Giré sobre mis talones en dirección a la puerta de madera oscura, tomé con fuerza la perilla brillante color bronce, giré de esta en la dirección correcta para abrir, pero al atravesarla mis padres ya nos estaban allí. «Llegó la hora», pensé para mis adentros.

Caminé escaleras arriba hacia mi habitación. Llegué, entré y cerré la puerta, recostando mi cabeza en la madera oscura soltando al mismo tiempo una bocanada de aire. «Que comience esta historia», me dije en un susurro.

Acomodé mi cabello en una coleta. Descalcé mis pies para que ayudaran a no hacer más ruido con los pasos que estaba dando por mi habitación. Retiré la silla que está junto al escritorio, caminé hasta mi armario y la acomodé frente a este. Me subí sobre la silla mientras me sostenía del armario para no caerme. Al notar que mi altura no era adecuada para alcanzar a revisar sobre el armario, me paré de puntitas sobre la silla para así poder ver con más detenimiento, pero esta me dio una mala pasada al deslizarse en sus ruedas haciéndome caer al suelo por completo y a la gran maleta negra sobre mí.

Renegué un poco estando tirada en el suelo. Tiré la maleta a mi costado izquierdo. Me pasé las manos por las piernas para apartar el polvo, y al pasar por mis rodillas sentí dolor. Las observé y vi unos pequeños moretones; la caída ya comenzaba a mostrar las secuelas. Ir contra corriente iba a ser más difícil de lo que parecía. No me importó y me coloqué de nuevo en una posición erguida, deslicé la cremallera de la maleta, que ya había colocado sobre la cama. Mis pasos eran lo más rápido posibles del armario a mi cama. Tiraba como podía las cosas sobre la maleta, busqué algunos zapatos entre debajo del armario y los coloqué encima de la gran torre de ropa, y luego aplasté todo junto para poder cerrar la cremallera.

Salí un momento al pasillo de mi habitación para revisar que no estuvieran mis padres allí. Caminé a su habitación para reexaminar que no estuvieran por ningún lado. Corrí de nuevo a mi habitación sin importar el dolor que estaba sintiendo en mis rodillas y me calcé de nuevo mis botines. Me solté la coleta, dejando caer el cabello sobre mi espalda, y tiré la maleta al suelo con desesperación. Mi corazón latía acelerado; presentía que cualquier cosa podía pasar en menos de un segundo de tiempo. Tomé un papel limpio de los que estaban en mi mesita de noche, y un marcador de tinta negra que estaba entre uno de mis cajones, lo destapé y lo deslicé sobre la hoja de papel blanca.

« ¡En busca de mis sueños! ¡Contra corriente! -Elizabeth.»

Firmé la hoja y corrí fuera de mi habitación halando de la pesada maleta.

Estando a punto de salir de casa, recordé que no había sacado la caja de ahorros que tengo desde hace un par de años bajo mi cama. Corrí velozmente a mi habitación, saqué la caja y regresé a la sala, donde había dejado mi maleta, y emprendí marcha nuevamente para poder irme de casa de una vez por todas.

Salí de casa con los nervios de par en par, sintiendo cada latido de mi corazón en mi pecho, bombeando la sangre entre mis venas, ese espeso líquido se movía sin control por los delgados conductos. La maleta estaba repleta de cosas que no me ayudaban a acelerar el paso, por el contrario, lograban que me demorara más. Al doblar la esquina de la calle en la que vivo, choqué con un grueso bulto, di un grito al caer al suelo, y me levanté de inmediato.

— ¿Elizabeth? —de inmediato dejé de limpiarme para detallar la gruesa voz que me hablaba.

— ¿Qué hacen aquí? —los miré extraños, pero me dispuse a terminar de salir de allí.

— ¿A dónde vas? —habló mi amiga castaña ayudándome halar de la pesada maleta.

—No soporto estar aquí, ya es hora de ir por mis sueños.

Contra CorrienteWhere stories live. Discover now