traído provisiones para el viaje —le dijo Rukia—. Comida, ropa, otras cosas que quizá necesite... y esto.

Le entregó el pequeño saco de monedas que su madre le había dado semanas atrás, cuando se había marchado de la mansión kuchiki.

El príncipe lo aceptó e inclinó la cabeza.

Señora, sin amigos como usted, hace mucho tiempo que estaríamos perdidos; kurosaki me ha dicho que somos primos.

Sí, Alteza. A través de la familia De la realeza, aunque la relación es un poco oscura.

Los lazos de sangre no conocen de tales incongruencias. —Suspiró, harto de tanto malestar—. Ojalá el destino nos hubiera permitido conocernos en el palacio, señora. Quizás, algún día... Hasta entonces, debo dejarle algún detalle, algo para demostrarle nuestra gratitud por su amabilidad y ayuda.

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now