Capítulo 23: Fusión

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― Dale, Clara, convídame ― se quejó Enzo entre risas mientras la perseguía unos metros atrás.

La situación era la siguiente: habían comprado muchas papas fritas en un local de comida rápida, pero la castaña se había apoderado no solo de las suyas, también de las de él. Que la perseguía con una risita tonta por detrás, intentando quitárselas y comer algunas.

― No ― negó alejando la comida de sus manos cuando él la abraza por la espalda, entre risas. ― No seas bruto.

― Dale ― se quejó sin soltarla. En un movimiento ágil, la volteo, abrazándola por la cintura. ― ¿Y ahora? ¿Te vas a seguir haciendo la canchera?

― Esta bien, te convido ― le sonrió, tomando una de las papas y dándosela en la boca a él. ― Sos un molesto.

― Y vos una caprichosa ― refutó, volviendo a tomar algunas papas fritas, pero aun manteniendo su agarre firme en su cintura.

― ¿Por qué no me soltas?

― Porque no te quiero soltar ― admitió mirándola a los ojos. Sus ojos marrones se fusionaron con los negros de él.

Porque así había sido toda la tarde. Mirarse y fusión, perderse en las pupilas dilatadas, en los rasgos achinados de la risa, en la forma en que el cuerpo se sacude cuando la carcajada se hace presente. En la manera en la que ella sonríe y lo hace enojar, en la manera en la que él la persigue y juegan. Juegan los dos, como dos niños entre risas y besos, como dos adolescentes que salen de paseo con el rio como testigo.

Enzo se resignó un poco cuando la vio a lo lejos y decidió acercarse. Se resignó a dejarse llevar y a sentir. Porque si algo hizo esos últimos días era sentir: todo lo mano y todo lo bueno, pero sentir. Sentir mucho. A Valentina, a él, al dolor, a la alegría, inclusive hasta el placer. Pero lo que sentía estando con ella era diferente. Clara era distinta, diferente, única. No solo todo aquello parecía pasar a quinto plano, sino que, en ese preciso momento, entre risas, abrazado a ella y mirándola a los ojos todo se detenía. Y si, la quería llevar con todas sus fuerzas a la cama, encerrarse en el departamento y no salir más. Pero también quería que se le ocurra un chiste y hacerla a reír, comprarle miles de papas fritas, mirar el rio, que le haga tirar todo el vodka que se cruce por su camino. Y esa encrucijada, sabia, era la razón por la cual había decidido volver con Valentina. Y también la razón por la que el día del aniversario de la muerte de su hija decidió no estar con ella.

Clara por su parte, aunque reía, quería entenderlo. Intentaba hacerlo: Enzo era una persona que tenia una novia con la que había tenido una hija que murió. Y a la cual no quería dejar, ni abandonar, ni siquiera sabía que quería. Eso era lo poco que ella sabía de la situación de él. Y nada de eso la incluía a ella. Entenderlo, por consiguiente, era una buena manera de recordarse a sí misma que, aunque Enzo la mirara de esa manera, aunque Enzo la haga reír, aunque la abrace, la bese, le pida que no tome las pastillas, aunque la haga sentir, aunque le haga bien, ella no era parte de su vida.

― ¿Y tu trabajo? ¿Estas bien con eso? ― luego de otro rato entre corridas, besos furtivos y peleítas, había vuelto al lugar donde se encontraron, recostándose nuevamente sobre el mismo árbol.

― Bien, muchos niños, muchos problemas, mucha gente. Me hace bien estar ocupada ― contó ella, con la vista clavada en el agua ― Agustina a veces me tiene un poco cansada. ¿Vos sabias que es medio jefecita en el lugar donde labura? ― Enzo negó con la cabeza. ― Bueno, lo es. Y es del tipo de gente que se estresa y se angustia, asique es complicado compartir trabajo con ella.

― Nunca entendí por qué ella trabaja ahí ― Clara suspiró. Ella sí. En ese lugar crecieron, se chocaron con la realidad, se reencontraron, bailaron, fueron muy felices y tristes también. Ver tanto dolor y hacer el esfuerzo de transformarlo diariamente en un momento lindo era a su vez desgastante. Pero ella si lo entendía. ― Podría cantar en un bar y estar muy bien con todo lo que tiene.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora