Capitulo 4

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ichigo se despertó con la sensación de que, durante la noche, le habían golpeado la cabeza la cabeza. Varias veces.

Cualquier movimiento, incluso el esfuerzo de abrir los ojos para ver la luz del amanecer a través de la ventana que había junto a la cama le provocaba una sacudida tal que tenía que apretar los dientes. Parecía que, de repente, cualquier ruido, como los chicos trabajando en el establo, las voces apagadas que llegaban del comedor, el golpe de una puerta que se cerraba en el pasillo, adquiría una magnitud estruendosa.

¿Por qué diablos había bebido tanto whisky?

No se había levantado con una resaca así desde los catorce años, el día que su hermano pequeño Ogichi y él habían conseguido entrar a escondidas en la destilería subterránea de su tío. Eran dos críos queriendo jugar a ser hombres, y Ichigo aprendió ese día que, aunque la bebida de sus ancestros bajaba muy bien, dejaba una resaca tan violenta que podía hacer llorar a un hombre, o a un crío de catorce años.

Después de aquella noche, se había pasado dos días enteros pegado al baño, y se prometió que no volvería a hacerlo. A partir de entonces, el único whisky que bebería sería en los brindis: bodas, celebraciones del clan, el nacimiento de un bebé. Y había mantenido su promesa durante años, hasta que una chica con los ojos de color violeta lo había desafiado.

Se movió en el colchón, buscando el refugio de una almohada con que cubrirse la dolorida cabeza. Hubiera gruñido si el simple esfuerzo de hacerlo no le hubiera provocado más agonía de la que podía soportar. Al final, se escondió debajo de la colcha, como un molusco en la arena.

Y fue entonces, y no antes, cuando Ichigo descubrió que no estaba solo en la cama.

Una cortina de pelo sedoso le cubría el hombro; un pelo que, cuando por fin se le aclaró la vista, resultó ser de un tono oscuro. Conocía ese pelo, y también a la mujer que pertenecía. Era la misma mujer cuyo brazo estaba, aparentemente, apoyado en su cintura, su cintura desnuda, con la mano abierta muy cerca de su entrepierna.

Como la niebla nocturna que se levanta con la llegada del nuevo día, los recuerdos de la noche anterior poco a poco fueron regresando. Recordaba haberle subido a la habitación el zapato que se había encontrado en la escalera, cómo ella le había suplicado que no se marchara por la oscuridad. Y, a juzgar por su situación actual, lo había hecho. No se había marchado, aunque su intención era hacerlo en cuanto ella se durmiera. Sólo se le ocurría que él también se había quedado dormido.

Había sido el whisky, sí, y el cansancio de haber cruzado el norte del rukongai a pie durante la mayor parte del día anterior. Estaba tan decidido a llegar a Karakura que ni se había dado cuenta de lo cansado que estaba. Cuando ella le invitó a quedarse en la habitación, la oscuridad, su voz y el susurro de su dulce respiración lo habían relajado. Cualquiera habría caído rendido. Sin embargo, todavía tenía que responder a una pregunta:

¿Qué carajos había pasado con su ropa?

Ser consciente de dónde estaba, de cómo iba vestido (o desvestido) y de con quién estaba le provocó una erección. Era inevitable. Los músculos del abdomen se le tensaron cuando pensó en lo cerca que estaban sus dedos, en lo suave que era su piel, en el olor tan dulce de su pelo desparramado encima de su hombro. La miró bajo la luz rosada del amanecer y observó cómo dormía.

Tenía el ceño fruncido y los labios apretados como si, en sueños, estuviera luchando contra algún enemigo. Instintivamente, Ichigo alargó la mano y le acarició el ceño para tranquilizarla.

Una parte de él sólo quería quedarse en aquella cálida cama, escuchando la relajada cadencia de su respiración mientras el sol se iba levantando. Sin embargo, la parte sensata de su cerebro se dio cuenta del peligro que comportaba esa situación. Tenía que encontrar su ropa y salir de la habitación lo antes posible.
Por desgracia, esa parte de su cerebro no reaccionó tan deprisa como debería.

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now