Capítulo-4 Un nuevo comienzo

22 0 0
                                    


19-agosto-1899.

Mirador de la herradura. Heartlands.

Durante tres días y sus respectivas noches, atravesamos extensas llanuras, zonas boscosas, y valles, abandonando las tierras de New Hannover en dirección a Lemoyne. Tras seguir avanzando por cientos de kilómetros, llegamos Clemens Point. La ciudad de Rhodes se encontraba relativamente cerca de nuestro nuevo asentamiento.

Nada más llegar a nuestro destino nos pusimos a desmontar las carretas, organizar las tiendas de campaña y la configuración del nuevo campamento. Nuevamente me asignaron junto a Karen. En vista de que ya me sentía más recuperada anímicamente, y empezaba a agobiarme el estar sin hacer nada, Susan me pidió que ayudase a Pearson con la preparación de los alimentos. Ya lo estaba haciendo con anterioridad de modo ocasional por mi propia iniciativa, solo que ahora se había convertido en una obligación impuesta por Susan, ahora que me veía más recuperada.

Mientras me mantenía ocupada cortando algunas verduras, observé como Dutch, Hosea y Arthur se marcharon del campamento. Al pensar en todas las ocasiones en las que los hombres iban y venían, incluso algunas mujeres como Mary Beth, Tilly o Karen, empecé a sentir un intenso deseo de salir a explorar, cansada de estar encerrada en el campamento durante interminables meses.

Algunos días después, Arthur me comentó como la zona en la que nos hallábamos se encontraba en medio de una larga disputa entre dos poderosas familias. Por un lado los Gray, hombres de bien, dueños de la Taberna de Rhodes, buena parte de los edificios del pueblo así como de una plantación de tabaco, aunque poseían un pasado oscuro como acabaría por descubrir, y los Braithwaite una familia dedicada al contrabando de alcohol, tráfico de esclavos entre otros negocios turbios.

Algunas horas después, mi cuota de paciencia acabó por agotarse, estaba cansada de trabajar para un inepto que no agradecía nada de lo que hacía. Pearson se comportaba como si fuera mi dueño, y con malos modos no dejaba de decirme como tenía que hacer las cosas, como si yo fuera tonta y no hubiera cocinado en la vida.

—¡No me estaba quejando! Solo decía... —expresé harta de los reproches de Pearson.

—No te quejas, gritas.

—Ah, lo siento capitán ¿así que en la marina hacíais las cosas de otra manera?

—A veces dejábamos a las señoritas en el puerto, o la mujer según se diera el caso.

—Puedes decir lo que quieras pero si no salgo pronto de aquí acabaré matándote —dije amenazándole con un cuchillo de carnicero.

—Y si tú no dejas de darme la tabarra, seré yo quien acabe contigo —protestó Pearson encarándose a mí.

—¡Acercarte si te atreves y te haré pedazos! Marinero de agua dulce.

—¡Deja ese cuchillo! Mujer, o te cortaré una mano por descarada.

—¿Qué pasa con vosotros dos? —dijo Arthur acercándose al escuchar nuestra acalorada discusión.

—Estoy cansada de cortar verduras para ganarme la vida, yo valgo para mucho más que esto —dije de mal humor con airados aspavientos.

—Vaya, cuanto lo lamento princesa, ¿su almohada no tenía suficientes plumas? —dijo Arthur con ironía.

—No soy ninguna inútil, Arthur Morgan, estoy dispuesta a trabajar, pero no soy criada de nadie.

—¿Acaso cocinar te parece demasiado humillante? —insistió Arthur conforme yo me alejaba enfadada.

—Mi marido y yo solíamos compartir todas las tareas, solía trabajar en el campo, se usar un cuchillo, cazar, disparar un arma... pero te aviso que como siga en este campamento un minuto más... acabaré descuartizando a este viejo inútil y lo serviré para cenar —grité encarándome a Pearson.

La paradoja de SadieWhere stories live. Discover now