(31) EPÍLOGO

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Julia estaba sentada sobre la mesada de la cocina, los pies colgando y tambaleándose lentamente, observando como Marla batía la crema y aprovechando sus distracciones para meter el dedo en cualquier recipiente. Últimamente no tenía mucho apetito, pero le encantaba molestar al ama de llaves pellizcando bocaditos de todo lo que encontrara por allí. Las cosas dulces, sobre todo, la traían loca. Y desde temprano, aquella mañana, la cocina estaba colmada de preparaciones para tortas, caramelos y confituras.

-Julia, ¿podrías permitirme abrir la alacena? –preguntó Tiara, una de las sirvientas que ya llevaba cuatro meses trabajando en la casa.

Julia comenzó a moverse, sintiéndose pesada y frustrada una vez más por su limitada agilidad.

-¡Qué diablos estás haciendo en la cocina! –rugió Kail, que de pronto había abierto la puerta como un torbellino.

-¡Vete de aquí! –gritó Julia, justo en el momento que sus manos daban con el tarro de harina.

Observó el contenido y de pronto sonrió, recordando aquella vez en que había lanzado harina sobre él. Esa fue la primera vez que estuvieron juntos. Era un recuerdo dulce. Kail también pareció recordarlo porque a pesar de su ceño fruncido, no pudo evitar una sonrisa. Sus ojos la alentaban a lanzarlo: Vamos, hazlo, y ya verás lo que te pasará... Pero no podían distraerse justo ese día. Era muy importante para ambos.

-¡Déjate de tonterías, Julia, y ven a ayudarme con estas malditas guirnaldas!

Julia lanzó una carcajada al percatarse de lo ridículo que se veía con todo ese papel de colores enredado en el cuello y en los brazos.

- Seguro que Lauder puede ayudarte –le respondió quitándole importancia al tema.

Se volvió a Tiara, que le guiñaba el ojo y sonreía solo de pensar en el señor Heist y Lauder luchando con las guirnaldas. Se había encariñado bastante con ella. Era una muchacha educada y divertida, una compañera de travesuras, una amiga como nunca había podido tener en la niñez. La quería.

Esa misma mañana había discutido con Kail sobre las sirvientas. Ya no quería que pasaran por la casa sólo por unos meses. Estaba cansada de conocer personas buenas, surcadas por un destino incierto, y sentirse impotente tratando de arreglarle la vida a cada una de ellas. Kail había dicho que todo eso se podía arreglar si dejaba a las sirvientas en paz y dejaba de refugiarse en la cocina como si fuera un santuario.

Allí había comenzado la cosa.

Haciendo valer sus derechos como señora de la casa, ya no soportaría más gente encontrada y perdida. Quería quedarse con Tiara, y con otras cinco chicas que habían ganado su confianza. Quería afianzar lazos con su personal y formar un bonito equipo permanente.

Kail estaba consternado. ¿Acaso no era lo suficientemente grande la familia? ¿Acaso no estaba rodeada de afecto? Aparte de Marla y Lauder, ahora también tenían a Alicia, quien había vuelto gracias a sus efusivos berrinches. A pesar de no haberla conocido muy bien, Julia había atinado al decidirse por ella para que la ayudara con la crianza de Alan. El niño festejaría su cumpleaños número 3 ese día. Era el sol de sus ojos, la criatura más tierna y delicada, el ángel más hermoso sobre la tierra. Pero tenía el carácter de su padre, decía ella, y él decía que sin dudas ese temperamento lo había heredado de la madre. Lo cierto es que en cuanto comenzó a andar, Alan requirió más de cuatro ojos sobre él. Y el carácter resignado, paciente y dulce de Alicia habían sido el remedio perfecto para que sus padres pudieran recuperar algo de tiempo para ellos.

Ahora faltaba dos meses para el nacimiento de su segundo hijo, esta vez una niña, había vaticinado la vieja Lailuka. La forma de su vientre tras siete meses de embarazo, saliendo desde las caderas, y sus antojos dulces le daban la pauta. Se llamaría Mailén, y Kail tuvo que hacerse el tonto y fingir que no sabía que aquel era un nombre indio, y que posiblemente hubiera sido una sugerencia de Alejo. El maldito indio seguía vivo, seguía fastidiando y revoloteando por las propiedades de Heist. Ahora tenía permiso para cruzar el puente, aunque nunca había entrado en la casa hasta ese día. El tercer cumpleaños de Alan iba a ser la ocasión, pues Alejo era uno de los invitados al festejo.

Las Runas de JuliaWhere stories live. Discover now