Capítulo 1

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- ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? -En un cuarto deprimente, descuidado, oscuro y solitario; allí se hallaba ella. Aquel hombre la observaba, puesto en pie, sonriendo perversamente. Tenía los brazos atados, no había posibilidad de escapar. Atrapada, así se definía. Percibía la sangre brotar de su cabeza, paseando por su frente y estallando contra el suelo, señalando una grave herida. Pero no le importaba. Solo ansiaba ver a su pequeña Juliette, abrazarla fuertemente y lo principal, comprobar que permanecía sana y salva. ¿De qué manera había llegado allí? ¿Qué necesitaba de ellas aquella gente? ¿Escaparían con vida?

- ¡Levante! - Vociferó el hombre. Ella no acató la orden - ¡Que se levante he dicho! ¿Acaso está sorda? - Advirtiendo que no tenía opción, obedeció.

- A... ¿A dónde me llevas? - preguntó aterrorizada la mujer.

- ¡Cállese! -Descubriendo que aquel individuo no se andaba con juegos, le siguió. Observaba su alrededor: un pasillo lúgubre, largo aunque estrecho -¡Más rápido zorra! - bramó este, el cual, iba vestido con una camisa de tirantes, unos pantalones hasta las rodillas y unas chanclas que mostraban unas uñas largas y amarillas, reflejando ser presa del descuido. Se fijó en su rostro: un ojo de cristal, una nariz ancha, una barba descuidada y canosa, unos labios cortados y dentadura espeluznante. Aquel hombre debía ser un pobre y desquiciado raptor. Si ansiaba recompensa, ella le podría ofrecer una gran suma. Con la deseada condición de volver a disfrutar de la libertad con su hija.

- ¿Necesita dinero? Yo tengo, mucho. Mi marido es...

- ¡No me interesa quién coño sea su marido! ¡Oiga señora, yo soy un mandao'! Con quien ha de conversar es con el jefe. Así que mantenga el silencio o me veré en la obligación de golpearle de nuevo. Y créame, no será a-gra-da-ble - Terminó riendo a carcajadas.

Ya podía contemplar el final del pasillo, otra puerta frente a ella. El hombre la aporreó con los nudillos de la mano y una voz conocida les permitió la entrada. Los rayos del sol tras tanto tiempo de opacidad. Ya ni siquiera recordaba el calor de la mañana, el cantar de los pajarillos, los momentos de felicidad con su hija y su esposo. ¿Y él, no la estaría buscando? Seguro era que estaba negociando ya sin desperdiciar segundo con los secuestradores... ¡cómo le echaba en falta! Quedando cegada por tanta luz, cerró los ojos. Al abrirlos quedó asombrada.

-¿Tú? -cuestionó. Un agudo silbido. Cayó al suelo desmayada a consecuencia de la herida en la cabeza.


PALABRAS  OLVIDADAS //#PGP2016//Where stories live. Discover now