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Alguien grita. Luego escucho una palmada en lo que supongo es esa boca que grita. Siguen golpes sordos, seguidos de un pie en mi muslo y un golpe, tal vez intencionado, en mi mejilla. Las mantas me golpearon en la cara a continuación, y una cadena de las palabrotas silbadas más coloridas que jamás haya escuchado provienen de... ¿el suelo? Un choque. Un golpe. Más palabrotas.

Abro los ojos parpadeando, sin prisa, pero sin querer perderme este comienzo épico de un paseo de la vergüenza. Mi habitación todavía está a oscuras y el despertador de la mesa de noche me dice que son solo las cuatro de la mañana, pero esos números brillantes le dan al que gritó un bonito foco de luz. Qué bonita vista.

—¡¿Qué mierda?! —La pregunta surge en un grito y se tapa la boca con su mano nuevamente—. En serio ¿Qué mierda? —repite en un susurro entre los dedos extendidos, como si eso fuera a hacer que el grito anterior desaparezca.

No sé qué tipo de respuesta está buscando, así que puse mis brazos detrás de mi cabeza y lo observé caminar por mi habitación buscando su ropa. Murmura todo el tiempo, a veces lanzando miradas asesinas en mi dirección y, a veces, maldiciéndose por beber un martes, porque aparentemente, él sabía que no podía haberlo hecho.

—Siempre los putos martes —dice furioso ante su sudadera con capucha, pasándosela por la cabeza y bajándola para cubrir su estómago mientras intenta mirarme furiosamente de nuevo. La sudadera con capucha está al revés y hacia arriba, así que todo lo que veo es tela gris y el contorno de su nariz y boca—. ¡Putas sudaderas!

Mierda, es lindo cuando está agitado.

Coge la sudadera con capucha, se da la vuelta y va por sus jeans. Sentando su culo en el suelo y subiéndolos por sus piernas, intenta recuperar un poco la compostura. 

Puedo decir que está planeando su fuga. 

Tratando de encontrar la manera más rápida de salir de aquí probablemente sea un poco menos importante que no permitir que nadie lo vea irse. Sé que está a punto de enojarse cuando intenta subirse la cremallera de los jeans, así que me levanto un poco, con la cabeza apoyada en la cabecera, para tener una mejor vista.

—¡Oh, pedazo de mierda! —Ese insulto fue directo hacia mí. Sí, puede que me haya impacientado un poco anoche. Ya no tiene botones y los dientes de la cremallera están destrozados. No hay posibilidad de salvarlos, lo cual es una mierda porque fue su culo con esos jeans el que provocó toda esta situación. La forma en que no pude resistirme a él.

Se los quita de las piernas con una patada y apenas tengo tiempo de taparme la cara con un brazo antes de que vengan volando hacia mí. Me gusta así alterado. Comienza a hurgar en mis cajones, buscando en mis cosas como si fueran suyas. Puedo respetar su confianza ¿o su atrevimiento? Cuando no encuentra lo que busca, abre los brazos con una exigencia.

—¡Pantalones!

Escondo mi sonrisa y asiento hacia el vestidor, mis pantalones deportivos están en un estante allí. Puede que no sea lo suficientemente alto como para alcanzarlos, pero lo veo encender la luz, entrar con agitación y luego lo escucho resoplar, quejarse y maldecir. Mientras él se frustra, reviso mi teléfono y noto que tengo alrededor de cien notificaciones perdidas. No es fácil ser yo, a pesar de lo fácil que intento que parezca. Llamadas de la high life y malas apariencias sacan al dictador de mi vida. 

Siempre el protegido de mi papá. Siempre vigilado. Siempre jodidamente microgestionado.

Casi me levanto cuando escucho un crujido, pero me inclino hacia atrás cuando él cae al suelo y todo lo que había en el estante al que se había subido cae con él. Usando mis pantalones deportivos negros de gran tamaño y su sudadera con capucha, deja la luz del armario encendida cuando emerge como una avispa enojada. Todo zumbidos y aleteos, pequeño pero peligroso.

Walking red flag | YeongyuTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon