Capítulo 38

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CAPÍTULO 38

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Con los cristales envueltos en el pañuelo y sostenidos por mi mano derecha, por primera vez lamenté haber dejado mi mochila abandonada en el otro mundo.

—Frey debe estar desesperado por encontrar los medallones en el lugar donde los ocultó —me dijo Runa—. El conductor se destruyó, y según su perspectiva, estamos en algún sitio, intentando dar con ellos para juntarlos. Al terminar su frase, me agarró del brazo y me arrastró hacia unos arbustos cerca del buzón de mi casa, casi haciéndome caer, y con un gesto me pidió que me callara, presionando su dedo índice sobre mis labios. Se quedó muy quieta, con la vista clavada en la entrada principal.

Si no me equivocaba, nos ocultaba de algo.

Me tomé el atrevimiento de asomar la mirada.

El pequeño cuerpo apenas consiguió saltar un obstáculo que encontró por el camino, rodó por el suelo y se enredó por la cantidad de hilos que colgaban de su espalda. Se levantó, ajustando la camiseta blanca rasgada a cada lado de su cintura como si fuera un vestido para evitar que se arrastrara, y avanzó unos pasos hasta colocarse junto al pórtico, estacionándose en la entrada.

El muñeco Thomas era una vista extraña, escalofriante y tierna a la vez. Tenía pies pequeños que apenas se asomaban bajo la prenda, y que, sumado a sus manos y el rostro, parecían haber sido tallados en madera. Por otro lado, sus brazos de tela, un poco desproporcionados en cuanto a su grosor, tenían parches que desentonaban.

También conseguí ver ciertos lugares de su cuerpo a través de la camiseta rasgada. Varios hilos se encontraban bajo la prenda y se retorcían, otorgándole un efecto vibratorio.

Thomas dio un salto y todas las hebras se dispersaron en el aire, recordándome a Medusa. Con desesperación, se golpeó las sienes, sus orejas apenas visibles bajo la maraña de cabello enmarañado. Alzó la mirada y giró la cabeza, escudriñando todo a su alrededor en un movimiento de ciento ochenta grados. Mis ojos se abrieron llenos de un sentimiento inquietante y horrorizado.

Aun entre la oscuridad presente, concebí la forma en la que sonreía, pues su mandíbula se abrió despacio y casi pareció contar con la facilidad para desprenderse del rostro. Era como una caja de fósforos. El mentón bajó hasta alcanzar la altura de su pecho, evidenciando una perfecta y rectangular dentadura.

Ahora creía entender por qué Runa se refería a él como una muñeca maldita. Lo que acababa de hacer era escalofriante.

Thomas se tanteó las diminutas orejas, como si estuviera feliz de tenerlas. Su mandíbula se cerró y abrió de nuevo, produciendo un sonido áspero cada vez que sus resecos y pintados labios chocaban como un par de tablas.

La sombra de los caídos ✓Where stories live. Discover now