Capítulo 43

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CAPÍTULO 43

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Al despertar, agradecí que la calidez de la luz azafranada me acogiera.

El techo, de forma octagonal, se alzaba majestuoso sobre mí, envuelto en una tela colgante que irradiaba un resplandor etéreo en tonos marfil, como si estuviera impregnado de la luz misma. En lo más alto, suspendido en su cúspide, pendía un candelabro antiguo, su brillo extinto aún sugería un pasado glorioso.

Las cortinas que caían desde los bordes del techo, igual que cascadas de seda, delineaban las paredes de la estancia, otorgando una sensación de intimidad y misterio. Una de ellas, con su movimiento suave y elegante, dividía el espacio en dos, creando un rincón aparte donde reposaba un sillón de madera tallada, acunado por la luz dorada de un farol centelleante.

El lecho, vestido en blancura pura, ocupaba una porción del espacio con su presencia regia y acogedora.

A su lado, se encontraba una pequeña mesita de madera oscura. Estaba adornada con detalles intrincados y sostenía el peso de la elegancia. Sus cajones tenían manijas metálicas moldeadas en forma de estrellas negras. Parecía como si contuvieran secretos cósmicos en su interior.

Me levanté con la batería recargada, sin ningún inconveniente.

Las plantas de mis pies descalzos suspiraron de alivio al hundirse en la esponjosa hierba que cubría el suelo. Justo frente al sillón, descansaba majestuosa una mesa de centro adornada con tres libros de reliquias encuadernadas en viejos pergaminos. Junto a ellos, una lámpara giratoria de aspecto enigmático, emanaba tonos cálidos que acariciaban las sombras de la habitación. Su foco, una esfera, era rodeada por un ballet de nubes etéreas que danzaban con gracia en su alrededor, apenas perceptibles pero cautivadoras.

Detrás de este escenario casi mágico, una abertura triangular en las cortinas señalaba una rosaleda, sumida ahora bajo el suave manto del atardecer. Las flores de Port Flowery, normalmente hermosas, parecían palidecer en comparación con la deslumbrante escena ante mis ojos. Bañadas por el rocío del atardecer, sus pétalos relucían como joyas, cada una un testimonio de la magnificencia de la naturaleza.

¿Qué lugar era este? Recordaba haber caído por lo que parecía ser un pozo y luego las paredes se movieron.

Me pellizqué la mejilla y el dolor respondió a mi duda. Tampoco se trataba de un sueño.

Admirada, contemplé los colores vivos, y la brisa también era muy fresca. Moría de ganas por buscar la forma de salir por esa estrecha hendidura y asomarme, pero decidí no acercarme más.

La sombra de los caídos ✓Where stories live. Discover now