𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝕰𝖎𝖌𝖍𝖙𝖊𝖊𝖓

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࣪ ˖ ∿ 𑁍 ˓ ⊹ ָ࣪ ˓˓𝔖𝔦𝔢𝔫𝔡𝔬 𝔞𝔱𝔯𝔞𝔳𝔢𝔰𝔞𝔡𝔬࣪ ˖ ∿ 𑁍 ˓ ⊹ ָ࣪ ˓˓

Ubicado dentro de la gran ciudad estaba el pequeño convento, pintoresco y escondido entre una frontera de árboles de hojas perenne, eclipsado por el gran orfanato al lado. No era la clase de lugar que atraería el interés de los turistas. También pasaría fácilmente desapercibido por la mayoría de los locales. Jungkook pasó el auto a través de la puerta abierta. Más allá de los árboles y de un pequeño jardín había un edificio de ladrillo descolorido de dos pisos, invadida a los costados por vides. Aparcamos en un área de grava y miramos hacia el edificio. Lo recordaba, sólo que sin tantas vides.

Habíamos estado en silencio todo el camino. Desearía poder de alguna manera aligerar la tensión entre nosotros, pero tenía que seguir su curso.

Anoche las cosas habían cambiado. En una gran manera.

—Esperaré aquí —me dijo Jungkook. Salí y caminé hasta la entrada en un camino de cemento agrietado. El aire de la tarde temprana aún estaba caliente, pero se hacía soportable por la dulzura de la madre selva en el aire.

En la puerta, leí el pequeño cartel:

Convento de Nuestra Madre María.

Me detuve frente a la pesada aldaba de bronce y la dejé caer tres veces. Una monja joven respondió, llevaba puesto un vestido de mangas largas floreado que caía hasta debajo de sus rodillas, con medias blancas y sandalias. Su cabello estaba en un moño, y un crucifijo colgaba alrededor de su cuello.

La hermana puso una mano sobre su corazón. Una corriente fina de pesar azul marino atravesó la paz lavanda de su aura.

—Debes ser Yoongi. Muchas gracias por venir.

Me invitó al área del vestíbulo y me dio un abrazo cálido, el cual necesitaba, incluso de una extraña. Cuando se fue a recuperar la caja, miré alrededor, a las paredes de color crema del vestíbulo y me sentí cómodo. Podía recordar estar allí en los brazos de Yeji mientras ella se despedía de la Hermana Yewon hace dieciséis años. Allí todavía estaba la fuente contra la pared, dejando salir una corriente de agua como una oleada de nostalgia.

La monja joven bajó los escalones de madera y me entregó una caja pequeña. Era de alrededor de treinta centímetros de longitud y estaba sellada con capas de cinta.

—Gracias por todo —le dije.

—De nada, querido. —Apretó sus manos en frente de ella―. Siento que no tuvieras oportunidad de conocer a la Hermana Yewon. Ella era el alma más preciosa que alguna vez he conocido.

—Yo también lo siento.

Se secó los ojos con un pañuelo, y sentí el gran pesar de la pérdida cuando nos abrazamos una última vez y me giré para irme.

La Hermana Yewon estaba muerta, y con ella se fue cualquier conocimiento que hubiera tenido. Jungkook no me miró cuando entré en el auto con la caja sobre mi regazo. Hizo un giro rápido y salió del aparcamiento, levantando la grava. Su humor no había mejorado.

Quería que dijera algo. Recorrí mis dedos a lo largo de los bordes con cinta de la caja, meditando una lista de temas sin sentido que pudieran llenar el espacio entre nosotros. La muerte de la Hermana Yewon sólo profundizó el vacío.

Cuando volvimos al hotel, entramos juntos a la habitación. Me subí en mi cama y me senté con la caja sobre mi regazo. Levanté la mirada hacia Jungkook, que estaba medio sentado, medio inclinado sobre la mesa al otro lado de mí con sus brazos cruzados y sus ojos idos en sus pensamientos.

𝖘𝖜𝖊𝖊𝖙 𝖊𝖛𝖎𝖑  ; ᵏᵒᵒᵏᵍⁱWhere stories live. Discover now