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El miedo es natural en el prudente, y es saberlo vencer es valiente.




Dena gruñó removiéndose en el suave colchón bajo su espalda, jadeando levemente cuando dolor se expandió desde su cadera por todo su cuerpo.


¿Qué demonios era lo que había hecho?


Sus sentidos estaban agudizados por un momento y por otro parecían perderse. Había podido escuchar a Damon caminar de un lado a otro por el piso de la biblioteca hasta las escaleras, también a una persona caminar por fuera de la casa y la respiración agitada de Rose en la habitación al final del pasillo. Cada vez que se movía el costado de su cadera dolía como el infierno, su piel picaba ardiente cuando rosaba la tela de su ropa, su pecho se contraía apenas dejándole pasar el aire a sus pulmones y sus parpados se sentían tan pesados como miles de barras de hierro.


¿Por qué se sentía así?


—Relájate, querida –una mano presiono contra su pecho, impulsándola hacia abajo contra el colchón.


—Tú –cada bello de su cuerpo se erizo ante la voz que le hablo y lucho contra la bruma en sus ojos, logrando enfocar a duras penas a la persona quien la mantenía quieta.


Ojos tan claros como la miel, piel blanquecina, cabello castaño y esa sonrisa, la única que podía causarle escalofríos y terror a la misma vez.


—No te ves contenta de verme –le murmuró sonriendo aún más–. Lo comprendo, después de todo tampoco estoy precisamente feliz de estar aquí.


Dena intentó moverse lejos de su toque, tratando de quitarse sus manos de encima, lejos de su piel. Lejos de ella.


Lejos de las malditas manos de Esther Mikaelson.


—E-Es una alucinación –cerró los ojos con fuerza, soltando un pequeño alarido cuando su cuerpo dolió–. N-No está aquí, n-no está aquí.


Escuchó una cándida risa, provocando que abierta los ojos de golpe. La mujer seguía ahí, luciendo tan divertida con verla de esa manera.


—Estoy aquí, mi hermosa niña –quitó la mano de su pecho, llevándola hasta su mejilla para acariciarla suavemente.


—No, tu estas... Tú estas muerta.


—Y tú estas a punto de estarlo –susurró quedo–. Siente ese dolor en tu cadera, siente como el veneno de licántropo quema tus venas. Siéntelo, Dena.


Abrió la boca para decir algo, pero se cayó cuando las imágenes se proyectaron en su cabeza. Se suponía que las cosas no iban a pasar de esa manera. Ella había salvado a su padre, joder. Todo había pasado tan rápido que las cosas apenas terminaron de ser digeridas en su cabeza antes de lanzarse contra el lobo y proteger a Damon. No tenía ni idea del por qué y sin embargo había actuado por instinto, como si su cuerpo se hubiera alertado antes de que su propia conciencia lo hiciera.

Salvatore ➳The Vampire Diaries [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora