Capítulo 8.

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- Buenas tardes, señora Bradbury – Saludó el doctor Simmons, quien recibía en su despacho de nuevo a Helen. Ella le tendió su mano, la cual fue correspondida y tomó asiento -¿Se encuentra hoy más sosegada? –La mujer asintió – Espléndido –Se hizo una pausa, en la que el hombre aprovechó para buscar entre los informes. Los ojeó detenidamente –Bien –Comentó – En vista de que la última sesión no fue demasiado productiva, hoy debemos avanzar con paso más aligerado. ¿Comprende? – Ella afirmó con la cabeza – Empecemos. Según me ha sido informado, su situación económica es excelente mas a pesar de poseer bienes materiales de gran valor, su vida amorosa con su esposo no es del todo radiante. Él la engaña con su secretaria, una tal... Emma. ¿La reconoce? – El psicólogo le mostró a Helen una fotografía en la cual, aparecía Jack con la empleada en el apartamento de esta. Se les podía contemplar muy acaramelados y tras ellos, una ventana que revelaba una ciudad empapada por una lluvia inmensa.

-Sí –confirmó la mujer asiendo el retrato.

- ¿Qué siente? – inquirió el doctor.

- Odio, celos, decepción. ¡Qué sé yo! –Repuso ella.

- ¿Cómo podría describir a Emma?

- Fue contratada por mi marido hace un par de años, con el fin de ejercer como secretaria. Es de procedencia londinense, aunque tiene raíz latinoamericana. Es bella, joven, dulce... sin necesidad de compromisos.

- Ya veo –contestó él.

-  Desconozco si mantenía algún tipo de relación con Jack previamente a ser contratada, he de decir que mi esposo no comentaba demasiado sobre su oficio.

- ¿Cómo descubrió lo que acontecía entre estos dos individuos?

- Comencé a sospechar. Noté que recibía muchos mensajes, llamadas aplazadas, reuniones hasta altas horas de la noche... No intercambiábamos palabra alguna, casi ni parecía importarle –Respondió cabizbaja.

- Infidelidad por parte del esposo –murmuró el doctor Simmons al ritmo al que anotaba las contestaciones–Y... ¿Usted nunca ha sido desleal a su matrimonio?

- No, jamás – negó Helen rotundamente.

- Bien... - el médico cesó de escribir –Puntúe del 1 al 10 el afecto que siente por su esposo en este mismo instante.

- 8 – dijo la mujer.

- ¡Oh! – exclamó el hombre mostrando faz de asombro – Anuncia usted que pese a la alevosía de su cónyuge, continúa amándole – redactó la respuesta.

- Sí – ratificó.

- Repita el ejercicio con respecto a su hija Juliette – propuso él.

- ¡Cómo lo puede dudar! La quiero millones.

- Su contestación entonces es 10, ¿correcto?

- Sí.

- Muy bien – manifestó el doctor Simmons –Ya es suficiente por hoy.

- ¡Espere! – imprecó Helen - ¿Quién es...? – Titubeó.

- ¿Perdón?

- Olvídelo – dijo poniéndose en pie.

Una vez hubo Helen regresado a su celda, el doctor Simmons permaneció en la consulta reexaminando los resultados hasta el momento obtenidos y la información sobre la paciente recientemente atendida.

De pronto, una llamada telefónica resonó por toda la estancia. El médico contestó.

- ¿Diga? – Era su secretaria, reclamando consentimiento por parte del psicólogo para autorizar la entrada de aquella persona que le aguardaba afuera -Sí, permítale el paso.

La puerta de la consulta se abrió.

- Buenas tardes, doctor Simmons –saludó una voz masculina – Hemos de conversar, es de extrema importancia.


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