—¿Sí? —apenas puedo sonreír porque los nervios me ganan y más porque el tira un bufido, sin poder creerlo—, pero no pasa nada Charles ¿De acuerdo? Cuando lo besé no sentí nada, yo-yo...

—¡Cállate! —grita haciéndome temblar porque mi dulce Charles se ha ido y sus ojos enojados están rojos de la rabia—. ¡Sólo te pedí una cosa, Avery! ¡Te lo pedí explícitamente!

—¡Charles, no significó nada, lo juro! —trato de acercarme a él para abrazarlo pero me aparta y eso me duele más que sus ojos. La he cagado—. Charles...

—No quiero escuchar nada ahora, es mejor que te vayas a tu habitación —azota la puerta del baño haciéndome saltar y no me queda de otra que aceptarlo.

Bajo la oscuridad de la habitación, sólo miro por la ventana con vista a un faro de la vía pública. Me parece gracioso porque aunque sea la hermana del piloto, tengo una habitación simple con la peor vista y una cama dura.

Antes de salir de la habitación de Charles recogí mi celular y recordé que la llamada con Lando seguía pendiente, pero cuando intenté marcar su número sonaba apagado, así que no insistí.

Por la mañana mis manos tiemblan cuando sostengo una bandeja de plata donde llevo un desayuno para mi hermano. Quiero disculparme por todo este embrollo.

Apenas y me mira cuando se lo dejo sobre la mesa, porque se mete al baño y cuando sale ya esta vestido, listo para tomar nuestro vieja a Maranello.

Nuestra estancia por la ciudad es de cuatro días interminables donde Charles me habla sólo para indicarme cosas de trabajo, ignorando mi presencia como su hermana y no es hasta que llegamos a Monte Carlo que hace la primera grosería enfrente de mi madre para que nos ponga frente a frente.

El catolicismo y sus reglas para arreglar las cosas a veces me abruman porque ahora nos están obligando a mirarnos frente a frente, vulnerables y llenos de emociones.

—¿Qué sucede ahora con ustedes dos? —Arthur pregunta mientras hace un pinpon de miradas entre nosotros dos, confundido y bebiendo jugo de una pajilla—, definitivamente la casa va a explotar.

—Es Charles, no me cree cuando le digo que no sentí nada con el beso de Max.

—¿Besaste a Max? —pregunta alarmado Arthur sentándose a mi lado y mirándome con los ojos bien abiertos—, joder A, eres puro drama.

—¡Sí y me lo oculto!

—¡Porque no quería que esto sucediera! —desesperada lo miro, sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas porque he intentado de todo para que la situación pare—. Charles, no significó nada para mi.

—¡No es el hecho de que lo besaras Marie Juliette! —odio que me diga de esa forma, lo odio demasiado pero estoy tan desecha por dentro porque me perdone que no replico—, ¡Es el hecho de que me lo ocultaras!

—Charles, sólo no...

—¡Es que ese es el maldito problema! Haz cambiado tanto por algo que paso hace dos años que asusta a todos. Tú jamas nos hubieras mentido, ni siquiera respondido con groserías para defenderte y menos parecer una extraña a nuestro al rededor ¡Sólo mírate! Hasta tu apariencia cambio, tu cabello siempre va por todos lados cuando mamá siempre te lo ha cuidado, tu ropa siempre desalineada y tu cara de pocos amigos. ¿Donde esta mi dulce Avery que te regala una sonrisa en las mañanas aun cuando llovía sabiendo que es su clima menos favorito? Maldita sea, A.

Soy un mar de lágrimas mirándolo con impotencia de gritar que sigo aquí, que sigo siendo yo pero se que lo diría sólo para defenderme y por orgullo, porque aquella Avery ya no existe más y entonces se que estaría mintiendo.

Mintiendo solo para poder salir de un embrollo del tamaño del mundo en el que sola me metí por estúpida.

No quiero sentir. No quiero llorar. No quiero ser débil.

Pero es imposible, porque todo me duele al saber que nunca mas volveré a ser yo por ese maldito momento en mi vida, como si me definiera en absoluto.

Estoy tan harta y cansada, porque todo siempre me regresa a mi horrible pasado, como si no pudiera salir de ese agujero oscuro de humillación constante.

—Lo siento tanto, en verdad.

No puedo dejar de llorar, me siento tan débil que mi respiración se atasca en mi garganta. Mis manos tiemblan tanto que los charms de mi pulsera tintinean. Los miro a ambos y esta vez ellos me miran preocupados.

Me pongo de pie. Porque necesito salir de ahí, el aire no llega rápido a mi cuerpo y me siento asfixiada como si la vida se me fuera a salir por la boca.

Esta mierda me está superando.

Corro por los pasillos de la casa y aunque Arthur y Charles gritan detrás de mi para detenerme sólo quiero llegar a un lugar seguro.

Cierro mi puerta detrás de mi, con pestillo y me arrastro por la alfombra hasta quedar arrinconado entre la esquina de la cama y la pared.

Llorar es lo único que se escucho, no escucho nada más que mi llanto y el tintinear de mi pulsera.

—¿Hola?

—Te necesito aquí, a mi lado. Te lo suplico.

Lando llega tres horas después y se que por primera vez, puedo respirar con calma mientras acaricia mi espalda, mientras yo estoy acurrucada en su pecho, donde me sostiene con su brazo como si fuera un bebé aunque mi piernas están fuerza de su alcance.

Me encanta la manera en que me tiene envuelta en su calor, me siento protegida y amada. Ame la sensación de tranquilidad cuando estamos en silencio, pero demostrándonos que estamos para el otro con el contacto físico.

—Traje pizza de peperonni a la mas llorona de Monaco —murmuro cerca de mi rostro, haciendo su voz con si estuviera hablando con un bebé—. Sé que te encanta.

—Pero no tengo hambre —murmuró, poniendo mi mejor cara de cachorrito—. ¿Podemos ver La Sirenita?

—Lo que tu digas, princesa monegasca —deja un beso en mi frente, y empieza a buscar el mando de la televisión.

Durante la película estoy entre en medio de sus piernas y mi cabeza en su pecho, mientras tiene sus manos en mi cabello.

Antes de que termine, puedo sentir que esta dormido así que me salgo de sus manos para esta vez acomodarlo a él en mi cama, arropándolo porque habían pronosticado lluvias de verano.

Maldita sea Lando Norris, me volviste a salvar.

All For Us - Labrinth, Zendaya

All For Us - Labrinth, Zendaya

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