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Habían sido muy idiotas al dejar sus piernas libres, pensó Olympia. Le picaba la piel de la ansiedad por ver la luz de Helios y dejarse atravesar por los vientos de Eolio. 

Torció su postura acercando sus pies a la mesita más próxima a la cama. Le costaba moverse, era consciente de lo entumecido que tenía el cuerpo. Una vez alcanzó la mesa, intento agarrar con los pies una bandeja metálica que contenía un vaso con agua y un jarrón, acercándolo hasta sus manos. Maldijo al escuchar el estruendo de la caída del vaso y el jarrón de vidrio, deseaba que nadie lo hubiera escuchado aunque sabía que le quedaba poco tiempo. Satisfecha por su logro, examinó el filo que tenía la bandeja asegurándose de que fuera lo suficientemente resistente.

Olympia negaba con una sonrisa, mientras calculaba como asestar el golpe de la bandeja sobre la cadena. Le divertía pensar que el gran Zeus era tan iluso como para esposarla con unas largas cadenas que permitieran movilidad. No tenía mucha fuerza dado que no se alimentaba adecuadamente hacía milenios pero la animaba la idea de huir. Y con la imagen de las montañas Tymfi en su mente, idea de su próximo destino, dio el primer golpe. Las cadenas no cedieron ni un poco. Frunció el ceño y probo tres veces más comprobando que no eran unas ordinarias cadenas, hasta que enfurecida arrojó el pedazo de metal contra la puerta incrustándolo en ésta.

Ares atento a los sospechosos ruidos, se sobresaltó cuando lo que parecía algo metálico atravesó la puerta de roble incrustándose en esta. Estaba seguro de que Olympia no había utilizado su privacidad para dormir o descansar. Abrió la puerta para constatar que no hubiera logrado liberarse y la vio forcejeando con las cadenas mientras maldecía a los gritos al Caos creador. Aquella escena le dio un poco gracia pero no lo demostró. Olympia se asimilaba a una niña haciendo berrinches aunque estaba muy lejos de serlo.

-¿Qué mierdas miras? -Le espetó ella. Él no le contestó y se limitó a volver a su posición inicial. 

Olympia comenzó a imaginarse como lo molería a golpes a él y a los otros dos cuando se liberara. Suponía que las cadenas tenían otra función además de retenerla, como apagar sus poderes al igual que las del Tártaro. Le preocupaba que planearan enviarla de nuevo a las mazmorras.

Se detuvo a analizar los barrotes de la cama. Se veían pesados. 

¿Serían lo suficientemente pesados para que ella no pudiera romper la soldadura?

Se paró sobre el colchón hincando los talones con fuerza y jaló de las cadenas, probando si había alguna posibilidad de escape. No tenía la fuerza para lograrlo. Se sentía famélica, pero estaba tan acostumbrada a esa sensación de pesadez sobre su cuerpo que no era consciente de lo débil que se había vuelto. 

La luz del día que irrumpía a través de una pequeña ventana parecía desvanecerse poco a poco. Olympia tomó asiento poniéndose cómoda, no recordaba ninguna sensación de confort similar a la que le brindaba la mullida cama sobre la que descansaba. Toda una vida, si así podía llamarsele, para descubrir en esas circunstancias algo como la comodidad.

La inquietaba saber como sería dormir fuera del Tártaro. 

¿Seguiría doliendo?

No había una noche sin que hubiera sentido que moría una y otra vez sin parar. Mantenía los ojos abiertos vigilando como un búho toda la noche. No sabía cuánto tiempo había demorado en dejarse vencer por el sueño ni cómo había sido la primera vez, pero le vibraba el cuerpo rememorando las pesadillas que la hostigaban llevándola al límite. Había muerto en vida tantas veces que confiaba y creía plenamente en la multiplicidad de los destinos y decisiones que existían. En ello consistía su condena en el Tártaro, morir consecuentemente de miles de formas inimaginables en escenarios tal vez imposibles o no. Veía, olía y sentía absolutamente cada detalle de sus muertes.

OLYMPIAWhere stories live. Discover now