Asfixia

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Diana

10:24 p.m.

La "pista de baile" de la fiesta era simplemente la enorme sala de la casa, puede sonar algo pobre, pero resultó bastante bien. No lo digo por mí, jamás pondría un pie dentro, pero para Vanessa y Daniel fue todo un éxito.

Me limité a observarlos y a tomar pequeños tragos de whisky de mi vaso, en realidad no era una mala fiesta, pero mis pensamientos no me dejaban en paz, no quería pensar en Rafael quedándose con todo, me lo restregaría el resto de mis días y tendría que pegarme un tiro porque simplemente no podría vivir con eso.

Pero por más vueltas que le daba, no encontraba nada que pudiera hacer para evitarlo.

De pronto la música paró, me desconcertó un poco hasta que vi al dueño de la casa subir a una silla y tomar un micrófono para no tener que gritar.

—Hola— dijo y el mar de cabezas contestó lo mismo— Perdón por la interrupción, sólo quería anunciar como se debe la entrada de un grande...¡Rafael Rocher!

¿QUÉ?

Me pellizqué varias veces sólo para comprobar que no, lamentablemente no se trataba de una pesadilla. La música volvió a escucharse saliendo de los altavoces y vi con la quijada hasta el suelo como Rafael caminaba entre todas esas personas que lo miraban maravillados, algunos hasta aplaudían. Sentí un poco de envidia, no de la buena, del tipo de envidia que me haría taclearlo sólo para arruinar su entrada triunfal.

No tardó mucho en ubicarme entre la multitud, se excusó con el grupo de personas con el que hablaba y caminó hacia mí con las manos en los bolsillos, no me moví, pensando tontamente que si no lo hacía no me notaría.

—¡Hermanita!— dijo, me esforcé por no poner los ojos en blanco— No sabía que iba a encontrarte por aquí.

—No te hagas el inocente conmigo, no te queda— contesté sintiendo que por el enojo podría lanzar fuego por la boca—¿Qué haces aquí? Esta es una fiesta de segundo año, tu eres de primero.

—Me invitaron, Diana, ¿no es obvio?— dijo como si me creyera idiota— De hecho siempre me invitan pero no puedo pasármela en fiestas si algún día quiero dirigir KORT, no sería posible. Creo que ya te has dado cuenta.

—Bien, gracias por arruinarme la noche. Adiós.

Intenté alejarme, pero su mano me sostuvo con fuerza, me empujó de vuelta a la silla.

—¿Por qué no sólo te rindes? ¿Por qué insistes en seguir sufriendo?

Eran buenas preguntas.

—Nunca vas a poder hacerlo— espetó, hablando entre dientes— Nunca. No actúes como si no hubieras escuchado a mamá y a papá alguna vez, ellos no creen que puedas hacerlo, les dás lástima, como a Alex, como a mí, como a todos los que te rodean.

Me fui de ahí tan pronto como pude, respirando de forma extraña, otra vez me sentía atrapada y con una mezcla de sensaciones horribles en el estómago: impotencia, ira y ganas de golpear algo.

Me quedé en medio del enorme jardín, ahora se encontraba lleno de gente y eso no ayudaba en absoluto, me concentré en tomar aire pero parecía no haber suficiente en mis pulmones. Mi mente repetía constantemente la voz de Rafael diciendo «Mamá, Diana se volvió loca otra vez» y no podía pararla. Las personas hablaban a mi alrededor, nadie notó que estaba asfixiándome.

Bueno, casi nadie.

Intenté evadir su mirada pero él buscó encontrarme de inmediato, corrí cuando lo vi metiéndose entre la gente para acercarse, en el camino encontré unas escaleras que llevaban a otro nivel en el que no había nadie, las bajé enseguida y me escondí detrás de un arbusto. Los pasos de alguien se escucharon segundos después, me bastó ver el cabello ligeramente largo y completamente negro para saber que se trataba de Mateo, que volteaba a ambos lados buscando algo.

Buscándome.

—Rocher— dijo un poco alto, probablemente para ese punto acostumbrado a gritar para hacerse oír sobre la música, pero ese jardín parecía estar abandonado— ¿Dónde estás, niña problema?

Levanté un poco la cabeza, pensando en si debería salir o no, mi pulso temblaba y no podía pararlo, el ruido de mi respiración agitada probablemente fue lo que me delató.

Se acercó y juro que cada paso que dio hasta llegar a mí me retumbó en el pecho, se arrodilló y me miró serio.

—¿Qué tienes?

Lo que sentía era algo que se parecía mucho al miedo, me abracé a mi misma. Nos quedamos en silencio, separados por menos de un paso. La música a la distancia, los grillos cantando y nuestras respiraciones era lo único que podía escuchar. Y fue curioso, porque en ese momento fue justo lo que necesitaba.

Caos, destino y nosotros [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora