Capitulo 9

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Ichigo miró a Rukia cuando cruzaron las agitadas aguas del río y, con él, la frontera del hueco mundo.

Llevaban horas a caballo, atravesando inhóspitos pantanales cubiertos de juncos donde únicamente las ovejas más resistentes pastoreaban. El sol, cuando salía y los calentaba desde lo más alto, parecía perdido en un cielo tan descolorido y vacío como el lienzo de un artista. Ni siquiera se veía ni un pájaro volando. De vez en cuando, pasaban frente a las ruinas de alguna antigua torre de vigilancia que antes habían defendido los caminos fronterizos de bandas de criminales. Ahora eran edificios vacíos en ruinas cuyos muros de piedra parecían, a veces, hacer eco cuando el viento soplaba por el lugar correcto y recuperar el sonido del acero contra el acero y de los cascos de caballos enemigos.

Cerca de la frontera, por fin dado paso a colinas cubiertas de musgo y verdes prados, con bosques de pinos y robles tan frondosos que, a veces, la luz del sol era prácticamente imperceptible.

En lugar de rodear los bosques, Ichigo los atravesaba siguiendo un viejo camino de saqueadores que pocos conocían, alejándose de los principales caminos para evitar las patrullas del seireitei que protegían la frontera. De este modo, no habían visto ni a un alma desde que habían dejado atrás el último pueblo.

Rukia apenas había hablado durante el viaje, y había respondido a los pocos intentos de conversación de él con un «sí» o con un «no», o a veces simplemente agitando la cabeza. Estaba sentada muy tensa en la silla de montar, incluso después de tantas horas, y con la mirada perdida en el infinito, en silencio.

Ichigo sólo la conocía desde hacía unos días, pero bastaba para saber que aquel silencio, en ella, no era bueno. Esa mujer siempre tenía algo que decir, y el hecho de que ahora no lo hiciera, ni lo hubiera hecho en varias horas, empezaba a ser motivo de preocupación.

Entonces detuvo su caballo y se volvió en la silla para mirarla de frente. Iban por un camino muy estrecho que sólo les permitía avanzar en fila india.

—La cocinera nos ha preparado algo de comida y, hasta ahora, hemos ido a buen ritmo. ¿Te gustaría parar un poco para estirar las piernas y comer un poco?

Rukia lo miró con negligencia y luego asintió. Nada más.

Ichigo frunció el ceño y la guió entre los árboles hasta un pequeño claro donde el riachuelo se ondulaba encima de rocas cubiertas de musgo, aulaga y matas de barrón.

El brezo florecía con brillantes toques de rojo, fucsia y blanco, y por fin había salido el sol, y se reflejaba en las gotas de rocío como lágrimas de hada.

Observó cómo Rukia desmontaba y se tomaba un momento para acostumbrarse a estar de pie después de tantas horas a caballo. Sorprendentemente, su aspecto seguía tan impecable como cuando habían salido de La mansión kuchiki, con el pelo recogido y el pañuelo blanco anudada debajo de la barbilla.

Sin mediar palabra, Rukia se llevó a su caballo hasta una zona verde para que pasturara, se quitó los guantes y se arrodilló junto al riachuelo, donde hundió los dedos en el agua fría para desentumecerlos.

—¿Piensas permanecer así, callada, todo el camino hasta Karakura? —preguntó él, al final, arrodillándose a cierta distancia para recoger agua con las manos y llevársela a la boca.

Contrastó con la sequedad de garganta que sentía, tan fresca, vigorizante y buena; tan buena, en realidad, que cogió más con las manos y se mojó el pelo y la cara, disfrutando del frescor y la humedad.

Se puso de pie y se sacudió la cabeza para secarse el pelo, lanzando gotas en todas las direcciones. Respiró hondo y se llenó los pulmones de aire fresco. Le encantaba estar de vuelta, de vuelta en su tierra. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y emitió un grito de pura alegría.

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now