El tan ansiado heredero.

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¡Nuevo capitulo, criaturitas! Disfruten. Y antes de que acabe el año, traere a El Hijo del Hogar. Pinky promese.

Ahora, sean felices, coman perdices, vivan, amen, tomen mucha agua y todo eso. Siete bendiciones para todos.


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Rickard I.

Fuera de Invernalia, una fuerte tormenta se había apoderado del aire. Rickard se acercó a una ventana. Solo se veía blanco, tempestades y ventiscas que azotaban los muros de Invernalia y amenazaban con sepultar el castillo bajo las nieves de verano. Un estandarte Stark, con el lobo huargo de cenizo sobre campo blanco, salió volando desde una de las torres y se perdió entre las nubes.

Incluso allí, en el Norte, aquella tormenta de nieve era sorprendente, considerando que aún era verano.

Aun así, Lord Rickard se había preparado, y había surtido sus despensas y almacenes de leña, lo suficiente al menos como para mantener a los habitantes del castillo por una luna. Sus órdenes habían sido mantener las puertas cerradas y retirarse al interior, al menos hasta que la tormenta pasase, algo que todos habían aceptado sin ninguna queja.

Pero luego de tres días de continuas nevadas, Lady Lyarra, su señora esposa, había entrado en labor de parto. Rickard había estado un poco preocupado, porque aún faltaba una luna para el momento adecuado, pero el maestre Walys consideraba que aquello no era nada fuera de lo común. Lyarra había estado bajo estrés últimamente, pero era una mujer fuerte y, lo que era más importante, con muy buenas caderas para parir.

De eso ya varias horas. Rickard había ido al lecho de su esposa, tomado su mano y luego había rezado, ante el arciano, en el bosque de los dioses. Había pedido por Lyarra y porque los dioses le dieran fuerzas, había pedido por su hijo, un varón sano, para que la Casa Stark estuviera segura. Era imperativo un heredero. Su padre, Lord Edwyle Stark, combatía contra los pretendientes Fuegoscuro en los Peldaños de Piedra, al mando de los ejércitos Stark, de manera que Rickard asumió como Lord Protector de Invernalia y Regente del Norte. Y aunque las noticias que llegaban del frente eran buenas y la guerra parecía estar por acabar, la necesidad de continuar el linaje se hacía más evidente.

Quizá los dioses lo habían escuchado, porque una corriente de aire había movido las hojas rojas de las ramas.

-¡Lord Rickard! ¡Lord Rickard!.

Alyn Glover, el Capitán de la Guardia de Invernalia, llego corriendo. Como todos en el castillo, vestía gruesas ropas de lana, con pieles de zorro y foca.

-¿Qué sucede, Alyn?-pregunto Rickard, con cierta impaciencia. ¿Habría nacido ya su primogénito?.

-Mi señor, tiene que venir a ver esto-dijo Alyn, con las mejillas sonrojadas por el frio.

-¿Es Lyarra? ¿Mi padre?

Alyn negó.

-El estado de Lady Lyarra aún no ha cambiado, mi señor. Y no hay más noticias de Lord Stark. Lo que debe ver esta afuera, en el cielo.

Rickard frunció el ceño, intrigado.

-¿El cometa rojo?

-Sí, mi señor. Pero...-Alyn titubeo.

-Déjate de rodeos, Alyn-replico Lord Rickard-. Di las cosas como son.

-Ya no es rojo, mi señor-explico Alyn, nervioso-. Y está cerca. Muy cerca. Sería mejor que lo viese usted mismo, Lord Rickard.

Confundido, Lord Rickard siguió a su capitán a las afueras del Gran Torreón. Y allí, entre las torres de Invernalia y las ventiscas, en lo alto del cielo, estaba el cometa de larga cola. Había aparecido días antes desde el Lejano Norte, de un color rojizo intenso, que había hecho que el pueblo lo llamase Mensajero Rojo, el heraldo que precede a un rey. La Vieja Tata lo había llamado un presagio, un presagio de fuego y sangre, mientras que Walys, el maestre, lo consideraba un raro evento celestial, pero nada fuera de lo extraordinario. Rickard pensaba que era una señal de sus dioses.

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