Braavos de las Mil Islas.

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¡Estoy de regreso!

Les pido disculpas a todos, pero honestamente no sabía como terminar de escribir este capitulo. Había muchos puntos en blanco entre medio de varios parrafones y estuve atascado hasta ayer.

Espero les guste. 

-X-

Harry XI.

La proa del barco cortaba la densa cortina de neblina que se alzaba ante ellos. La galeaza Orgullo de Invernalia se abría paso por aguas de un azul oscuro, viento en popa, impulsado por sus seis velas negras, mientras Harry observaba todo recostado en uno de los mástiles. La coca Lord Rickard, la galera Reina del Norte y la carraca Aullido de Lobo seguían la marcha.

Los norteños no eran un pueblo muy dado al mar. En los tiempos del rey Brandon el Navegante, habían tenido la mayor flota de guerra de Poniente, aunque de aquello hacía ya varios milenios. En Puerto Blanco se podían encontrar muchos marineros... si bien la mayoría eran marineros fluviales, más acostumbrados a las aguas poco profundas del Cuchillo Blanco y del Mordisco, que otra cosa. Los demás veían el mar con gran desconfianza.

Harry pretendía que aquello cambiase. No había mar que pudiese asustarlo, sino todo lo contrario. En otra vida había sido un británico y, como los demás ingleses, estaba orgulloso de serlo, porque había sido la Royal Navy la que formo el Imperio Británico, el mayor, más grande y poderoso de toda la historia. «Estoy decidido a no solo tener un ejército como ningún otro, sino también una flota que no tenga rival en mar alguno».

En Puerto Blanco Lord Manderly le había mostrado la semilla de aquella flota. Había una veintena de galeras de combate, cada una con un número de remos que iban desde los cien a los cuatrocientos, con los cascos pintados de azul oscuro, y los mascarones de proa con formas de dragón y lobo. Hasta aquellos momentos todo iba bien... excepto porque, como le confeso Lord Manderly, si seguían construyendo galeras de combate pronto habría una gran escases de marinos. Ordeno que la construcción de galeras no se detuviese, y lo insto a no preocuparse por la falta de marinos. «Otro problema que solucionar».

-¡Son estrellas!-grito Ethan Glover, señalando algo entre la niebla.

Harry se echó a reír. Los marineros subían y bajaban por los tres altos mástiles y se movían por los aparejos para arriar las pesadas velas moradas. Las cubiertas crujían y se inclinaban mientras la Orgullo de Invernalia viraba a estribor.

-Esas no son estrellas, Ethan-replico-. Son los ojos del titán.

Eran ojos distantes y brillantes. Una hilera de riscos, de piceas negruzcas y laderas escarpadas surgía abruptamente del mar. Pero más allá reaparecía el mar, y allí, sobre las aguas, se alzaba el Titán de Braavos.

Sus piernas salvaban la distancia entre las elevaciones de tierra; tenía un pie en cada montaña, y sus hombros se cernían amenazadores sobre las cimas rocosas. Las piernas eran de piedra maciza, del mismo granito negro que las montañas marinas sobre las que se alzaba, aunque en torno a las caderas llevaba una faldilla de armadura de bronce verdoso. Una mano reposaba en el risco de la izquierda, con los dedos de bronce cerrados en torno a un saliente de piedra; la otra se alzaba en el aire y sostenía el puño de una espada rota.

«Es más alto que cualquier torre de Invernalia, y casi tanto como el Muro». Le recordaba a una imagen que había visto del Coloso de Rodas.

En aquel momento, el Titán lanzó un rugido.

Fue un sonido tan ciclópeo como él, un alarido terrible, arrasador, tan estruendoso que incluso ahogó el sonido de las olas que rompían contra los riscos cuajados de pinos. Un millar de aves marinas levantó el vuelo, y Harry suelto una carcajada.

Se Acerca el InviernoWhere stories live. Discover now