Capítulo 53

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Mi mirada se mantiene fija en la corona imperial que reposa en un mueble especial. Está rodeada de cristal transparente, pero un rayo de sol atraviesa la pequeña ventana de mi armario y la hace brillar más de lo que ella misma brilla. Como si estuviera encima de mi cabeza.

Respiro hondo y mentalizo que llegó la hora. El momento de dejar en claro, a todos los que quieren ser mis enemigos, quién es la verdadera villana.

Me cambio la bata por mi traje de arquero. Realizo una cola alta en mi cabello y me coloco botines del mismo color de mi atuendo: negro. No tengo maquillaje, solo quito el vendaje y limpio la herida de mi palma izquierda. La vuelvo a envolver en un vendaje nuevo y cubro mis manos con guantes de cuero para quedar completamente lista.

Me cansé de este drama. Me cansé de fingir que no soy una asesina, que no deseo asesinar a miles de enemigos para saciar mi oscuridad interna. De no cumplir con mi capricho de seguir teniendo a la humanidad a mis pies. A los reyes y reinas suplicando piedad por mi inexistente misericordia y jugar con ellos hasta aburrirme.

Como ahora.

Me volteo y salgo del armario. Camino hacia la cama, donde dejé mi arco, y lo cruzo por mi cuerpo hasta que quede sobre mi espalda. Me vuelvo a ajustar la cola y la puerta se abre.

Observo a mi conde entrar. Él me da una corta sonrisa e inspecciona cada parte de mí para asegurarse de que estoy bien. Sin embargo, cuando llega a mis ojos, su sonrisa decae y sus hombros se tensan.

—Ayla —inicia y se acerca—. ¿Qué pasa?

No puedo fingir con él.

—Haré mi último movimiento —explico.

Él hunde las cejas, mas sabe a lo que me refiero.

—¿Te encuentras segura?

Asiento con la cabeza y levanto el bolso de flechas.

—Debo acabar con todo —declaro—. Ya no quiero vivir así. Quiero vivir libre. Quiero vivir para mi pueblo y para mí misma, no para justicias ni guerras, Leandro. Ahora soy lo suficientemente superior para no vivir como la reina imperial que soy.

Le palmeo el hombro derecho y le paso por un lado para irme, pero él no me lo permite.

—Zacarías no es el traidor —suelta de un pronto a otro.

Me detengo en seco cuando menciona al hombre que he estado evitando pensar desde hace días.

Mi corazón se agita al único ritmo que el pelinegro puede causar en mí. Mi respiración cambia y los recuerdos de su hermoso rostro regresan a merodear por mi cabeza. Algo que no necesito en este preciso momento.

Trago fuertemente saliva y me giro con lentitud. Lean al notar que tiene mi atención, me enseña dos notas diferentes.

—Esta es la carta de su hermana y, comparada con la de Ámbar... —se salta esa parte—. Son diferentes. Revisé sus cartas y realmente su hermana de cinco años es quién las escribió. Tiene buena letra, pero aun así, se diferencia entre la caligrafía de una niña y la de un adulto.

No miro ninguna carta. Como alguna vez dije: yo lo sé todo.

—Deshazte de la nota de Ámbar—ordeno.

Lean de inmediato la esconde en su bolsillo. Me cruzo de brazos y analizo mejor la situación.

—¿Por qué lo ayudas? —le pregunto.

—Porque al que deberías de haber encerrado era al abuelo, no al nieto.

Volteo los ojos y mi conde continúa con su insistencia.

QUEEN OF DARKNESS (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora