- Amo – larga de repente y no puedo evitar reír ¿es broma?

- ¿amo? ¿es broma? – me mira enojado y vuelve a apretar mi cuello, duele - ¡me haces mal!

- Eres mía, ahora yo soy tu dueño – me gira de espaldas a su cuerpo y me agarra de la cintura – cierra los ojos – obedezco – ábrelos – oh, estamos en mi habitación.

Me deja en el suelo y tengo miedo de quedarme aquí dentro con él, después de lo que paso esta tarde.

Ahora que recuerdo lo que esa misma tarde hiso conmigo, me avergüenza mirarle la cara. Su mano aun sujeta mi cuello, mi herida arde, pero esta vez quema, mucho. Me vuelve a girar, y no puedo evitar apartar la mirada por tres motivos, el primer es porque me muero de vergüenza, el segundo, es por mi precaución de no caer en otra de sus habilidades hipnóticas y tercero, no quiero ver esos penetrantes ojos, que hace un momento estaban rojo, asustaban, no quiero volver a verlos así.

- Mírame –oh no, ¿Qué hago? – mírame ¡ya! – se está enojando y eso me asusta, espero que no haga lo que estoy pensando.

Levanto mi irada y sus ojos parecen perforar los mio.se ve el enojo en ellos, están fríos y ¡rojos! Tiemblo y el aprieta más fuerte mi cuello, ¡me está ahorcando!

- Me lastimas.

- En este momento tengo ganas de hacer muchas cosas que no te gustaría – oh, dios mío, tengo miedo – y pienso hacerlas.

- ¿Por qué? No he dicho o hecho nada tan malo como para que seas así.

- No tienes derecho a llamarme por mi nombre.

- ¿te parece para tanto? Está bien, no volveré a decirte así, pero no veo la necesidad de ser tan agresivo – su mirada se vuelve aún más fría y frunce el ceño, lo he hecho enojar aún más, mejor me callo.

Siento un golpe fuerte en mi cabeza y noto que ahora estoy contra la pared ¿Cómo es que hace eso? De la misma manera en que usa sus poderes hipnóticos. Me aprieta aún más y no sé porque estoy tan convencida de que hay algo más por lo que está molesto, que lo de su nombre solo es una excusa para no decirlo.

Su mano libre, agarra mi ropa, por delante, y de un movimiento la rasga, ya entre en pánico. Hace lo mismo con mis pantalones, me ha dejado en ropa interior. No quiero que me vuelva a tocar, no quiero sentirme otra vez como la última vez que termino de hacerlo.

- No por favor – suplico sin evitar mis lágrimas.

- No hare eso que tú piensas, en este momento lo que menos quiero es que tengas placer, quiero que sufras, y esto no te va a gustar – oh ¡quiere que sufra! La idea me hace temblar, sé que algo malvado va a hacerme.

- No, por favor, ya déjame.

- No voy a dejarte Mei, eres mía y te enseñare a obedecer y respetar como si fueras una mascota - ¿Qué diablos? ¿mascota? ¡ahora soy su perro!

Definitivamente no puedo llorar ¡una mascota! ¡Quien se cree que es! Frunzo el ceño y él se asombra. No pienso perder la poca dignidad que tengo. Aunque sé que no le hare nada, levanto mi mano y le deposito un manotazo en su rostro. La resistencia que tendrá, como para que su rostro no se moviera ni un centímetro, después del golpe dedicado con toda mí fuerza. Me mira sorprendido y tengo miedo, pero no pienso demostrarlo, me va a matar, pero no iba a dejar que me diga todas esas idioteces, sin hacer nada.

- El eres mía, me vale una mierda, no seré tu puta mascota, hagas lo que me hagas – su mano aprieta fuertemente mi cuello, que no deja de arder de una forma cada vez más dolorosa.

Cicatrices I: Marcas en la pielМесто, где живут истории. Откройте их для себя