CAPÍTULO 16 | TARA

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Bueno, pues son las cinco de la mañana y apenas he pegado ojo. Creo que me eché una cabezadita entre la una y las tres, pero poco más. La cabeza me va a mil y aun así no consigo comprender qué narices ocurrió ayer. Primero lo del oso, después Austin tumbado sobre mí para ocultarnos del dichoso animal y para colmo, el casi beso. No puedo creer que estuviera a punto de besarme. ¿Le habría dejado? ¿Se lo habría devuelto? Joder, Tara, deja de pensar en esas cosas.

Hasta ahora los besos no significaban nada. Besaba a Liam de vez en cuando porque es lo que hacen los novios, pero no había sentimiento alguno, como era de esperar. Lo que no veía venir era que con Austin sí pudiera significar algo. O sea... no puede ser. Estoy rota. Jamás me he enamorado y jamás me enamoraré. Por mucho que lo haya intentado, soy incapaz.

A lo mejor simplemente estoy malinterpretando la situación. A lo mejor Austin no iba a besarme y a lo mejor lo que siento en el estómago no son mariposas sino gases.

¡Claro! Y lo que creo que siento por él en realidad solo es gratitud o apego por haberme ayudado en esta situación tan estresante. Una especie de síndrome de Estocolmo, pero sin haberme secuestrado, por supuesto. Sí, tiene que ser eso. Vamos, prefiero pensar eso a pensar otras cosas, porque no estoy preparada para enfrentarlas y no creo que lo esté nunca.

A todo esto, ya son las cinco y media y escucho a alguien llamar a mi puerta. Por un momento me asusto, pero luego caigo en que probablemente sea Austin. Espera, ¿Austin? ¡Austin! Cuando caigo en ello el pánico vuelve a azotarme porque, ¿qué narices va a hacer llamando a mi puerta, de madrugada, si no es para hablar de lo que ocurrió ayer?

Todas mis barreras desaparecen y la sólida idea que me había metido en la cabeza sobre la gratitud y el apego empieza a desmoronarse según me voy acercando a la puerta.

Cuando abro, veo a Austin con dos cafés y una sonrisa demasiado brillante como para haber madrugado.

—¡Buenos días, compi de viaje! Aquí está tu Pepito Grillo para despertarte con un café —dice mientras me tiende uno de los vasos.

—Buenos días —digo sin mostrar ni la mitad de entusiasmo. Se me hace raro verle así. Tan normal. Como si no hubiera pasado nada. Me hace pensar que he sido la única que se ha pasado la noche en vela dándole vueltas a lo ocurrido—. ¿Qué haces levantado a esta hora? Más bien, ¿qué haces despertándome a esta hora? —Obviamente no pienso decirle que llevo toda la noche sin dormir pensando en lo mucho que me habría gustado sentir sus labios sobre los míos.

—Menudo recibimiento —bromea—. Ahora sí, está confirmado: no tienes buen despertar.

—Creo que has tenido ocasiones de sobra para confirmarlo. —Pongo los ojos en blanco—. Pasa.

Me sigue al interior y se sienta en el sofá.

—Nos vamos de pícnic.

—¿De pícnic? —pregunto, girándome hacia él.

—Sí, lo tengo todo en el coche y el sitio es sorpresa, así que solo tienes que vestirte y recoger tus cosas.

—Am... vale.

—¡Venga, que va a amanecer!

—¡Vale, vale! —contesto riéndome al tiempo que me meto en el baño para arreglarme.

Quince minutos más tarde ya estamos en el coche en dirección a un sitio desconocido.

—¿En serio no me vas a decir dónde es?

—Ajá.

—¿Has estado ahí antes?

—Sí.

Comienzo a cansarme de sus monosílabos, pero cuando veo que aparcamos digo:

Amor de carreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora