Capítulo 16.

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- Aseguras haberte ganado su confianza... ¿Tan pronto? – cuestionó un hombre al otro lado del teléfono.

- Sí – afirmó una mujer esbelta, con cabello rojizo y ojos embaucadores, azules como el mar.

- No debemos cometer el mínimo error, Emma – Comentaba él, un individuo con un tono de voz grave, evidenciando seriedad.

- De sobra lo sé, Peter. Mas hay un pequeño inconveniente con el que no calculaba: se halla casado. Es más, tiene una hija. Parece una familia unida... Quizás no haya sido buena idea – Manifestaba ella.

- Emma, ¿te encuentras bien? Ambos discurrimos sobre el plan, del cual concordamos por completo. ¿Rechazas la oferta de ser alguien relevante? – Inquiría él.

- No – negó Emma.

- Pues sigamos adelante con el proyecto – La conversación terminó con una afable despedida.

No se oponía a alcanzar su propósito, mucho menos era su intención abandonar a Peter en el asunto sin mediar palabra alguna. ¿A causa de qué se hallaba tan desconcertada, demasiado indecisa? Algunas causas deambularon por su mente durante tendido rato. Sin embargo, una destacaba de entre todas: no pretendía herir a Jack, aspiraba a ceñirse al conocido refrán "Si realmente amas a alguien, déjalo ir" pero una corazonada se lo impedía. Era cierto, se había enamorado perdidamente, ¿cómo negar lo evidente? Se observó frente al espejo: era bonita. Poseía unas facciones bien definidas, tez clara impecable, una mirada de lo más seductora. Y sobre todo, un corazón que latía alocadamente. Estaba decidido, ¿lo conseguiría? Recordaba las sonrisas burlonas intercambiadas con Jack, su porte elegante y aquel ambiente extremadamente tenso que se creaba entre ambos. Aparentaba ser un hombre impasible, vendedor de falsas esperanzas, intocable ante todo. Para su sorpresa, mostrándose por completo, se localizaba una persona luchadora, cariñosa y sensata.

Era consciente, no cesaba de pensar en él... Debía ser suyo cuanto antes.

- ¿Qué ocurre señor Bradbury? – inquirió Emma contemplando a Jack adentrarse en su despacho – No presenta hoy buen rostro... ¿Ha descansado correctamente? Si lo desea, puedo traerle un café.

Él se limitó a dejar su chaqueta colgada en el perchero, situado en una esquina desapercibida de la estancia y a desplomarse sobre su sillón. Tras haber reunido un par de segundos de profundo silencio, este respondió.

- Dos – murmuró con los ojos cerrados, cabizbajo, sujetándose la cabeza con las dos manos.

- ¿Perdone? – cuestionó la mujer desconcertada.

- Provéame dos cafés, por favor – instó. Obediente, la secretaria acató la orden.

Al cabo de unos minutos, Emma estaba de vuelta con dos cafés templados.

- Siéntese junto a mí, si es tan amable – solicitó él – Ese es para usted – comentó señalando uno de los vasos que previamente había llevado.

Poco a poco surgió el primer beso, el cual inició una ola de infidelidades. No se arrepentía, junto a Emma se sentía querido, amado. En casa solo le aguardarían problemas originados por una estupidez.

Año 1978: Ojo por ojo, diente por diente.

- Regresas tarde – anunció la madre de Helen hacia su esposo, en el momento en el que él hubo llegado, ebrio como de costumbre –Tienes familia, ¿lo recuerdas?

- En algunas ocasiones es preferible olvidar.

- ¡Una manera divertida de hacerlo, volcándose en el alcohol! ¡Por favor, Charles! ¿No piensas en tu hija ni un instante?

- ¡¡Déjame!! – vociferó – Ella es la culpable. Todo son problemas.

- No, Charles. Tú eres el problema –Él alzó su mano hacia arriba, deteniéndola en seco al escuchar a su cónyuge contestar:

- Jamás – Negó firmemente – No más. No consentiré tus humillaciones. Es imposible razonar contigo. Estás perdido, eres un alma del diablo – argumentó ella con expresión de repulsión.

El hombre la observaba mientras su ira incrementaba. Seguidamente, se produjo una fuerte discusión. Pero aquella noche sería diferente. Helen, aterrorizada, llamaba a la policía asegurándose que su padre obtendría su merecido.


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