Capitulo 12

878 67 2
                                    

Tardaron una semana, durante la cual tuvieron que refugiarse en una cueva cuando los
sorprendió una tormenta, hacer frente a los infernales mosquitos, y rodear un río desbocado a consecuencia de la lluvia, pero al final cruzaron el hueco mundo y llegaron a la costa occidental.

Exceptuando por la fuerte tormenta, el tiempo había resistido de forma sorprendente, con el cielo soleado y la niebla ocasional por la noche, como si la Madre Naturaleza estuviera esforzándose para que tuvieran un viaje tranquilo.

El paisaje era impresionante. Rukia solía detenerse a disfrutar de las vistas, maravillada por la austera belleza de las montañas rocosas, empequeñecida por un claro en el bosque acariciado por la lluvia nocturna. Los lagos silvestres resplandecían bajo el cielo nocturno de ónice, reflejando en sus aguas cristalinas el brillo de la luna. La soledad genuina, la belleza inigualable... Era fácil entender por qué Ichigo estaba tan orgulloso de su tierra.

Como había hecho desde el inicio del viaje, los guió por una ruta alejada de los caminos principales, a través de pequeños pueblos y frondosos bosques sólo accesibles a alguien que conociera el terreno. Puesto que las posadas eran escasas, pasaban las noches en casa de conocidos o desconocidos, allí donde veían una vela encendida en el interior de una casa.

Al principio, a Rukia le resultó extraño el hecho de presentarse sin avisar en casa de un extraño, pero, según le había explicado Ichigo, era una tradición legendaria entre los hollows y arrancars acoger a aquel que lo necesitara. Al visitante no se le hacía ninguna pregunta antes de ofrecerle comida y bebida; incluso un enemigo estaba a salvo bajo la protección del techo de su anfitrión. Era una cuestión de tradición. Una cuestión de honor.

En dos ocasiones, durante el viaje, habían pasado a poca distancia de soldados de la sociedad de almas, pero Ichigo enseguida encontró refugio hasta que fue seguro continuar. Por el camino, Ichigo se enteró de que los shinigamis habían perseguido al príncipe hasta las afueras del hueco mundo, con lo que el núcleo de la búsqueda se centraba en el mar, facilitándoles a ellos el poder ir de cañada en cañada sin ser vistos.

Sin embargo, los soldados de la sociedad de almas habían dejado muestras de la devastación aplicada a los arrancars a su paso. Vieron cientos de esqueletos de vacas y ovejas, sacrificadas no por la carne, sino para evitar que los campesinos pudieran alimentarse con ellas. Estaban esparcidas por los inhóspitos prados, pudriéndose bajo el sol.

En las tranquilas cañadas, alejadas de las grandes ciudades, los pueblos habían sido asaltados y quemados. Las cosechas estaban destruidas, pisoteadas o quemadas y, quien se atrevía a protestar, solía acabar con un tiro en la cabeza allí mismo.

Y, a pesar de las tácticas despiadadas de los shinigamis hacia los arrancars, todas las personas que se encontraron trataron a Rukia con amabilidad y hospitalidad. Tenían muchos motivos para mostrarse cautelosos con ella, pero era la esposa de Ichigo... al menos, sobre el papel. Por lo tanto, la protegían.

Desde la primera noche en la posada de la frontera, no habían vuelto a compartir habitación. Rukia no tenía ni idea de dónde dormía Ichigo, o si dormía. Siempre se quedaba despierto cuando ella se acostaba, hablando con sus anfitriones frente al fuego, y cuando ella aparecía al día siguiente, él ya estaba vestido y esperándola.

Rukia se preguntó cómo conseguía no dormirse en la silla de montar, como le pasaba a ella tantas veces, acunada por el canto de los pájaros, el dulce balanceo del caballo y el camino vacío e interminable que tenían delante.

Hubo un momento en que creían que nunca iban a llegar a Karakura, pero por fin alcanzaron la última colina y, cuando bajaron la mirada, se encontraron con las Hébridas rodeadas de niebla.

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now