CAPÍTULO 26 | TARA

6 2 0
                                    

Si tuviera que explicar con palabras lo que he sentido al ver a Austin con esa camiseta tan apretada que le marcaba cada uno de sus músculos, no podría. O sí, pero serían cosas un tanto impuras. No debería haber accedido a salir esta noche. Tengo la tripa hecha un amasijo de emociones. Ya no le echo la culpa a una indigestión; sé que es por Austin. Lo que no tengo tan claro es lo que significa. Me pone nerviosa, sí, pero ello no quiere decir nada.

Me miro por decimocuarta vez en el espejo, insegura, alisándome el bajo del vestido porque es más corto de lo que estoy acostumbrada a llevar. Es azul marino, con unas rayas onduladas estampadas y no deja mucho a la imaginación, porque se adapta a mi cuerpo como un guante. El escote me gusta bastante, la verdad. No tengo mucho pecho, pero consigue realzármelo más de lo normal. Ale, otra cosa nueva de la que preocuparme. Me siento como si fueran a exhibirme desnuda.

Justo cuando voy a quitarme el vestido, escucho cómo llaman a la puerta. Abro sin siquiera comprobar quién es, porque es bastante evidente. Le indico que pase, con la cabeza gacha, y vuelvo hasta la cama.

Al ver que no dice nada, me giro y veo que sí, ha hecho lo que le he pedido y cerrado la puerta, pero me está mirando fijamente y la nuez de su garganta se mueve al tragar. ¿Qué le pasa ahora a este chico?

—No puedo salir así —hablo—. Es que no puedo. Todavía no estoy preparada para llevar esto.

Parece que por fin reacciona, aunque todavía parece en trance.

—¿Cómo? Estás preciosa, Tara. —Su voz suena ronca, aunque estoy demasiado ocupada con mis inseguridades como para darle importancia.

—Ya, bueno, aun así.

Me contempla seriamente antes de continuar.

—Yo te digo la verdad, pero si no te sientes cómoda puedes cambiarte, por supuesto. —Respiro aliviada al oír esas palabras—. Aunque habré ganado, porque yo sí que me he puesto la camiseta nueva. —Vale, ya no estoy tan segura de querer quitármelo y mucho menos después de ver esa sonrisa burlona en su cara.

Me miro al espejo una última vez antes de emitir un gemido frustrado, coger el bolso y salir de la habitación a toda prisa para no poder echarme atrás. Tan solo me acompaña el sonido de las carcajadas de Austin todavía en el interior.

Insiste en que conoce un sitio con buen ambiente y sin mucho borracho, así que le sigo porque no me queda otra opción. Es él quien estuvo viviendo aquí durante meses. Además, así, si resulta ser una mierda, siempre podré echarle la culpa.

Cuando llegamos, me fijo en que por fuera no parece el típico pub de noche con luces de neón y música alta. Es más... rústico. Sí, eso es. La madera de la fachada habla por sí sola.

—Las damas primero —dice, echándose a un lado para sujetar la puerta y dejarme entrar.

Obedezco, no sin ante dirigirle un gesto divertido.

El interior del local parece más un chiringuito de playa que otra cosa. Es posible que Austin sea un mago, porque nos ha teletransportado a Hawai sin darme cuenta.

Hay tiras de luces sobre la barra y en las paredes, de tal manera que, mezcladas con la madera de los muebles, todo tenga un aspecto cálido y hogareño. No puedo parar de mirar las plantas que cuelgan de todos lados. ¿Y la música? Encaja a la perfección con el ambiente.

Nos sentamos en la barra (algo nuevo para mí, aunque tampoco es que tenga mucha experiencia saliendo de noche) y Austin llama al camarero por su nombre.

—¿Qué pasa, chaval? Hacía mucho que no te veía por aquí —responde el hombre mayor que se parece demasiado a Hagrid, de Harry Potter.

—He venido con una amiga —dice, incluyéndome en la conversación.

Amor de carreteraWhere stories live. Discover now