Quiebre

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Mateo

Domingo, 19 de mayo del 2019, 6:47 a.m.

Dos segundos más y hubiera lanzado mi celular por la ventana. ¿Quién carajos llama a esta hora en domingo? Gruñí, enterrando la cara en la almohada y golpeé la mesa de noche buscando ese pequeño aparato ruidoso.

—¡¿Qué?!— lo contesté de la forma menos educada, apenas abriendo los ojos para encender la lámpara.

—Estoy afuera de tu casa.

Hubiera sido el perfecto principio de una película de terror si no fuera porque no había manera en la que no reconociera esa voz. Salté de la cama, me acomodé el cabello con los dedos, tomé los primeros zapatos que encontré y bajé las escaleras corriendo, Diana ya me esperaba en medio de la calle, con las manos en los bolsillos. Hasta ese momento caí en cuenta de que estaba en pijama, pero no me pudo importar menos.

—Más vale que sea importante— le dije, acercándome.

—Por favor, ni que tuvieras cosas más importantes que hacer— dijo, subiendo ambas cejas, siguiéndome el juego— Tu vida no es así de interesante.

Ambos sonreímos. Hice un gesto con la cabeza indicándole que me siguiera. Fuimos muy silenciosos al subir las escaleras hasta la terraza, por suerte, Nat no se despertó, por lo tanto no salió histérica de su cuarto armada con la secadora de pelo, como esa vez que me escuchó preparándome un sándwich en medio de la noche.

Parecía ansiosa de contarme lo que fuera que la hubiera traído hasta mi casa tan temprano, pero no lo hizo hasta que le pregunté:

—Bueno, ¿vas a decirme o...?

—¡Ya es un hecho, hay suficientes donaciones!— gritó sin dejarme terminar, luego tomó aire y habló casi en susurros— Una escuela de arte.

Se lanzó a mis brazos, sentí la cara caliente y recé porque la poca luz que había me ayudara a disimular el tono rojo de mis mejillas. Ella reía, contenta y yo terminé haciendo lo mismo. Cuando me soltó noté que ella también estaba sonrojada.

—Me gusta verte tan feliz.

Sonrió aún más, mirando el cielo, seguramente pensando en su hermano, sabía que estaba pensando en él,estaba feliz porque al fin podía terminar lo que él dejó inconcluso.

Entonces inhaló profundamente y salió de su trance para voltear a verme. Nos quedamos quietos, mirándonos, pero su sonrisa fue desvaneciéndose lentamente, de pronto suspiró y cerró los ojos. Fruncí el ceño, confundido por su cambio de humor tan repentino.

—¿Qué pasa?— susurré, tratando de hacer que me viera, pero apartó la mirada— ¿No estás feliz?

—Sí, estoy feliz, pero...

Me acerqué a ella.

—¿Qué?

Negó con la cabeza.

—¿No podemos posponer el tema?

—No serviría de nada. Anda, dímelo.

Se cubrió la cara con las manos. Me preocupó un poco cuando no habló por un largo tiempo, puse mi mano sobre su hombro y por fin volvió a mirarme.

—Si te digo...promete no enojarte conmigo.

Su tono de voz me dio a entender que lo que diría no iba a gustarme.

—Te lo prometo— dije aún así— Cuéntame.

Soltó todo el aire que tenía con un largo suspiro.

—¿Recuerdas la pregunta que me hiciste hace unos meses? Cuando me preguntaste que me haría completamente feliz — asentí— Bien, pues...ya sé que es.

Sonreí.

—¡Eso es increíble! ¡Me alegro mucho por...! —me detuve al notar que ella no sonreía y apartó la mirada— ¿Qué?

—Bueno...— dijo en un hilo de voz— Le he estado dando vueltas al tema pero la verdad es que sé la respuesta hace mucho...— sus ojos se veían diferentes cuando se posaron en mí, estaba triste— Me encanta la moda, lo único que me gustaba de esos tontos eventos de mi familia era poder vestirme como quería, es la forma que encontré de expresarme y me encantaría dedicarme a eso— tomó aire lentamente— Pero antes necesito viajar, conocer nuevas cosas, alejarme de todos y empezar de cero— me quedé callado, procesando sus palabras— Eso me haría feliz, y por eso decidí que...— hizo una pausa, sabía que no quería escuchar lo que seguía— que voy a irme, Mateo. Cuando empiece el verano.

No sé cuánto tiempo estuve en silencio, con la mirada perdida, pero sé que eso puso nerviosa a Diana.

—¿A dónde?

—París— respondió, hablábamos sin mirarnos— Me aceptaron en el instituto de moda, perdón por no decírtelo antes, no sabía cómo.

Quería alegrarme por ella, ojalá hubiera podido fingir que me emocionaba, pero estaba ocupado asimilando lo que estaba pasando.

—Pero...vas a extrañar tu casa— dije, sólo por decir algo, aunque fue el comentario mas tonto de la historia — Extrañarás todo esto.

Diana volvió la mirada hacia el frente.

—Si lo extraño siempre podré volver pero si no me voy jamás voy a volver a reunir el valor para irme.

Más silencio, la pequeña distancia entre los dos era más notoria que nunca, y dolía, dolía mucho. Aunque no más que sus palabras.

—No te vayas— murmuré, sin siquiera detenerme a pensarlo— Por favor.

—Lo siento— dijo después de una pausa larga— Pero aquí me siento encerrada, no puedo seguir siendo esta persona, no quiero seguir fingiendo porque la vida se va, sólo tenemos una oportunidad, eso me lo enseñaste tú.

—Pero...

—Lo siento, de verdad— me interrumpió—. Pero esto lo hago por mi, no estoy pensando en nadie más.

Recé que no notara cuanto me había dolido eso.

—No estás pensando bien las cosas...

—He pensado en esto toda mi vida— me interrumpió, extrañamente molesta, di un paso hacia atrás sin entender por qué— Tengo que hacerlo, tengo que irme, no puedo seguir atrapada aquí, porque...

Sus labios estaban fríos, nunca los imaginé así. Había imaginado muchas veces cómo sería la primera vez que la besara, definitivamente esta no había sido una de ellas. No había imaginado que sería fruto de un impulso al querer hacer que se quedara, no había imaginado su cara de sorpresa y extrema tristeza cuando la solté y definitivamente nunca había olvidado que sus ojos se llenarían de lágrimas.

—¿P-Por qué hiciste eso?— preguntó en un susurro, y cuando no respondí al instante su desesperación creció— ¡¿Por qué?!

—¡No sé!— exclamé, a punto de llorar yo también— No te vayas por favor, yo te quiero, no llores...

Se tocó la cara con ambas manos y luego miró sus palmas, que seguramente estaban mojadas por las lágrimas, parecía asustada, sorprendida de estar llorando.

—¡Eres un egoísta!— me gritó, poniéndose de pie rápidamente— ¡No puedes pedirme eso! ¡No puedes solo hacer esto y esperar que me quede!

—Diana...

—¡No!— me gritó y por fin logró volver a mirarme— Tuviste mucho tiempo para decirme esto, pero ya se acabó, no voy a quedarme — continuó, con la voz entrecortada — Ni siquiera por ti.

No pude hacer nada más que verla alejarse, quería salir tras ella, como en una escena de película pero me sentía muy débil y triste para hacerlo. Así que sólo me quedé ahí, sentado, sintiéndome pequeño, con un único pensamiento rondando mi cabeza:

Ella no lloraba.

Caos, destino y nosotros [COMPLETO]Where stories live. Discover now