Capítulo 4

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Luego de que todos los prisioneros habían jurado lealtad un corte se mostró en sus palmas, del mismo tamaño y en el mismo lugar en que Lady Damak lo había hecho. Su sangre se derramó por igual y ella pidió que se pusieran de pie mientras les agradecía. La mano del chico dolía con la herida. El trato estaba hecho. Tras eso ella recibió halagos de prisioneros e incluso algunos se inclinaron en reverencias unas con más gracia que otras, sorprendentemente uno llegó a ayudarla a subir a la tarima para el disgusto de uno de los guardias. Un guardia apareció dándole un trozo de papel y ella lo recibió leyendo rápidamente lo que decía, entonces se disculpó y despidiéndose amablemente, agradeciendo una vez más por la lealtad recién dada, dejó a cargo al comandante antes de irse.

El hombre miró a los prisioneros y empezó a lanzar órdenes a los guardias de que fueran retirando las cadenas y verificando las marcas. De nuevo la tensión era palpable entre ambos lados sin Damak para suavizar las interacciones.

— ¿Quién lo diría? Guardias y prisioneros socializando. —comentó 212.

—Yo no le llamaría a esto "socializar". —respondió el chico.

— ¿Cómo lo llamarías?

—Contenerse.

El prisionero 212 bufó para luego agregar: —No van a intentar matarse.

—Tan solo espera.

— ¿Te han dicho que eres un pesimista? —inquirió 212 con tono irónico y el chico terminó de confirmar que el prisionero a su lado no era nada retraído.

—Soy realista. —se defendió.

—El realista es solo alguien pesimista que por ocasiones desvía su vista del desastre para ver otras posibilidades.

El chico ignoró la lógica en el comentario de 212 y siguió viendo a los guardias avanzar entre los prisioneros, escuchando el golpe de las cadenas contra el suelo. Entonces llegaron al chico y viendo el corte en su mano le quitaron las cadenas y un guardia le tendió una tela, la tomó, enrolló sobre su mano y usó los dientes para apretar el nudo. Empezaron a conducirlos fuera al campo abierto de la fortaleza, 212 siguió al lado del chico, y el comandante Eskira subió las escaleras de una de las construcciones, con ventanales gigantes, para que pudieran verlo y oírlo.

Entonces se armó un alboroto y tanto prisioneros como guardias estaban lanzando golpes e insultos. Estaban a la par, cuatro contra cuatro. Y uno de los extremos de la boca del chico se alzó levemente al voltear a ver al prisionero 212 quien hacia una mueca al escuchar uno de los golpes.

—Realista. —dijo el chico sin poder contener la suave sonrisa.

—Pesimista. —contradijo el prisionero con un gruñido, frunciendo el ceño y negando con la cabeza. Hasta que terminó sonriendo.

Rápidamente los otros guardias e incluso el propio comandante empezó a separarlos gritando órdenes a ambos bandos. Tras ambos grupos estar relativamente controlados el guardia de más alto nivel volvió a subir las escaleras y empezó a hablar sobre la distribución de los edificios, cada sección de los calabozos tendría su propio edificio y si este llegaba a estar lleno entonces se ocuparían de buscarles un lugar en otra sección; la ubicación de las letrinas, el rio en el que corría agua fresca y la playa, pues los muros llegaban hasta el mar. El edificio a su espalda seria usado de comedor y cada día tendrían entrenamiento. El plazo máximo para prepararse era de nueve meses. No tenía que decirlo pero estaba claro; al final de esos nueve meses, la guerra comenzaría.

—Todos los procedentes de la cuarta sección seguirán al capitán Menrec. —dijo apuntando a uno de los guardias que dio un paso adelante. — Él los guiará al edificio y será su superior. Ahora formaran parte de su batallón, se reportarán con él.

El Guerrero del Norte ©Where stories live. Discover now