Hibiscos

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Mateo

Verla así era tan increíble como ver a un dodo.

Y es que estábamos de Diana Rocher, la misma persona que se pasaba la mitad de su vida gritándole a todo ser viviente que tuviera el coraje de cruzar mirada con ella. Agresiva, controladora, impaciente, explosiva, con un temperamento de la chingada...sí, y podría seguir por años. Sus ojos siempre tan llenos de fuego, uno tan caótico y bonito que uno se olvidaba que un día podía apagarse. Por alguna razón también había descartado la posibilidad de que eso pasara frente a mí.

—Oye— la llamé cuando el silencio empezó a ser demasiado, me preocupó un poco cuando ni siquiera me miró—Rocher, oye.

Levanté la mano y estiré los dedos, pero no pude tocarla. Tenía la impresión de que, si lo hacía, se rompería. No sabía qué más hacer, consideré irme, pero no podía dejarla sola. No quería.

Así que me senté a su lado y la acompañé en su silencio, al menos hasta que noté que temblaba con violencia. Entonces me preocupé un poco.

—Oye, Rocher, hey...

Me miró, sus manos seguían temblando y su respiración era cada vez más rápida. Aún así no la toqué.

—Siempre me ha gustado la noche, es mucho mejor que el día, ¿no crees lo mismo?

Su expresión no cambió, pero cuando abrió la boca para contestar su respiración hacía que pareciera que lloraba, me senté frente a ella.

—S-sí— se tardó en contestar, con la voz temblorosa.

—¿Qué te gusta de la noche?— pregunté.

Seguía mirándome mientras tomaba aire para contestar lentamente.

—L-los grillos, las estrellas...

Paró y cerró los ojos para suspirar. Toqué su mano con suavidad.

—Está bien, tómate tu tiempo.

Tres segundos más y sus ojos volvieron a abrirse, ya no se veía tan asustada.

—La luna— dijo como si temiera que se le acabara el tiempo— Me gusta la luna.

Sin pensarlo mucho tomé su mano, viéndola respirar varias veces antes de que diera un último y largo suspiro.

—¿Mejor?

Asintió y en ese momento retiré mi mano con suavidad. Nos quedamos en silencio por un rato. La escuchaba respirar hondo de vez en cuando. Ella rompió el silencio.

—¿Cómo supiste?

Dudé un poco pero terminé diciéndole la verdad.

—Mi hermana ha tenido ataques de pánico desde que mi mamá murió.

Silencio, resopló.

—Gracias.

La miré y sonreí un poco, luego volví la mirada al frente y el silencio volvió a rodearnos. Al menos hasta que ella habló, extrañamente siendo tan brusca como siempre.

—Vete— susurró, doblando las rodillas para meter la cara entre ellas.

—No.

Más silencio. Siete minutos hasta que habló otra vez con su tono de voz normal.

—No necesito que estés aquí.

—No estoy aquí por ti— respondí simplemente— No te creas tan importante.

Creo que incluso los grillos sentían la tensión.

—¿Y por qué estás aquí?

—Quiero estar aquí, el pasto es cómodo.

Caos, destino y nosotros [COMPLETO]Where stories live. Discover now