Capítulo 41: Refugios

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Poco a poco todos los seres queridos de Enzo abandonaron el lugar. Él, sin tapujos, no se separó de Clara para saludarlos. Continuaba abrazado a ella al saludar a sus hermanos, a su madre y hasta a sus compañeros de plantel. Marcelo Gallardo realizó algún chiste al respecto que Clara esquivó con elegancia. Enzo no dejaba de sostenerla: de la mano, del brazo, acurrucándose en su cuello o pecho, abrazándola. Como si soltarla significara tenerla lejos otra vez. Y él, en ese momento, no podía permitírselo.

Julián y Agustina se habían ido con el resto, decididos a dejarlos solos. El castaño seguía anonadado ante la interacción entre su hermana y su amigo, pero la joven rubia fue muy hábil para convencerlo de que no era el momento de estar ahí. Y cuando por fin Enzo y Clara estuvieron a solas, ella le dio una botella de agua gigante.

— Todo te tomas. — le indicó con cierta dureza, pero acompañado de dulzura. — Y después vamos a ir a comer proteínas y carbohidratos.

— No tenes por qué hacer esto. — susurró él, con un nudo en la garganta, tragando el agua.

— Proteínas y carbohidratos dije — repitió buscando en su celular algún lugar cercano. — ¿Viniste en auto o...? — él negó, aturdido — Esta bien, tomamos uno entonces. Encontré un lugar hermoso cerca, pero lo suficientemente lejos para no ir caminando.

— Me pasé dos días tomando vodka en un departamento.

— Ya sé — rodó los ojos Clara. Enzo entonces dejó escapar una sonrisa pequeña. La primera en días, la primera con ella, la primera en ese tiempo.

— Te estoy diciendo esto y ¿rodas los ojos? — exclama sorprendido, haciéndose el ofendido, aunque algo de la escena le da gracia. Clara solo lo mira divertida, como si esa escena fuese una exageración y él estuviera loco.

— Somos pocos y nos conocemos mucho — explica, indicándole con la mano que termine de tomar la botella de agua — a mamá destructiva nadie le gana, morocho. Asique idioteces conmigo sabes que no.

— Por estas cosas te necesitaba a vos — le sonríe, completamente fascinado.

Porque se esperaba que ella le haga una escena. Le recrimine lo que pasó, haga eje en el dolor que le causa, en la charla intensa que habían tenido, en lo sucedido ese mismo día, en Olivia, en hablar de lo que le pasa. Hasta había ensayado en su cabeza una disculpa por preocuparla, por no decirle de la ceremonia, por haberla dejado ir del departamento días atrás, por las cosas que le había dicho, por la imposibilidad de aclarar su cabeza. Pero Clara no le pedía nada de eso. Ella parecía más concentrada en buscar un buen lugar donde alimentarse que en entrar en temas controversiales y eso... eso lo relajaba a él, que de pronto se encontró con un manto de tranquilidad que hace días no tenía y recordó por qué la siguió viendo. Ella lo comprendía en ese no hablar, en respetar sus silencios, en no volver un drama cada escena, en estar en paz, en dar los momentos para poder respirar.

— Y es que yo soy única, más vale que me necesitabas a mi — carcajeo Clara, riéndose. Porque desde el momento en que lo vio supo reconocer que Enzo no necesitaba más problemas, ni más dramas, ni más llanto.

— Que sos única no me cabe dudas — volvió a sonreír él, caminando al lado de la castaña hacia la esquina de la calle — estas completamente loca.

— Ah porque vos sos el rey de la cordura — soltó ella sin mirarlo, con la atención puesta en su celular. — Perfecto, dos minutos y llega el auto.

El recorrido al restaurante fue entre risas y comentarios tontos de parte de los dos, como si no estuvieran saliendo de un cementerio y fuese uno de los peores días en la vida de él. Clara cerraba los ojos ante cada contacto físico que Enzo buscaba, puesto que nunca en todo ese tiempo que llevaban viéndose había sido tan demostrativo. Aunque si, siempre lo fueron, los dos. Pero él particularmente la abrazaba de una manera especial.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora