CAPÍTULO 12 | TARA

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No sé qué clase de efecto calmante ejerce sobre mí el agua, pero siempre que nado luego me entra un sueño monumental. En la toalla no tuve problema para mantenerme despierta porque tenía otras preocupaciones en mente, como intentar no comerme a Austin con los ojos.

Joder, si este chico quisiera ser modelo podría conseguirlo. Yo misma me ofrezco a ser su mánager. No sé en qué momento me pareció buena idea lo de bañarnos en ropa interior. Es algo que suelo hacer con mi hermana, pero claro, la cosa cambia bastante cuando lo haces con un tío buenorro al que conoces desde hace veinticuatro horas.

Dios, ahora cada vez que cierro los ojos veo esos abdominales tan marcados, seguidos de un poco de vello que baja hasta... ¡No! ¡Ya basta, Tara! No sé qué me pasa. Supongo que serán las hormonas. Sí, es eso. O el estrés de ayer, que me ha dejado la cabeza hecha un lío. Porque seamos sinceros, nunca había pensado estas cosas de un tío. Quizá sobre Brad Pitt, pero ya está. Además de que el burbujeo en la tripa que siento constantemente no ayuda.

El caso es que, por suerte, nada más arrancar el coche me quedo completamente dormida durante la increíble cantidad de tres horas, hasta que noto a Austin tratando de despertarme suavemente.

—Eres una dormilona, ¿eh? —se ríe.

Yo solo hago un ruido en señal de protesta y me giro hacia el lado contrario para descansar un rato más.

—Tara, a menos que seas una criatura que subsiste a base de dormir, cosa que, visto lo visto, no me extrañaría en absoluto, deberíamos comer algo.

Justo el recordatorio que mi estómago necesitaba para ponerse a rugir. Me muero de hambre. En mi defensa diré que dormir quema mucha energía.

—Vale... —digo con esfuerzo, incorporándome lentamente y frotándome los ojos.

Cuando le miro, veo que se esfuerza por contener una sonrisa y eso me cabrea porque está demasiado mono.

—¿De qué te ríes ahora?

—Nada, sencillamente eres adorable.

Genial, adorable. Un cumplido precioso para una mujer adulta. Porque sí, aunque me guste tomar tortitas a la hora del almuerzo y duerma abrazada a un osito de peluche, tengo diecinueve años, lo que me convierte en adulta hecha y derecha.

Me limito a poner los ojos en blanco y abrir la puerta para salir. O más bien intentar abrir la puerta para salir, porque había olvidado que no abre desde dentro.

—Espera, que te ayudo —escucho a mi espalda.

Cuando me giro, ya ha salido del coche.

—Parece que alguien sigue un poco dormida —comenta al permitirme la salida.

—Anda, calla —le digo de mal humor, mirando el sitio donde hemos aparcado.

Estamos frente a un edificio de piedra bastante pintoresco que parece ser un restaurante (no es que sea adivina, es que lo pone en una placa a la entrada).

Hay enredaderas trepando por los resquicios entre piedra y piedra y, si contara con una altura mayor, diría que es una versión más ancha de la torre de Rapunzel. Además, tiene un molino a un lado que me encanta.

—Lo he buscado en internet —escucho a Austin decir detrás de mí—. No tienen tortitas, pero espero que te guste la comida italiana.

—No como tortitas todos los días, graciosillo—. Me río.

—Yo qué se. Estás de vacaciones. Hace unos años estuve toda una semana alimentándome a base de pizza.

Hago un esfuerzo por no reírme y empiezo a caminar en dirección al restaurante. Él me adelanta y sujeta la puerta para que pase.

Amor de carreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora