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1875.


— ¿Cariño, estas despierta?


Dena se movió en su lugar en la cama, volteándose para darle una sonrisa cansada a su padre. Damon se adentró a la habitación, cerrando la puerta para que el bucillo de la calle no perturbe el silencio del lugar.


—No puedo dormir –su voz salió seca por el dolor de garganta.


Damon hizo una mueca al escucharla.


— ¿Cómo te sientes? –preguntó sentándose a un lado en el colchón.


—Me duele –susurró.


El sonido basta para que la mueca en su cara se acentué. La pelinegra realmente se veía como si estuviese muriendo en vida; su piel era muchísimo más blanca que de costumbre, bolsas negras con purpura descansaban debajo de sus ojos mientras que estos ya casi perdían ese brillo que tanto la diferenciaba del resto, los regordetes cachetes que tenía también habían desaparecido, de tal manera que solo parecía una pequeña capa de piel cubriendo los huesos de su cara. Y no solo era eso, sino que había perdido tanta carne en todo el cuerpo que lucía tan fácil.


El dolor que Dena sufría no era exterior por mucho que se viera decrepita y pálida, sino que ese se excluía al interior. Él no sabía cómo explicarlo, pero a palabras de su hija; era como fuego ardiente recorriendo cada una de sus venas, quemándolas e hirviendo su sangre a tal grado que la hacía retorcerse en la cama junto con un dolor de cabeza tan intenso, parecido como su cada una de sus neuronas se quemaran por el fuego que la alcanzo.


Sin embargo, aunque eso pasaba a ser segundo plano para la mujer, para el no. Lo que ha Dena mas le dolía era ese vínculo importante que tenía con su naturaleza, ese vínculo que compartía con la dulce voz en su cabeza, la que cuidaba de ella, la que la ayudaba a manejar sus poderes, la que era su complemento. Ese vínculo que significaba tanto para ella como su propia vida, el que se estaba rompiendo.


No iba a acostumbrarse a esos episodios de dolor que constantemente sufría desde hace casi once años, cada vez eran más horribles y dolorosos, lo sabía porque no le hacía falta ponerse en el lugar de Dena para sentir ese dolor, podía verlo. Eran episodios que siempre le traían un sabor amargo a la boca y que provocaban a su corazón dolor al ver la imagen que Dena siempre proyectaba.


Y todo era su culpa aunque la pelinegra le dijera que no era así, pero él así lo sentía y las palabras que Dena siempre le decía no ayudaban a que se sintiera menos culpable, ya que si no hubiera ido detrás de Katherine ese día junto a Stefan, Emily no se hubiera llevado a Dena, haciéndole aquellos hechizos que con el paso del tiempo le dejaron secuelas. Secuelas que la jodian tanto. Había pasado casi once años de eso, once años de haberse convertido en vampiro, de haberse condenado a una vida de miseria.


—Déjame darte sangre, por favor –le dijo de la misma forma, implorando algo que sabía ella no iba a aceptar.


Dena negó, acurrucándose junto a él. —Estoy bien.


Salvatore ➳The Vampire Diaries [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora