Capitulo 18

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Ichigo abrió la puerta y cruzó el salón hasta la cama, sin despegarse ni un segundo de los labios de Rukia.

Cuando la dejó encima del colchón, que acababa de rellenar con brezo fresco que había cortado esa mañana, se dijo que nunca había visto nada más bello que esa mujer... su mujer. Tenía los ojos brillantes y grandes, y no dijo nada, ni una palabra. En silencio, lo acarició y le suplicó que volviera a besarla.

Ichigo utilizó la boca, la lengua y el aliento para abrumarla como ella lo había abrumado a él. Jugueteó con el nudo del pañuelo que llevaba en la cabeza hasta que lo soltó y el pelo oscuro como la noche le cayó encima de los hombros. Le besó la mandíbula y el cuello, y le acarició la delicada piel de detrás de la oreja con la punta de la nariz. Le agarró el pelo entre los dedos y, muy despacio, le echó la cabeza hacia atrás para poder volver a besarla.

Notó cómo las manos de Rukia ascendían por sus brazos y sus dedos se entrelazaban. Ichigo levantó la cabeza, contuvo el aliento cuando la miró y descendió la boca hasta su seno. La oyó jadear y notó cómo sus dedos lo apretaban mientras arqueaba la espalda contra su boca para pedirle más. Y él se lo dio. Mucho más.

Necesito verte —susurró, soltándose. Deslizó los nudillos por sus mejillas, por la curva del cuello y soltó el lazo de la blusa para poder acceder a más piel—. Santo Dios del cielo. Eres preciosa.

Tenía unos pechos suaves, redondos y del tamaño exacto de la palma de su mano. Acarició la delicada piel con la yema de los dedos y le endureció el pezón hasta que la notó estremecerse, la oyó gemir y susurrar su nombre dos veces.

Era el sonido más precioso que había oído en su vida.

Cierra los ojos, cariño —le susurró contra la mejilla—. Esta noche no tienes que temer a la oscuridad.

Ichigo le aflojó el corsé y le quitó la falda. Deslizó la mano debajo de ella, la levantó un poco y se deshizo de las enaguas.

Estaba casi desnuda. Él respiraba de forma entrecortada y tenía el cuerpo en llamas. Se sentó sobre los talones y disfrutó de la visión de verla apenas cubierta con la camisola. Se quitó la camisa por la cabeza y vio que ella abría los ojos. Se inclinó hasta que sus pechos se rozaron. Le dio un delicado beso en la nariz.

Volvió a besarle la boca, un beso largo y profundo, y notó cómo el cuerpo de Rukia se rendía al placer de sus caricias. Mientras la miraba bajo la luz de la luna, vio cómo le subía y baja el pecho mientras estaba, con los ojos cerrados y los sentidos alerta, esperando algo que desconocía, que nunca había ni siquiera sospechado... pero que recordaría el resto de su vida.

Por Dios que lo recordaría.

Se separó y la miró en la penumbra. Sabía que podía poseerla, penetrarla y terminar con el tormento. Podía hacerle el amor y perderse en su suavidad y su aroma. Señor, quería hacerlo. Jamás en su vida había deseado algo con tantas ganas. Sin embargo, por mucho que quisiera, y lo ansiara con un deseo que jamás había sabido que existiera, en el fondo era consciente de que no podía ser, ni ahora ni nunca. Ceder a la necesidad cambiaría el curso del destino. En cambio, sí que podía ofrecerle un placer que, mientras viviera, le hiciera recordar esa noche, ese momento... y a él.

Se colocó encima de ella, le separó las piernas con las caderas y descendió con la boca por la piel fresca de la garganta, los pechos, mordisqueó los pezones hasta que ella gritó su nombre. Se pegó a ella, intentando imaginársela a su alrededor. Cuando notó que levantaba las caderas, estuvo a punto de ceder. De repente, la tela de los calzoncillos ardía de forma casi insoportable y asfixiante, así que tiró y tiró hasta que la hebilla se soltó y pudo apartarla y cubrir a Rukia con su cuerpo, piel con piel.

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now