Capitulo 6

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-El estudio de su excelencia esta aquí, señor. -Ichigo no dijo nada; se limitó a
agradecer con un gesto de cabeza a la doncella que lo había acompañado hasta la puerta por un pasillo que parecía eterno. Esperó mientras ella realizaba una reverencia, muy nerviosa, y luego daba media vuelta y se alejaba por ese mismo pasillo a toda prisa.

Ichigo estaba convencido de que se pasaría el resto de la noche explicando a los otros criados que había tenido que caminar junto al extraño peli-naranja que lady Rukia había traído a casa, como si fuera un vagabundo o un perro perdido.

Cuando la chica desapareció tras una esquina, después de lanzarle una última mirada, Ichigo levantó la mano y llamó a la puerta.

-Adelante.

La sala que había al otro lado de la puerta era luminosa y olía a historia, libros y dinero. Las paredes estaban llenas de estanterías coronadas en arco, intercaladas con grandes ventanales con unas ricas cortinas que llegaban al suelo y nacían de debajo de arcos enyesados. De las paredes forradas con paneles de roble colgaban retratos de tamaño real, con marcos dorados, firmados por artistas famosos. En un extremo, había una repisa de mármol. Al final de una magnífica alfombra turca, sentado detrás de un escritorio de caoba, estaba el venerable duque kuchiki.

La primera impresión de Ichigo cuando habían llegado con el carruaje encajaba a la perfección con la noción que sus compatriotas siempre habían tenido de la nobleza del seireitei. Bien vestido, empolvado y engalanado; estaba claro que ese hombre no había dado un palo al agua en toda su vida. Y una vez en el interior de la casa, esa impresión se confirmó.

Todos los rincones de la casa estaban decorados. Si la valía de un hombre se calculaba a través del tamaño y el número de sus bienes, sin duda que kuchiki era un hombre de gran valía. Todas las comodidades estaban a su disposición y, si alguien no estaba preparado, había una campana detrás de la mesa con la que podía llamar a cualquier criado desde cualquier sala de la casa. Sin embargo, a pesar de la extravagancia y la riqueza, había una luz en los ojos del duque, un destello más profundo que el privilegio insulso, que enseguida lo definía como una fuerza a tener en cuenta.

Ichigo entró en el despacho, se quedó de pie en el centro de la alfombra y observó al duque.

-Ha pedido verme, excelencia.

Hizo de mala gana una reverencia.

-Señor Kurosaki, ¿verdad?

Ichigo asintió.

El duque le invitó a sentarse en una silla, una pieza delicada y trabajada que parecía ridícula debajo de su enorme cuerpo. Ichigo se sentó y estiró las piernas.

-Mis hijas me han relatado las circunstancias de su... eh... repentina presencia en nuestras vidas; al menos, su versión. Le he hecho llamar con la esperanza de oír la suya.

-Me temo que no voy a poder decirle mucho más que ellas, excelencia. Me detuve para ayudarlas con la rueda rota del carruaje. Después, me ofrecieron llevarme hasta la posada. Llevaba muchas horas caminando y había perdido casi todas las horas de luz en ayudar con lo del carruaje, así que acepté el ofrecimiento. Cuando llegamos a la posada, quise despedirme, pero la mayor...

-Rukia -gruñó el duque-. Su mujer.

-Exacto. Insistió en que cenara con ellas para compensarme por el esfuerzo. Y también insistió en pagar la cena.

El duque asintió y esperó a que continuara. Sin embargo, su expresión era cada vez más arisca. -Estábamos en el comedor y hacía un poco de frío. Lady Rukia pidió un vaso de inochi no mizu

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now