Capitulo 16

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Cuando Ichigo salió de casa de orihime, llovía. Las nubes habían entrado desde el Norte, se habían hinchado y habían convertido la luna en un brillo lejano. El aire era denso y cargado de humedad mientras dibujaba círculos concéntricos en el valle cubierto por la niebla.

Mientras había estado en el interior de la casa de orihime no se había dado cuenta de que llovía. A juzgar por lo blanda que estaba la tierra y cómo se le hundían los zapatos en ella, ya llevaba lloviendo un buen rato. Cruzó la cañada mojada, inmune a la lluvia que le estaba empapando la ropa. Sólo podía pensar en las palabras de orihime y fruncir el ceño ante el azote del viento.

«Mírame a los ojos, ahora mismo, y dime sinceramente, si puedes, que no sientes nada por esa chica, nada de nada. Dime que no has pensado en ella, que no la has mirado a los ojos ni una sola vez y te has preguntado qué pasaría si no fuera una dama noble, si fuera sólo una chica normal...»

No le gustaba que le hubiera leído la mente con tanta facilidad, y que pudiera adivinar esos pensamientos, pensamientos que ni siquiera él mismo se había atrevido a reconocer. La verdad era que sí había mirado a Rukia a los ojos, más de una vez, y había visto algo más que los ojos de una hija noble. Había visto orgullo e inteligencia, dos cosas que respetaba, especialmente en una mujer. Pero había visto algo más. Había visto vida.

Recordó la última vez que había visto a  Nelliel, en una reunión, poco antes de empezar la rebelión. Era a principios de verano, el brezo estaba floreciendo, y Ichigo se había sentado a escuchar mientras su tío y Sosuke aizen discutían varias condiciones sobre su inminente matrimonio.

Nelliel estaba sentada al borde de la silla junto a su padre, con los pies juntos y las manos cruzadas encima del regazo. Siempre había sido una chica guapa, con el pelo verde y el rostro bonito. Era algo que Ichigo sabía que había heredado de su madre, una belleza antaño famosa en la isla.

Ese día, en más de una ocasión, Ichigo se había fijado en Nelliel para intentar descubrir cómo era. Sus ojos se cruzaron en una ocasión, por un segundo, pero ella apartó la mirada. Ichigo no recordaba qué llevaba, si el vestido era claro u oscuro, pero recordaba otras cosas, entre ellas la forma en que inclinaba la cabeza para ocultar la falta de vida que se había apoderado de sus ojos verdes.

Ya hacía tiempo que había aceptado que tendría que casarse con la hija del peli-castaño por el bien de los kurosaki. Era lógico poner punto y final a una enemistad que había enfrentado a los dos clanes durante siglos.

Ese día, mientras Nelliel estaba sentada en silencio, se había imaginado que era por el mismo desinterés que él. Las condiciones estaban claras. Ninguno de los dos tenía voz ni voto. Aunque ahora se daba cuenta de que no era desinterés. Era desesperanza, rendición.

Ichigo se detuvo un momento cuando llegó a lo alto de la colina que había detrás de la granja. Llovía con ganas y una pequeña luz iluminaba el cielo encapotado, una forma plateada en mitad de la noche. Era tarde, pasada la medianoche, y supuso que Rukia estaría en la cama. Entraría en silencio, se cambiaría de ropa y dormiría un par de horas. Se levantaría antes del amanecer. Con un poco de suerte, podía estar fuera antes de que ella se levantara.

Cuando entró en la casa, vio que el fuego estaba apagado, igual que las lámparas. Estaba oscuro como una tumba, e igual de silencioso, y el único ruido que se oía era la lluvia en el tejado y en el charco de la entrada.

Ichigo entró y se dirigió hacia el armario para buscar una vela, cuando, de repente, oyó una voz que venía del rincón. Estuvo a punto de sacar el corazón por la boca.

—No he encontrado ninguna vela.

—¡Por Dios! ¿Qué haces sentada en el rincón? El fuego está apagado. Esto está helado...

Juego de apariencias  «ichiruki»Where stories live. Discover now