—Porque me beneficiará cuando me haga cargo del negocio familiar. —Lo miro y él inclina la cabeza hacia mí, con las gafas reflejadas y el labio entre los dientes. Es mentira y él de alguna manera lo sabe—. Porque soy fácil de convencer e hice lo que mi papá me dijo que hiciera.

Él asiente, aceptándolo como verdad. Esta vez, no parece juzgarme por ello. Coge un pastelillo y se lo mete todo en la boca, con las mejillas abultadas.

—Creo que la realidad es subjetiva. Es diferente para todos y no hay dos personas que tengan la misma realidad.

—¿Es eso algo malo?

—Sí y no. Significa que todos tenemos una moral diferente.

—¿Es esta tu forma de coquetear? —pregunto, tomando otro pastelillo y metiéndolo en mi boca. 

No son tan buenos como los que tienen gluten, pero están bien.

—Yo no coqueteo. —Él levanta las cejas y sus gafas se levantan con el movimiento—. ¿Por qué realmente viniste aquí?

—Quería verte.

—Ya me has visto. Puedes irte ahora. —No está bromeando. 

Esa lógica tiene sentido para él y estoy empezando a entender por qué se considera raro. Toma las palabras objetivamente y las frases significan lo que dicen, no lo que implican.

Entonces aclaro:

—Quería pasar un tiempo indeterminado contigo. Todavía no ha pasado suficiente tiempo.

Me sonríe por primera vez. Es una pequeña sonrisa, pero me quema desde adentro hacia afuera, calentándome hasta sobrecalentarme y luego enfriándome con su belleza. 

Él tararea como respuesta, pero su tarareo no tiene el mismo efecto negativo que el de mi papá. El suyo es estimulante y divertido. El de mi papá es despectivo. Mueve los tuppers a la mesa de noche y sostiene una bolsa de dulces masticables en su regazo.

—Me molestaste hoy —dice.

—Ni siquiera te vi hoy.

—Exactamente. Pero apareciste en mi cabeza y eso me molestó.

—Dame uno de esos. —Asiento hacia la bolsa.

Saca un osito de goma y me lo tiende. Agarrando su mano y tirando de él, lo llevo al final de la cama, ignorando la forma en que se burla de mí por ser predecible.

—Eres raro —le digo, prácticamente obligándolo a sentarse a horcajadas en mi regazo. Él lucha contra ello, pero el esfuerzo es a medias.

—Te lo advertí. Repetidamente. —Él sostiene el caramelo en alto, así que abro la boca y le muerdo el dedo mientras lo tomo.

Se siente jodidamente perfecto encima de mí, con sus piernas a horcajadas sobre mis muslos y su culo descansando tan cerca de mi polla. Como él no está diciendo que no, paso mis manos por la parte exterior de sus piernas, agarrando sus caderas y sintiéndolo. 

Los destellos de ese primer martes juntos hacen que mi polla se endurezca con el recuerdo, pero mirar sus curiosos ojos azules tiene todo mi cuerpo, mente y alma inmersos en la experiencia que es él. Porque eso es lo que él es. Una experiencia. Una que espero sobrevivir.

—Me has molestado cada hora desde el armario de los abrigos —le digo.

Deja caer el caramelo a su lado y sus manos recorren mis brazos lenta y casualmente. Me estremezco y ni siquiera intento ocultarlo. 

Algo en Beomgyu me hace estar dispuesto a ser abiertamente honesto, incluso si quiere utilizar mis vulnerabilidades como arma en mi contra. Cuando llega a mi cuello, sus dedos trazan el tatuaje que se extiende de un lado al otro, sobre mi garganta, desde la mandíbula hasta el pecho.

Walking red flag | YeongyuWhere stories live. Discover now