† LA MENTE SE TRASTORNA †

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Henry levantó del piso a Miriam que estaba pálida como la tiza, su mirada supuraba lágrimas, sus labios temblaba

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Henry levantó del piso a Miriam que estaba pálida como la tiza, su mirada supuraba lágrimas, sus labios temblaba. Henry no comprendía que le había sucedido para que saliera corriendo de esa manera. La mujer había entrado en un estado neurótico, mordió la mano de Henry y salió corriendo como alma que lleva el diablo por segunda vez.

En la mente de Miriam únicamente existía una orden: encontrar a Caden, aún tenía que estar cerca.

—No puedo perderlo, ¡esta vez no! —Miriam corría sin rumbo fijo, quien la mirara pensaría que era una loca que se había escapado de algún sanatorio mental.

La suerte estaba de su lado aquella tarde, Miriam pudo vislumbrar la figura de Caden que caminaba apresurado hacia el carruaje donde lo esperaba su inseparable sombra: Gilbert.

La euforia recorría cada parte de su anatomía, los maltratos y daños psicológicos volvían a sus remembranzas convirtiéndose en el fuego que encendía la pólvora de su inmutable e innegable irá. Vio una botella tirada en la calle sin pensarlo dos veces la tomó y la quebró contra la acera, quedando en su mano una arma blanca filosa.

—¡Caden Greenwood! —vociferó evitando que el hombre abordara el carruaje. Caden la contempló y dedujo inmediatamente que debía eliminarla de una vez por todas y para siempre; dejando de lado lo que le acababa de decir, aquella mujer se estaba convirtiendo en una piedra en su zapato, lo que no sospechaba Caden es que entre los pliegues de su falda un pico de botella rota escondía y eso mezclado a la ira más profunda se convertía en un alma letal.

—Viniste por voluntad propia a tentar a la muerte ¡Entonces te lo concedo!

—¡Jefe, debemos irnos, recuerde que usted está siendo buscado! Deje a esa demente sola con su agonía, no merece ni una sola de sus atenciones —le advirtió Gilbert tratando de persuadirlo, pero fue inútil. Caden lo ignoró y continuó acortando las distancias entre Miriam y él.

—Así no se trata un ser humano, ¡Me hiciste odiar la vida! —increpó la mujer ya frente a Caden, el hombre la tomó por el cabello jalándola hacia atrás dejando el cuello de la mujer a su merced. Los ojos de Mirian estaban inflamados de tanto llanto, su cuerpo frágil y delgado a pesar de ser azotado por la agonía del desamor se llenó de euforia.

—No debiste seguirme perra, te había perdonado la vida ¡Pero te encanta sacarme de mis cabales!

—¡Mátame si así lo deseas, porque este maldito amor que siento por ti es un tormento!

—Te volviste adicta a esta tristeza que te ata, pero pienso liberarnos a ambos.

—Me hiciste creer que era la culpable y no es verdad... pudiste haber escapado con ella —Caden apretó con más fuerza el cabello de la mujer.

—¡Suficiente! —sentencio Caden, seguidamente sacó el bisturí para cortar el cuello de la mujer, esa acción no se llevó a cabo, el rostro del hombre se tensó y soltó a Miriam repentinamente contra el piso. Caden comenzó a arquearse del dolor, la mujer le había clavado el pico de la botella en el abdomen, y ya dentro de su carne lo giró para que fragmentos de vidrio quedaran incrustados, la sangre brotaba a borbotones.

—¡Siente mi herida en ti! —gritó dejando a Caden arrodillado. Él elevó la mirada y la contempló a los ojos, una sonrisa de burla le maquilló la cara.

—Tiene garras la gatita... pero, esta herida perra desgraciada no te devolverá la fertilidad, esa te la arranqué yo cuando di la orden de que te lanzaran por las escaleras... te lo advertí zorra, bienvenida a las pailas del infierno —Gilbert se acercó rápidamente.

—¡Mil veces maldito! Era tu hijo el que crecía en mi vientre.

—Hijo que detesto y reniego, ¡Hijo que no pedí viniera al mundo! —la sangre de la herida de Caden brotaba a borbotones. Miriam corrió como una frenética para terminar lo que había empezado, Gilbert le dio un fuerte golpe en la cara dejándola inconsciente, luego tomó a su jefe y como pudo lo fue subiendo dentro del carruaje; en ese punto Henry Stanley llegó al lugar de los hechos, pudo ser testigo de cómo Gilbert colgaba a Caden que presionaba su mano contra su abdomen sangrante, corrió hacia el carruaje, ese hecho le fue imposible Gilbert sacó una pistola.

—No lo quiero matar, doctor... aléjese o no respondo —Henry subió los brazos en señal de rendición.

—Así me gusta —dijo el hombre, que sin quitarle la vista subió al carruaje, tomó el control de los caballos y salió a toda prisa para alejarse del lugar.

Henry, aun con la mente desorbitada, giró y se percató que Miriam yacía tirada en la calle de aquel callejón sombrío, tenía la boca rota y sus manos estaban llenas de sangre. Henry preocupado y asustado la levanto, algunos transeúntes que pasaron por el distante lugar contemplaron la escena entre la mujer desmayada y el doctor; por caridad se acercaron a ayudarlos.

—Muchas gracias —dijo Henry. —Por favor mi cochero se encuentra a algunas cuantas cuadras de aquí —le explicó el hombre dándole la dirección del establecimiento.

—No se preocupe doctor iré por su cochero.

Henry abrazó a Miriam que aún no recobraba el conocimiento.

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Angelina: Liberación LIBRO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora