¿que por qué no me callo? ah, sí, porque soy imbécil

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Jeno la fulmina con la mirada y vuelve a mí con ojos suaves.

—Lo siento...

Me muerdo el labio en un intento por contener una sonrisita.

—No pasa nada. Estábamos ocupados con otras cosas.

Puedo señalar con exactitud el momento en el que asimila mis palabras y un rubor carmesí le tiñe las mejillas. Avergonzado, se cubre el rostro con las manos y rueda en la cama, intentando alejarse de los recuerdos.

—No sé ni qué hora es, pero seguro que demasiado temprano para hablar de esto —murmura ahogado tras ellas, flexionando todos los músculos en sus brazos y hombros y haciéndome reír nervioso—. Buenos días, supongo.

Definitivamente, son buenos días para mí.

De pronto, parece acordarse de algo de suma importancia, porque me mira con ojos grandes y redondos:— ¿Te duele algo? ¿Cómo te encuentras?

Niego enseguida, pero aun así me estiro como un gato perezoso en la cama, buscando algún punto de dolor que tal vez no haya descubierto. Me sale un bostezo casi sin querer que él copia en efecto rebote segundos después.

—Estoy perfectamente —le aseguro con una sonrisita llena de satisfacción mientras me incorporo sobre un codo en la almohada—. Tienes que dejar de preocuparte ya por eso, lo estamos haciendo bien.

Lo estábamos haciendo, que era lo importante. Todavía no me podía creer que ambos habíamos pasado de vivir una noche infernal en UCI a estar desnudos en mi diminuta cama, amaneciendo juntos después de haber hecho el amor a una fina pared de distancia de mi madre y mi padrastro. Un acto de rebeldía por mi parte y de valentía para Jeno, teniendo en cuenta que fue él quien se lanzó primero, para mi propia y agradable sorpresa. Yo diría que lo estábamos haciendo fenomenal.

Sin embargo, su mirada afligida y perdida en algún lado de la habitación me alarma. Extiendo mi mano libre hacia él, preocupado.

—¿Qué pasa? ¿Jeno?

Él sacude la cabeza, despertando pequeñas motas de polvo que bailan a su alrededor bajo la luz cálida del sol.

—No es nada —me miente. Permanezco callado, esperando que el peso de mi silencio haga su trabajo—. Bueno, es lo de siempre.

Se peina hacia atrás con frustración y eleva la vista al techo de la habitación, como si al evitar mirarme pudiera hablar con más facilidad.

Espero paciente, pero con un nudo en la garganta.

—Es que, cuando pienso en lo de anoche... No puedo-, ugh, lo siento.

Siento que algo fino y puntiagudo se clava en mi corazón. La sonrisa se me borra poco a poco de la cara, y es como si todos mis miedos se hicieran realidad. Mi mano que acariciaba suavemente su brazo cae entre nuestros cuerpos.

—¿No te gustó? —La garganta se me cierra tanto que mi voz sale estrangulada. Hay algo que me duele mucho, quizás sea su tono despectivo al hablar de algo que para mí fue maravilloso, o el hecho de que ni siquiera se atreva a mirarme. Tal vez...— ¿...Hice algo mal?

Jeno me mira asustado.

—¡No! Claro que no, no tiene nada que ver contigo —me asegura, incorporándose en la cama para tomar mi mano de nuevo y negar efusivamente—. Me refería a que me siento horrible una vez más.

Veo la vergüenza reflejada en sus ojos, y es como si un dolor nuevo reemplazara a otro en la cavidad de mi pecho.

—¿Es por la dismorfia?

Jeno asiente y se deja caer en el colchón. Agotado, suspira con pesadez.

—Pero eso es solo una pequeña parte. ¿Sabes cuando vuelves a casa después de haber pasado todo el día fuera socializando y comienzas a darle vueltas a todo lo que dijiste o hiciste ante los demás? —Por supuesto que lo sabía. Yo era el rey de darle vueltas a las cosas—. Pues es la mejor forma que tengo para describirlo. Es como una voz en mi cabeza diciéndome que no soy atractivo y que aunque intente ser romántico o sensual solo parezco ridículo, que doy vergüenza y grima y que debo lucir horrible desde fuera.

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⏰ Last updated: Mar 27 ⏰

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