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-¿Qué fue eso?

-¡Tu nueva adquisición atacándome!

Ares se lamentó haberse permitido caer ante los encantos de Afrodita y toda su actitud narcisista. Definitivamente ella no entendía nada que estuviera fuera de sus propios deseos. Lo descartaba y tenía el descaro de actuar como una imprudente dejándolos en evidencia frente al resto de los dioses.

-No desvíes esta conversación -Pidió Ares presionándose el punte de su nariz.

Afrodita lo miró indignada y agitó el mechón de cabello frente al rostro de Ares.

-¿Vas a defender a una traidora? -Cuestionó mordazmente. Ares era conocido por su poca paciencia, algo que ella tomaba en cuenta para sacarlo de quicio.

Él la tomó del brazo con moderada fuerza.

-No juegues conmigo. Tu decidiste terminar lo nuestro no seas infantil, ¿qué pensaste que haría? ¿Querías que suplicara?

La vena en el cuello de Ares comenzaba a hacerse visible. Afrodita le sonrió soltándose.

-Confundes las cosas, cariño.

Volvía a hacerlo sentir estúpido. Utilizaba indirectas todo el tiempo y luego intentaba borrar con el codo lo que había escrito con la mano. Lo hartaba.

-Así como tu, creyendo que no me enteraría que Adonis ocupa el puesto vacante. No estorbes.

Afrodita borró su sonrisa. Si Ares se había enterado de Adonis, eso no le dejaba oportunidad para retomar lo que tenían, dado que a el no le gustaban las idas y vueltas, y mucho menos compartir. Debía decirle adiós a sus planes.

Ares azotó la puerta dejando a la diosa descontenta.



Olympia ingresó detrás de Atenea. Un coliseo con una capacidad reducida, supuso que era exclusivo para los habitantes del Olimpo y su entretenimiento. Nunca había visto algo así.

Se hallaban en la parte inferior, en el centro de la famosa arena donde se daban los combates más brutales y se resolvían los problemas como animales. Habían tenido una conversación acalorada a base de amenazas sobre la cual Olympia suponía que Atenea sería el ser más inteligente con el que se encontraría dentro del Olimpo.

Su concentración se rompió al momento en que un objeto era arrojado hacia ella. Lo atrapó. Al menos aún tenía reflejos, pensó. Atenea le había lanzado una espada enfundada. Olympia, le devolvió la mirada, arqueando una ceja.

-Quiero saber si vales la pena -Contestó Atenea desenvainado su espada.

Olympia se tragó la incertidumbre y la imitó. Seguía débil, pero su fuerza estaba ahí y no había cadenas que la sujetaran. Giró la empuñadura en su mano para comprobar que la espada no era tan pesada como las que habituaba usar en el pasado.

Ambas se miraron y tras unos segundos se abalanzaron a pelear, escuchándose el eco del primer choque de las hojas metálicas.




Ares volvió de la caminata que había hecho, desconcertado por el revuelo y el ruido. Siguió a los guardias que se preparaban para ingresar a la arena del coliseo.

La imagen que tenía delante lo dejó frío. Atenea y Olympia se encontraban en batalla, cubiertas de sangre y tierra. Los dioses contemplaban todo en silencio desde sus puestos. Ares se apresuró a subir junto a su padre, estaba dispuesto a exigir respuesta cuando la expresión fastidiada de Zeus le obligó a callarse y observar la pelea. Evidentemente a su padre no le simpatizaba la situación que parecía haber surgido de la nada y sin acuerdo alguno con los dioses. Una pequeña y peligrosa pelea entre Atenea y Olympia.

OLYMPIAWhere stories live. Discover now