Capítulo 15.

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- ¿La niña alcanza a comprender la realidad? ¿Es capaz de evocar los recuerdos? – cuestionaba el doctor Smith. En una extensa sala, una mesa ovalada y catorce sillas ocupadas por otros doctores partícipes en el caso.

- Efectivamente – afirmó el doctor Levine, poniéndose en pie –Esto desmorona mis esquemas, me deja sin palabra alguna. ¿Cómo se supone que debo proseguir?

- De acuerdo estamos en que no contábamos con este relevante dato. Mas debemos reaccionar velozmente. ¿Alguna sugerencia? – propuso el doctor Simmons.

- Quizá si juntásemos a madre y a hija...

- De momento no será posible. ¿No comprende, doctor Miller? El puente desapareció, Helen se halla en riesgo –Reprochó el doctor Levine.

- Examinemos previamente los dos perfiles de forma un tanto ligera: Helen es una mujer con problemas familiares, ¿creen que el resultado actual sea a causa de un desequilibrio mental? ¿Y si se limitase a ser un alma herida encaminada hacia la locura? Claro está que para llegar a este extremo, presenta algún motivo–expuso el doctor Simmons.

- ¿Y qué hay de Juliette? – inquirió otro.

- Exhibe espanto ante la mera idea de imaginarse sola con su padre.

- ¿No entienden? – preguntó en un fuerte alarido el doctor Popper. La estancia permaneció en un silencio abrumador - ¡Parecen simples novatos! ¡Cavilen razonablemente, por Dios! ¿Tan primordial es que Juliette sepa todo? ¡No, por supuesto que no! ¡Comentó que su madre partiría al cielo y que no hay remedio citando que "su destino está ya escrito"! Lo esencial en esta posición es la vida de Helen, acéptenlo –trece miradas se clavaron en el mismo individuo. Cuánta razón en aquellas sabias palabras - ¿Qué observan? ¿A qué aguardan? ¡Dense prisa, no malgasten el tiempo de este modo!

- Yo... yo opino que la raíz del asunto es un trauma, el cual, infundado desde pequeña, ha convivido con Helen potenciándose en las últimas etapas.

- Por consiguiente, remontémonos al pasado.

- Buenos días señora Bradbury – cumplimentó el doctor Simmons, recibiendo a Helen en su consulta.

- Hola – repuso esta.

- Hoy no me andaré con rodeos. Empecemos la sesión –Helen le contempló con semblante firme – Su infancia fue ardua, ¿puede explicarme el motivo?

- Papá llegaba ebrio a casa cada noche, inconsciente por completo. En muchas ocasiones desconocíamos su paradero hasta altas horas de la madrugada. Él, garantizando que mamá le estaba siendo infiel, le golpeaba, asegurando que era todo culpa de ella, la cual solo lloraba mientras él le amenazaba. Luego, cuando sus ansias por maltratarla eran saciadas, se dirigía a mí. Al día siguiente apenas conmemoraba lo sucedido en la noche anterior. Por más que mamá procuraba hacerle entrar en razón, al llegar el anochecer ocurría otra vez.

- Fue complicado...

- Asimismo, no poseíamos grandes cantidades de dinero ahorrado. Y lo poco que albergábamos, papá lo derrochaba en bares, alcohol, e incluso algunas lenguas juraban haberle presenciado con otras mujeres. Cuando hube alcanzado una edad madura, determiné que nada acaecería de igual modo. Aquella historia debía concluir, yo tenía el lápiz sobre mi mano. Era yo quien había de escribir el final.

- Lo consiguió – notificó el psicólogo.

- Sí, así fue. Y ojalá arda en el infierno –con expresión de ira se cruzó de brazos.

- ¿Y si se reencontrase con él? ¿Qué le diría? – cuestionó el doctor.

- Nada, me amurallaría a contemplarle fijamente. Mis ojos, mi mirada, bastarían más que mil palabras.

- Demasiado odio encerrado en ese corazón, por lo que oigo. Quizá no se pudiese contener, ¿no cree? – Helen no reaccionó. - Está bien, le mando una tarea por hoy. Haga un mínimo esfuerzo por recordar aquellos instantes. No se martirice, a fin de cuentas salvó la vida de su madre.

- Mamá – musitaba una Helen mucho menor, de apenas ocho años.

- Tshhhh – chistaba su madre exigiendo silencio.

- Quiero salir de aquí, tengo miedo – Escondida bajo la cama de su dormitorio, Helen abrazaba a su osito de peluche. La mujer se hallaba puesta en pie en la entrada de la habitación, observando inmóvil a través de la ventana cómo el hombre entraba en casa. Uno, dos, tres, hasta diez intentos por encajar las llaves en la cerradura, labor compleja para una persona alcoholizada. Tras esto, la madre cerró la puerta de la estancia, dejando escuchar el ruido de sus tacones alejándose hacia el salón. En los próximos minutos, únicamente oiría alaridos y golpes.

Helen cerraba sus ojos, tan fuerte como le era posible. Deseaba tener una familia unida, feliz, como las que solía vislumbrar en su entorno. Aspiraba a despertar en otro lugar, completamente diferente. Pero era consciente de que lo haría en la misma cama, dispuesta a revivir su pesadilla por un día más.

- ¡Helen! – su corazón se aceleraba, él la reclamaba. Mas obedecería las palabras de su madre, no había de moverse de su refugio.

La puerta se abrió. Percibía los pasos, su respiración.

- Mamá – musitó Helen, dejando escapar una lágrima –Ven, mamá.

- ¿Así que estás aquí? – La había descubierto. En un intento desesperado por escapar, él le atrapó -¿A dónde vas? Tenemos que hablar – su aliento tan desagradable le delataba y corroboraba su estado, había bebido. Y mucho – Tú eres el problema. Tú, pequeña. Y he de buscar una solución cuanto antes.

¿Recordaba el número concreto  de golpes que su cuerpo recibió? Sí, fueron 12 exactos. No hubo una mano que impidiera tal agresión, ni una boca que le detuviese. Únicamente sentía dolor. Le miraba a los ojos, suplicando clemencia. Él reía pérfidamente.

- Un día, no muy lejano... se acerca tu merecido – Argumentó él, marchándose alegre, con expresión victoriosa.

¿Y los años que él transcurrió entre rejas? No fue una cantidad justa. La mataría en su salida, a las dos, así lo afirmó con la mirada en el momento de su encierro.


PALABRAS  OLVIDADAS //#PGP2016//Where stories live. Discover now