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Los habitantes del Olimpo se amontonaban en el recinto principal buscando respuestas por los temblores y la esencia desconocida, cuando Olympia se presentó en llamas, con los ojos negros y los cabellos tan resplandecientes que cegaban al resto de los dioses.

Zeus se enfrentó a ella.

-Has encontrado la llama Olímpica.

Olympia bajó los últimos escalones y se plantó frente a él.

-Mirándote ahora sé que no conocías su paradero. Sin embargo, has retrasado mucho lo que debía hacerse hace tiempo- sentenció.

Ares la miraba con intensidad esperando que sus miradas se cruzaran, deseando que aquella expresión nula en el rostro de la chica fuera circunstancial. Pero lo único circunstancial para Olympia había sido la noche anterior.

-No puedes actuar sola, no fue lo que acordamos.

-Tu vas a acompañarme. No puedes permitir que se derrame sangre en el Olimpo nuevamente. Nuestro padre estará enterado de mi nueva forma en breve, no hay tiempo que perder. Antes que venga a mi encuentro, iremos a él.

-¿Quién te crees que eres para dar órdenes?- interrumpió Poseidón.

Olympia ardió en fuego, sin titubear se acercó a él velozmente y lo tomó por el cuello. Poseidón comenzó a gritar, mientras brotaba vapor de agua de su garganta.

-Podría matarte a ti y a todos los presentes que no me acompañen en batalla en un instante.

Olympia lo arrojó contra la pared más cercana. Los espectadores atónitos comenzaban a desenvainar sus armas, incluído Eros que no se veía sorprendido por la transformación.

-Conocerán los rumores que se han esparcido sobre mí, pues son ciertos -empezó a anunciar al público- sin embargo, han omitido el motivo de mi creación. Mi padre me concibió con la idea de crear un arma, una máquina de guerra. Para ello me fusionó con la llama Olímpica. Cualquiera en este recinto que quiera vencerme en batalla morirá, pues soy la reputada mata dioses que Cronos deseaba engendrar para cubrirse de sus hijos mayores.

Los murmullos retumbaban en el recinto.

-¡Silencio!- gritó Zeus.

Hades se acercó a su hermano y dejó reposar una mano encima de su hombro. Se acercó a su oído y murmuró.

-Tarde. Sólo queda negociar.

Ares se acercó a Olympia mientras todos se encontraban distraídos.

-Olympia, iré contigo a luchar.

-No tienes otra opción -respondió de manera indiferente.

Ouch.

Ares ocultó lo mejor que pudo el dolor de su indiferencia, sabía que sería difícil recuperar a la joven de la noche anterior. Estaba enterado que ella tenía una relación con la llama Olímpica, su padre se lo había informado, más no creía que pudiera ser un peligro porque el objetivo de Olympia era Cronos, siendo esto conveniente para el Olimpo, la guerra no podía postergarse más aunque todos los dioses creyeran lo contrario. El Olimpo estaba manchado de sangre. Ares aún convencido de que las armas eran la solución, temía por la vida de Olympia.

-Reunión del Consejo, ahora -decretó Hades.

Uno a uno se fueron dispersando los dioses hacia la sala del Consejo. Olympia avanzó seguida por Ares. La inquietaba su presencia debido a los recuerdos frescos de su beso y tuvo recordar la elección que hizo al encontrar la llama. Nadie puede amar a quien solo sabe odiar, se repitió. Las cosas cambiaron, ahora estaba en su forma original, completa.

Ubicados todos en sus asientos comenzaron a debatir cómo planeaban ubicar a Cronos.

-Monte Otris, están allí. Lo oí en el bullicio del Tártaro cuando se escapó -interrumpió Olympia.

-¿Cómo sabés que es cierto?

-Allí vivió mucho tiempo cuando se volvió un paranoico que esperaba la traición. Sería lógico volver.

-Ares tú irás a comprobar- ordenó Zeus. El chico asintió.- Cuando estés allí enviarás un ave si es cierto lo que dice.

El resto de la conversación Olympia permaneció en silencio mientra organizaban como irrumpirían en Monte Otris. 



Antes de partir Ares quiso despedirse de Olympia, tenía un mal presentimiento, pero las cosas debían hacerse de igual modo. La encontró sola en las afueras del Olimpo, ya no tenía la piel agrietada, pero sus cabellos permanecían pelirrojos, casi de un naranja parecido al fuego, no había ni un rastro de su cabello oscuro. Se la veía tranquila contemplando la luna llena. Lo escuchó mucho antes de que se aproximara y volteó a observarlo, sus ojos habían vuelto a la normalidad. 

-Me voy.

-Volveras -respondió inmediatamente ella- Afrodita espera el rescate. 

Estaba siendo cínica. Ares no pudo evitar reírse.

-Creo que ella esperaría a cierto joven con rostro de porcelana y ninguna cicatriz.

-No estes tan seguro. De todos modos este es el fin.

-¿De qué? 

-De lo que sea que haya ocurrido anoche. 

-No puedes terminar algo que no empezo, Olympia. 

Ares se acercó sin esperar el permiso de ella y le beso la frente, como esa misma mañana. Olympia se quedó petrificada.

-Nos vemos en la contienda, será un placer luchar a tu lado -se despidió el castaño. Allí se separaban sus caminos por un efímero tiempo.

Olympia solo pudo murmurar un adiós cuando Ares se encontraba lo suficientemente lejos para no oírla. ¿Qué podría brindarle ella al dios de la guerra? ¿Más destrucción? ¿Amor? Ni siquiera sabía que era eso.

Odiaba reconocer que iba a dolerle alejarse de aquel hombre una vez que todo terminara. No estaba invitada a quedarse en el Olimpo, no era necesario que alguien se lo aclarara, Zeus detestaría a su hijo predilecto por querer a una traidora y ella no era nadie para interponerse entre un padre y un hijo que se admiran. Deseaba encontrar la paz, perecer en algún lugar tranquilo lejos de todo. No había otro sentido en su vida que el de matar, pues cuando matara a Cronos, temía que ya no habría sentido alguno, solo recuerdos horribles de una vida terrible, tal vez podría dedicarse a matar bestias por un tiempo, pero ¿y luego qué? Luego no había nada, no arrastraría a un hombre a su miseria. 



Días habían pasado desde que Ares había partido con el silencio de Olympia atravesado en su pecho. Atravesó valles y montañas hasta que descubrió lo que anhelaba, a lo lejos divisó una entrada en Monte Otris custodiada por unas bestias, se acercó lo suficiente para no ser percibido y vió a Afrodita saliendo de allí con una sonrisa, traía ropas distintas, joyas y era seguida por una quimera, lo cual lo dejó desconcertado. Fue entonces cuando la bella mujer percibió la presencia de Ares y sin dudarlo dió la alerta. 

Ares recordó su tarea, el ave. No podían atraparlo antes de que confirmara el paradero de Cronos. El águila que lo seguía sobrevolaba tres mil metros por encima de su cabeza, hizo el mejor esfuerzo para dar la alarma antes de que el ave fuera asesinada. Flechas invadieron el cielo y Ares solo pudo ocuparse de sus perseguidores una vez que perdió al ave de vista. 



OLYMPIAWhere stories live. Discover now