CAPÍTULO 18 | TARA

8 4 0
                                    

Me paso toda la mañana fingiendo dormir porque no me apetece tener que lidiar con un silencio incómodo e intuyo que a Austin tampoco.

No me arrepiento de lo que le he dicho, aunque tal vez he sido un poco dura. Vale, es verdad que solo le conozco desde hace unos días y que no tengo derecho a decirle estas cosas, pero me da la sensación de que nadie en su vida lo ha hecho y ya va siendo hora de que se quite la venda de los ojos. Si lo que me ha dicho es cierto, no creo que su madre sea la mala en esta historia. Aun así, es probable que, para él, simplemente sea más fácil pensar que su padre se fue por ella que por indiferencia hacia su propio hijo, así que no voy a volver a mencionar el tema porque, hasta cierto punto, su situación es comprensible incluso para mí, que jamás he experimentado nada parecido.

Como está claro que es humanamente imposible que una persona duerma tanto (incluso yo), abro los ojos poco antes de que den las dos de la tarde y me incorporo. Tampoco esperaba que ocurriera nada, pero es que Austin no aparta la mirada de la carretera ni un milisegundo. Simplemente permanece ahí, impasible, conduciendo.

Decido imitarle y quedarme callada, pero mi plan se tuerce en cuanto me empieza a rugir la tripa. Y cuando digo rugir, me refiero a que hace tal ruido que parece que el oso con el que nos topamos ayer nos hubiera seguido y estuviera en el asiento de atrás. Me encojo sobre mí misma, rezando para que no se haya escuchado tanto.

—¿Quieres que paremos a comer? —pregunta Austin, interrumpiendo el silencio que inundaba el ambiente y haciendo caso omiso a mis plegarias.

¿Está mal que me guste que, pese a estar enfadado, se preocupe por mí?

—Tranquilo, puedo esperar un rato —respondo, pero parece que mi estómago no está de acuerdo porque nada más pronunciar estas palabras vuelve a hacer acto de presencia.

—Mejor paramos ya —decide. Le miro avergonzada y juraría ver cómo trata de contener una sonrisa. Es la primera muestra de normalidad que le veo expresar desde esta mañana, aunque bueno, tampoco es que me haya podido fijar mucho teniendo los ojos cerrados.

Estaciona a un lado de la carretera (por aquí no pasa nadie), frente a un prado. Como esta mañana se pasó al llenar la cesta para el desayuno, aún queda bastante comida que podemos aprovechar.

¿Qué hay peor que un viaje en coche en silencio? Comer en silencio.

Realmente odio que Austin esté enfadado conmigo y ni siquiera sé por qué. No debería importarme tanto, pero ahora lo único que quiero es que me perdone. Puede que sea por el hecho de que va a ser mi única compañía hasta dentro de unos cuantos días más. Sí. Obviamente es por eso. No porque me importe de verdad. Ni mucho menos por otras cosas. Aunque durante esta mañana el aleteo del estómago se ha visto sustituido por una presión en el pecho.

Probablemente se deba a una pequeña ansiedad. Es imposible que lo que me duela de esta situación sea el corazón, porque tendría que gustarme para eso. Y a mí no me gusta. Ni él ni nadie porque, repito, estoy rota. Jamás he sentido esas cosas y jamás las sentiré.

Aun así, sigo queriendo que Austin me perdone así que, en cuanto termino de comer, me desabrocho el cinturón.

—Un momento —digo, al tiempo que salto al asiento de atrás para poder salir del coche (porque esta vez me he acordado de que la puerta del copiloto no puede abrirse desde dentro).

—¿Qué haces? —pregunta, teniendo todo el derecho a estar confundido.

—Ahora vuelvo.

Salgo, dejándole dentro del coche con las palabras en la garganta, y me alejo en dirección al prado. Aunque es verano, aún hay algunas flores que no están secas, así que me paso los siguientes diez minutos recogiéndolas mientras tarareo Bejeweled, de Taylor Swift.

Amor de carreteraWhere stories live. Discover now