Especial San Valentín (Segunda Parte)

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Caín señaló hacia su sien con la boca de su pistola y su dedo bailando sobre el gatillo, poniéndolo más nervioso a pesar de que el arma de fuego no estaba cargada, aunque eso el arcángel no lo sabía.

—Y además desobedeces a la autoridad. Te condeno a pena de muerte.

—¡Eso es injusto! —seguía reclamando sin conseguir nada aparte de aumentar el ego de Caín.

—¿Qué prefieres: morirte deshidratado en medio del desierto hasta que un escorpión te inyecte su veneno y los buitres rebañen tus huesos o la horca?

Los ojos de Chamuel se dilataron al oír aquellas palabras pronunciadas con cierto placer y crueldad a partes iguales.

—Con la picadura de escorpión al principio apenas notarías un hormigueo. Después las náuseas y los temblores comenzarán, el color de tu piel se quedará en la arena y sentirás una maraña de cortantes pelos en tu garganta seca por el asfixiante calor…

—Al fin le encuentro, sheriff —le sacó de sus sádicas fantasías una voz que le resultaba familiar. Tenía miedo a volverse por si se topaba con una Raphaela. A pesar de todo reunió valor y se giró. Raphael iba elegantemente vestido para la supuesta época en la que se encontraban, típico en él, y no parecía estar pasando por un buen día.

—Ahora estoy ocupado.

—Esto es mucho más importante —le aseguró—. Han secuestrado a mi prometida.

—¿Quién? —intervino Adramelech.

Raphael les mostró dos carteles con el famoso "Se busca vivo o muerto". Caín les echó un vistazo olvidándose del pobre Chamuel. Desde uno de ellos le saludaba el inconfundible Gabriel con su típica sonrisa de cowboy de telenovela acompañado debajo por un montón de números y muchos ceros. El del otro cartel era Nathanael. A él no le habían sacado en una pose tan buena, más bien parecía que le habían pillado desprevenido y salía con una cara bastante ridícula.

—¿Y quién se supone que es tu prometida? —se interesó alzando una ceja.

—Iraia. Nuestra boda se celebra dentro de una semana.

* * *

El sol a aquellas horas era una bola de fuego ardiente refulgiendo en lo alto de su cenit y el calor en aquellas tierras resultaba abrasador. Por eso se encontraban cerradas todas las ventanas y en penumbra aquella cabaña escondida en un recóndito lugar. Gabriel estiró los músculos mientras bostezaba y se levantó de su duro lecho. Al incorporarse sus largos cabellos castaños resbalaron por sus hombros, encuadrándole el semblante. Pegó un largo trago a una cantimplora que no contenía precisamente agua y vertió sobre su cabeza un cubo de agua limpia que se había mantenido más o menos fresca desapareciendo rápidamente los restos de soñolencia. Con el agua chorreando por su torso desnudo se dirigió a un rincón donde yacía una mujer atada a una silla.

—Buenas tardes, querida —la saludó besándole la mejilla. Ella apartó su cara, malhumorada.

—Veo que no te has comido la comida que hice con todo mi cariño para ti. Sé que no soy el mejor cocinero del mundo y que no tiene muy buena pinta —habló llevándose un bocado a la boca—pero por aquí sólo hay roedores y reptiles.

—No pienso comer nada que hayas tocado con tus asquerosas manos —respondió Iraia en tono desafiante.

—Lo normal sería dejar que pasaras hambre, pero así no podrás atravesar el desierto y te necesito sana y salva para tu rescate. Si bajaras esos humos habrías dormido en la cama conmigo en vez de Nathan —dijo señalando a su compañero que aún dormía profundamente sobre la única cama que tenían.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now