Pasión

18 3 0
                                    

Diana

Sábado, 8 de diciembre del 2018, 5:53 p.m.

Como era costumbre ya, habíamos pasado todo el día juntos, la mayoría paseando sin saber a dónde íbamos, pero por la tarde, volvimos a su casa y después de cenar una pizza de un local de mala muerte, Mateo se aburrió, lo cual significaba que estaba a punto de hacer una locura y que iba a arrastrarme junto con él.

—Recuérdame por qué estamos haciendo esto.

Me miró sonriendo, recuperando el aire después de haber arrastrado cinco botes enormes llenos de pintura hasta la mitad de la habitación.

—Te diría si lo supiera— dijo— Pero la verdad es que casi nada de lo que hago tiene sentido, acostúmbrate.

Sonreí yo también.

—Bien, entonces, ¿solo es lanzar pintura a lo loco?— pregunté.

—Exactamente.

Él fue el primero en tomar una de las brochas grandes y lanzar pintura azul a la pared que teníamos enfrente, lo seguí, aún sintiendo que estaba haciendo algo prohibido, tenía la voz de mamá dentro de la cabeza diciéndome "¿cómo van a limpiar eso?"

Y la mandé al diablo llenando la pared de un bonito color amarillo.

—Me gusta este amarillo— le dije cuando paramos por un momento.

—¿Ah sí? ¿Qué tanto?

—Mucho— respondí y no habían pasado ni dos segundos cuando sentí la brocha llena de pintura pasar por todo el lado izquierdo de mi cara.

Volteé a ver a Mateo, que sonreía mordiéndose el labio inferior.

—Estás muerto.

Tomé la brocha y empecé a perseguirlo hasta que lo atrapé en la esquina de su amado "rincón del arte", por fin se quedó quieto, respirando con la boca abierta, pasé la brocha por todo su torso, con todo y su expresión de incredulidad y sorpresa.

—Esta es una de mis camisetas favoritas— dijo, sonriendo aún así— Y la arruinaste por completo— tomó algo de la pintura y la embarró en mi frente— Tienes suerte de que te quiero.

Cuando quitó la mano de mi cara y vio mi expresión frunció un poquito el ceño.

—¿Qué?

Abrí la boca pero tardé bastante en hablar de nuevo.

—Nada, es que...nunca me habías dicho eso.

Pensé que trataría de meter la cabeza debajo de la tierra como siempre hacía cuando algo lo avergonzaba, pero en vez de eso, asintió contento.

—Bueno, pero no me veas así, pensé que ya lo sabías— yo seguía en algún tipo de shock— Hay otras formas de decirlo además de palabras.

La sonrisa me llegó hasta los ojos.

—Pues yo también te quiero.

Un abrazo y la pintura en nuestra ropa se mezcló, formando el mismo tono de verde de la pared.

—Arruiné tu amarillo.

—También me gusta el verde— respondí.

Y no era mentira, en ese momento estaba un poco embobada con un tono de verde en particular:

El de sus ojos.

Esta vez yo quería meter la cabeza debajo de la tierra.

Hubo algo, lo sé, porque de repente verlo a los ojos no se sentía como siempre. Él sonrió y regresó a donde estaban los botes de pintura, y garabateó con el pincel sobre las manchas que habíamos hecho minutos antes, cuando terminó dio un paso atrás, dejándome ver el dibujo de unas flores que había hecho sobre ese desastre.

—¿Desde cuando te gusta pintar?— le pregunté— Se te da muy bien.

Sonrió, con la mirada llena de nostalgia, y se dejó caer en el piso con suavidad.

—Como sabes a mi mamá le gustaban las flores— me senté a su lado para poder escucharlo mejor— Tenía un libro, donde registraba las características de muchas de ellas, siempre ponía una imágen para reconocerla, pero en vez de imprimirla, la pintaba— suspiró— Supongo que eso lo copié de ella, como muchas cosas.

Me insulté mentalmente por haber sacado el tema, porque ahora estaba triste. Después de debatir durante largos segundos, por fin me atreví y yendo contra todo lo que me decía mi sentido común, le tomé la mano, lo tomó por sorpresa, volteó a verme lento y cuando encontró mis ojos sonrió y también tomó mi mano.

—¿La extrañas?— susurré, aún acostumbrándome a la sensación de su mano con la mía.

—Todos los días— contestó de la misma forma— A veces se me hace increíble, se fue hace tiempo y sigue enseñándome cosas.

—Entonces no se fue— susurré— Nunca va a irse.

Mateo sonrió, me soltó la mano para salir del rincón del arte y regresó con dos cervezas, por unos minutos sólo bebimos en silencio viendo la pared que acabábamos de pintar. Yo no podía dejar de admirar lo que había hecho, tan rápido, tan bonito y tan feliz.

—¿Dirías que el arte es tu pasión?

Me miró curioso.

—¿A qué viene la pregunta?

—Sólo quiero saber— respondí inocentemente— ¿Lo es?

Volvió la mirada a la pared y luego recorrió el cuarto entero con una pequeña sonrisa.

—Sí, creo que sí lo es— concluyó, dándole un trago a la cerveza— ¿Cuál es la tuya?

Suspiré en silencio.

—No tengo ni idea— respondí en un susurro.

—Vamos, no es tan difícil saberlo, Pistache— insistió— ¿Qué es lo que te haría completamente feliz?

Me puse un poco nerviosa al no saber qué contestar, Mateo lo notó sorprendentemente, aunque no me estaba viendo.

—No pasa nada, tranquila, tienes mucho tiempo para descubrirlo.

No sé cómo terminamos sentados en medio de la habitación apoyados en la espalda del otro, pero fue algo bueno porque así no pudo ver mi cara de extrema nostalgia.

"Las cosas no funcionan sin pasión, Diana"

Sí, por fin lo entendía.

Caos, destino y nosotros [COMPLETO]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt